Escrito cuando tenía 19 años, en la primavera de 1940, “Jeremías” es un drama teatral de Karol Wojtyła, que había permanecido desconocido fuera del ámbito polaco. Ahora, la teóloga Carmen Álvarez, profesora de la Universidad Eclesiástica San Dámaso y experta en la figura de san Juan Pablo II, explica la obra del joven Wojtyła a Omnes
Francisco Otamendi en omnesmag.com
Poco después del estallido de la II Guerra Mundial, en medio de una durísima situación de dolor y sufrimiento del pueblo polaco, Alemania y Rusia iniciaron con la ocupación una tremenda campaña de “despolonización”, que tenía como fin borrar todo rastro de la cultura polaca y, especialmente, toda huella de sus raíces cristianas.
Era el modo más eficaz de disolver la identidad nacional y el sentido de la patria en el pueblo polaco, con el fin de manipularlo más fácilmente, explica a OmnesCarmen Álvarez, editora de “Jeremías”, obra que por primera vez ha sido traducida al español de su original polaco. Se trata de una edición bilingüe de Didaskalos, precedida de un amplio estudio introductorio de la teóloga de San Dámaso y académica.
“Wojtyła escribe “Jeremías” para consolar a su pueblo, para alentar su esperanza y fortalecer su fe en Dios, pero también para reflexionar sobre ese sombrío momento histórico desde la visión cristiana de la historia y preguntarse por las causas de la caída de la nación”, añade Carmen Álvarez, que está presentando la obra en diversas diócesis españolas. La última, Sevilla.
Una situación análoga vivió el profeta Jeremías, que anunció la destrucción de Israel si el pueblo no volvía a ser fiel a la alianza establecida con Yahvé y a su identidad de pueblo elegido por Dios. De ahí el título de la obra.
Profesora, ¿cómo surgió su interés por las obras literarias de Karol Wojtyła, y en concreto sobre “Jeremías”?
El redescubrimiento de estas obras surgió en el ámbito de una investigación. A raíz de la Tesis doctoral en filosofía que estoy realizando acerca de la obra literaria juvenil de Karol Wojtyła descubrí que las fuentes documentales estaban todas en polaco y que prácticamente no se conocían fuera de su país. Comprendí, entonces, que había que traducirlas y darlas a conocer. Hasta ahora los estudiosos de Karol Wojtyła teníamos como referencia una traducción en italiano de hace más de 20 años; sin embargo, creo que en esta edición en español hemos logrado notables mejoras de traducción y de interpretación.
Usted ha editado la obra teatral de su original polaco al español directamente.
Así es. Ha sido un trabajo conjunto con la traductora. Yo me he encargado de asumir toda la labor de edición, interpretación y revisión final de la obra. Se trata de una edición bilingüe, cuyo texto polaco respeta con suma fidelidad el manuscrito original, tal como Wojtyła lo escribió. La obra va precedida de un amplio estudio introductorio, en el que ofrezco algunas claves de lectura que ayuden al lector de habla hispana a introducirse en el contexto cultural e histórico de la nación polaca. Era necesario contextualizar la obra, la trama y los personajes para acercar esta obra al lector no familiarizado con la cultura eslava.
Hasta prácticamente el año 2020, cuando celebramos el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II, no hemos logrado recopilar los textos originales de estas obras de juventud. De hecho, se conservan distintas versiones de una misma composición. Con motivo de esa efeméride, la diócesis de Cracovia constituyó un equipo de estudiosos y expertos que realizaron una búsqueda exhaustiva en bibliotecas y archivos, así como una difícil labor de crítica textual que ayudó a fijar los textos originales. Fruto de este arduo trabajo fue la publicación de tres volúmenes que recogen toda esta obra literaria juvenil en su original polaco. Con ella se abrió la puerta a la traducción y difusión de este gran tesoro literario que nos dejó el joven Karol Wojtyła.
Además, incluye un estudio introductorio, prácticamente otro libro, en el que habla de la huella de san Juan de la Cruz.
El teatro de Karol Wojtyła es muy filosófico y conceptual, difícil de representar porque él lo concibe como un “teatro interior”, más que como un teatro de entretenimiento o de recreación. De ahí que resulte muy interesante el análisis crítico e interno de la obra, pues ha sacado a la luz las raíces hispanas del primer pensamiento del joven Wojtyła. En su obra Jeremías, Wojtyła dialoga con la cosmovisión propia del Romanticismo, especialmente polaco, pero en la obra está presente también la huella de Calderón de la Barca, de Cervantes y su gran personaje, el Quijote. Además, se evocan las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer y, sobre todo, es muy clara la huella de san Juan de la Cruz.
Este dato es muy interesante porque todos los biógrafos de Juan Pablo II coinciden en afirmar que Wojtyła conoció a san Juan de la Cruz de la mano del laico Jan Leopold Tyranowski, a quien conoció en marzo de 1940. En la obra Jeremías la huella sanjuanista es muy clara y se trata de una obra que estaba ya escrita antes de ese encuentro con Tyranowski.
Pero, además, tanto en su obra Job, escrita en los primeros meses de ese mismo año 1940, como en sus primeras poesías, escritas en la primavera de 1939, encontramos también temas y elementos sanjuanistas. Por tanto, creo que habría que reformular el dato que aportan los biógrafos. El acercamiento de Karol Wojtyła a la figura, doctrina y simbólica poética de san Juan de la Cruz es mucho más temprano y podría situarse, incluso, en los años de su infancia en Wadowice, en los que visitó con frecuencia el Carmelo de la ciudad. Todo este trasfondo hispano del primer pensamiento de Wojtyła, que desconocíamos, lo estamos descubriendo ahora, gracias al estudio y traducción de estas obras literarias de juventud.
El contexto. Wojtyła escribe Jeremías en los primeros meses de 1940…
Sí, cuando Polonia acaba de ser invadida por Alemania y Rusia. Es uno de los momentos más difíciles y oscuros de la historia de Polonia. Con la ocupación, tanto Alemania como Rusia iniciaron una tremenda campaña de “despolonización”, que tenía como objetivo borrar cualquier rastro de la cultura polaca y, especialmente, toda huella de sus profundas raíces cristianas. Era el modo más eficaz de disolver la identidad nacional y el sentido de la patria en el pueblo polaco, con el fin de someterlo y manipularlo más fácilmente.
Wojtyła escribe Jeremías para consolar a su pueblo, para alentar su esperanza y fortalecer su fe en Dios, presente en la oscuridad de la prueba, pero también para reflexionar sobre ese sombrío momento histórico a la luz de la visión cristiana de la historia de las naciones. ¿Por qué ha caído Polonia?, se pregunta el autor. La trama de la obra y los diálogos de los personajes muestran cómo la caída de una nación tiene relación con la pérdida de su identidad cristiana y el abandono del orden moral querido por Dios.
¿Su destinatario es sólo el pueblo polaco?
Karol Wojtyła escribe su obra “Jeremías” en diálogo con la historia de Polonia, pero se equivocaría quien pensase que este drama teatral tiene como destinatario solo a la nación polaca. La obra tiene una proyección universal. Wojtyła no busca resolver la cuestión polaca, sino plantear, entre otras, la gran cuestión de la identidad nacional y, en consecuencia, invitar a cada hombre a reflexionar sobre su identidad personal a la luz de su origen. En realidad, cuando reflexiono sobre mi identidad nacional, al final me planteo también quién soy yo, quién es el hombre. Y es que la noción de patria no es una categoría política, ideológica o deportiva, sino que conforma a todo hombre desde su mismo origen. En las primeras raíces de mi identidad personal está Dios, la familia y la patria.
Para Wojtyła, el destino de cada hombre está unido inseparablemente a la historia y al destino de la nación. Jeremías muestra ya cómo la cuestión de la identidad del hombre, que será un eje central en el magisterio de Juan Pablo II, está ya presente en el primer pensamiento de Karol Wojtyła.
Parece llamativa la advertencia del personaje Skarga, quien asume una misión profética, como Jeremías.
La obra contiene una crítica sutil pero mordaz a los mitos nacionales que se difundieron con fuerza durante los años del Romanticismo polaco. Entre ellos, Wojtyła dialoga especialmente con el sarmatismo y el mesianismo, que servían para justificar ideológicamente la apropiación exclusivista del concepto de nación por parte de una minoría selecta y elitista. Eran las ideologías de una época que, al igual que las ideologías de hoy, imponían de forma violenta y forzada sus argumentos y el interés personal de unos pocos por encima de la verdad y del bien común de la nación o del bien individual del sujeto.
En este sentido, es de suma actualidad el gran discurso que Wojtyła pone en boca de uno de los protagonistas del drama, el padre Pedro Skarga, y que ocupa todo el segundo acto del drama. Dirigiéndose a la nobleza polaca, la szlachta, que se consideraba como el verdadero pueblo elegido y la verdadera estirpe polaca, Skarga les amonesta duramente contra el incumplimiento de la Ley de Dios y la corrupción económica, política, moral y cultural que preparó lentamente la caída histórica de Polonia y su desaparición como nación en el siglo XVIII, durante la época de las particiones.
Lo mismo sucedió en la época del profeta Jeremías, que anunció la caída de Israel, porque se estaba apartando de su identidad de pueblo elegido y del cumplimiento de la alianza con Yahvé. Cuando una nación cae en la trampa de las ideologías y vende su cultura, su historia, su religión o su moral, tarde o temprano saborea su fracaso histórico y pierde la fuerza moral, histórica y social de su específica identidad.
¿Algún comentario adicional?
Me parece significativo que la obra salga publicada en España, en un momento en que se plantea con fuerza la cuestión de la identidad nacional, y, además, en el marco del 45º aniversario de la elección de Juan Pablo II y del inicio de su pontificado, que hemos celebrado el pasado 16 de octubre de 2023.
El estudio de la obra Jeremías me ha hecho recordar los viajes de Juan Pablo II a España, y, de una manera especial, aquel acto que tuvo en Santiago de Compostela, en noviembre de 1982, y aquel memorable discurso que Juan Pablo II dirigió a Europa: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades… Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”.
A la luz de cuanto Karol Wojtyła trata en su obra Jeremías, creo que el Papa estaba anunciando ya la caída y el fracaso moral y cultural de Europa, tal como lo estamos viendo hoy, por apartarse de su identidad cristiana y del orden moral querido por Dios.
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