Ya no es tiempo de propósitos, sino de plegarias, que se cumplen mucho más y mejor
De todas las fiestas, solemnidades y ritos del año, el que espero con más impaciencia es el Miércoles de Ceniza. Desde mayo oigo a mis compañeros diciendo: «Me hace falta el verano como el comer» y les entiendo y me uno a su deseo, pues ¿quién hace remilgos a un banquete, aunque sea metafórico? Pero el veraneo nunca es una necesidad mía de fondo. La Navidad me encanta y qué bien que llegue y qué bien lo paso, con una alegría familiar y teológica. Pero es el Miércoles de Ceniza lo que mi alma anhela.
Según Spinoza, todos los seres desean perseverar en su ser, pero yo prefiero convertirme. No es mérito, sino necesidad. La ceniza es esperanza. Recordar que somos polvo resulta radiante y luminoso. ¿Es una paradoja? Sí, pero con una explicación sencilla: lo que más nos pesa es el plomo de la vanidad, así que hacernos polvo nos aligera muchísimo. Nos echamos a flotar en el aire y la luz. Por otro lado, la naturaleza está de mi parte y en mi casa siempre se ha usado la ceniza como abono para las plantas con muy buenos resultados. Eso lo llevo en la memoria, como el fuego del que vino. El florecimiento será más tarde un signo de renacimiento.
El Miércoles de Ceniza está perfectamente puesto en el calendario, justo cuando te acabas de dar cuenta otra vez de que a pulso y por tu cuenta no vas a poder cumplir los propósitos tan flamantes que hiciste en Año Nuevo. Ya no es tiempo de propósitos, sino de plegarias, que se cumplen mucho más y mejor.
Hemos de aprender, como suplicaba T. S. Eliot, a «quedarnos sentados quietos», esto es, «a preocuparnos y a no preocuparnos». Lo balancea muy bien el sabio Eliot, que no en vano ganó el premio Nobel a pesar de ser «clásico en la literatura, monárquico en política y anglo-católico en la religión». Nos conmina a no preocuparnos, porque «lo actual es actual tan sólo un tiempo», pero también a preocuparnos, porque hemos de convertirnos en el tiempo, que es donde se nos ha puesto, inestablemente. ¿Cómo va a ser extraño que espere el Miércoles de Ceniza como agua de mayo para conseguir este gozoso equilibrio?
Hoy no parece ni difícil. Mirarse menos a uno mismo y más a Cristo y, en consecuencia, fijarse en los demás y, de propina, no mirar ciertas cosas, que es lo mejor que puedes hacer con ellas. La casa es al lugar al que siempre se vuelve a recogerse y la vida interior es el único lugar del que siempre se sale para darse. Esta Cuaresma rezaré otras cosas, pero me recitaré Las 1001 noches oscuras del alma, aunque sólo sean cuarenta noches. Es un poema de mi hermano Jaime: «Se alza la noche sobre un mundo débil / de luz. Hay que ser fuerte. / Que no nos venza el miedo a estas alturas. / El hombre puede contener la muerte / con el asombro, con el entusiasmo / con la fe y el amor, / con la feroz belleza y los amigos / y un poco de sentido del humor. / Llama la noche oscura/ del alma a tu aposento. / Invítala a pasar. Dile a la noche / que no se vaya sin contarte un cuento». Será un cuento verdadero, como diría Tolkien, de vida, muerte y resurrección.