Estamos ante un film de esos que se definen una mujer de fuerte determinación, empoderada, vaya, guiada por la fuerza del amor, con una gran fe, la que le da su cristianismo
Nuns of New York
Desde hace años, y a pesar de su salud precaria, Francesca Cabrini viene desarrollando una labor asistencial de primera magnitud entre los niños huérfanos en Codogno, Lombardía. Pero en 1880 cree que no es suficiente, el mundo se le ha quedado pequeño, y quiere extender su labor social al extremo Oriente, creando una institución religiosa con otras siete mujeres. Pero encuentra obstáculos, y el Papa León XIII le sugiere que acuda a Nueva York, donde las condiciones de los inmigrantes italianos en la barriada de Five Points son definitivamente miserables. En efecto, ahí abunda la delincuencia, la prostitución y la explotación infantil, por no hablar de las condiciones de vida insalubres. Definitivamente, lo que hay ahí no tiene nada que ver con el Upper East Side de la Gran Manzana. Cabrini deberá aprender a manejarse entre los que manejan los hilos del poder, ya sea el alcalde que a regañadientes admite a los irlandeses, pero que discrimina a los italianos, el obispo que teme perder el apoyo del primer edil si respalda a la recién llegada, e incluso la prensa, el influyente New York Times. Y ello mientras debe ganarse la confianza de niños que han mirado a la muerte a los ojos, o mujeres explotadas que han llegado a perder la conciencia de su dignidad.
Poderosa e inspiradora película de Alejandro Monteverde, quien ya había demostrado antes su buen ojo para llevar a la pantalla historias con garra, piénsese en su debut Bella, o en el “sleeper” de la taquilla de la pasada temporada Sound of Freedom. El cineasta vuelve a repetir colaboración en el guión con Rod Barr, en la que es sin duda su película más ambiciosa, el diseño de producción y la puesta en escena son sencillamente espectaculares. Pero la maravillosa recreación de la Nueva York del siglo XIX, con perfecta paleta de colores, o el envoltorio de una hermosa banda sonora, no serían suficientes si no se manejara una trama con enjundia y muy bien desarrollada.
Y éste es el caso, la película fluye muy bien, desde la escena de apertura que muestra la miseria de Nueva York que las clases pudientes prefieren ignorar. Estamos ante un film de esos que se definen “driven by a character”, “conducido por un personaje”, y la cosa funciona gracias a que seguimos a alguien muy bien perfilado, una mujer de fuerte determinación, empoderada, vaya, guiada por la fuerza del amor, con una gran fe, la que le da su cristianismo. Cristiana Dell'Anna sabe encarnar bien a Cabrini, da el tipo de persona frágil físicamente, pero de espíritu indomable ante los numerosos obstáculos reales que encuentra a su paso.
En tiempos en que la mujer llega al fin a todos los lugares que se propone, el mundo debería saber quién es Francesca Cabrini. Estamos ante una auténtica líder, sacrificada, capaz de empatizar con las personas, en primer lugar, con las monjas que le asisten, de mostrarse cercana con los débiles, de no arrugarse ante los que mandan, que podían verla con prejuicios como "una pobre mujer". Y la película convence porque la trama no niega la dureza de una vida paupérrima, o porque muestra que el de la heroína no es un camino de rosas, le toca afrontar muchas dificultades. Tienen así fuerza las escenas con el Papa (Giancarlo Giannini), el obispo de Nueva York (David Morse) y el alcalde (John Lithgow). Pero también las que planta cara tipos chulescos, o aquellas en que muestra toda su ternura y gran corazón, mayormente con la mujer de la calle Vittoria, con el uso simbólico del agua, no hay suficiente para limpiar toda la inmundicia que le cubre, piensa, pero tal vez sí, sugiere la tenaz búsqueda de un pozo que surta de agua al hospicio fundado por la madre Caprini.