Tengamos la valentía de reconocer el error para poder recorrer el camino de la libertad
Hay quien brilla más que otro. No basta la popularidad, salir en los titulares, en los noticieros, tener muchos seguidores. Desgraciadamente, algunos que son protagonistas mejor les valdría estar ocultos y calladitos. Por ejemplo, el presidente de Francia, Macron, ha pasado a la historia por su empeño en impulsar el aborto. Ha logrado colarlo como un derecho constitucional. La nación de la igualdad, fraternidad y libertad ha sido la primera, a rebufo de su revolución, en proteger en su constitución el que unos puedan matar a otros. Ya no se protege al débil, sino al poderoso; esto no es demasiado revolucionario.
Otros, como Alexéi Navalni, famoso disidente ruso, mártir de la libertad, no juega con la vida de los demás, sino que se juega la suya. Su sonrisa, su cara, es luminosa. Más aún lo es su vida. Regresó a su patria en 2021, sabiendo que Putin había ordenado su asesinato, tenía una misión y no se escondió.
En su juicio explicó al presidente del tribunal: “Si quiere, le hablo de Dios y de la salvación. Elevaré al máximo la voz de mi corazón roto. El hecho es que soy cristiano –lo que normalmente me pone como foco de burla en la Fundación Anticorrupción, porque la mayor parte de nuestra gente es atea y yo también fui un ateo bastante militante–. Pero ahora soy creyente y eso me ayuda mucho a elegir mis acciones, porque todo se vuelve mucho, mucho más fácil…”.
Dijo que el pasaje de la Biblia Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados le guiaba en estos momentos. También: “No me arrepiento de haber regresado ni de lo que estoy haciendo. Está bien, hice lo correcto… en este momento difícil, hice lo que me pedía la bienaventuranza y no traicioné lo que Dios nos dice… Somos un país muy infeliz… No basta conque Rusia sea libre. Rusia también debe ser feliz. Rusia estará feliz”.
Leemos en el evangelio: “Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
La Cuaresma nos llama a la conversión, a volver a Dios, a intentar ser lo que de verdad somos y desprendernos de la careta mundana que nos desfigura. Llamada a la luz, a dejar la oscuridad. ¿Cómo podemos ser personas luminosas? ¿Qué puedo hacer para encender mi vida, poner en marcha mi corazón, iluminar mi mirada? La luz puede ser propia o reflejada, podemos iluminarnos e iluminar desde nuestro interior y captando la luminosidad del Creador.
Enseña Benedicto XVI: “El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no proviene del ser, que es creado por Dios, sino que existe solo en virtud de la negación”. La fuente de la luz es Dios, si estamos cerca de Él estaremos en la verdad y seremos luminosos.
Continúa diciendo: “La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso. El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del bien, que es luminosidad y crea luminosidad. Es el día en el que podemos actuar”.
Si procuramos adecuar nuestra vida a la verdad, si la buscamos y dejamos que ella nos encuentre, si somos consecuentes con nuestra fe y nuestros ideales, iremos consumiéndonos poco a poco, dejando poso, vida, luz. Dar luz desde dentro implica quemarse, entregarse. Si lo único que pretendo es conservarme, estar lozano, tranquilo, cómodo, poco a poco me iré pasando al lado oscuro, y, para justificarme, condenaré y estigmatizaré a aquellos que, con su conducta, sienta que reprochan la mía.
Lo triste de la oscuridad es que no permite ver; en ella todo es igual: negro. No deja ver al otro, su rostro y hermosura, su inocencia. Aísla. Para los del lado oscuro todos son como ellos: molestos competidores, ruines, incapaces del bien, de la bondad, de las buenas intenciones. Excrecencias molestas sin derechos que tienen que ser extirpadas, además, con el erario público. Véase el aborto.
Amemos la luz, la verdad, que existe. Tengamos la valentía de reconocer lo que hacemos mal, el error, el pecado; para poder recorrer el camino de la libertad. La Cuaresma nos brinda la oportunidad de la conversión: “el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.