… y un tesoro, pero es necesario ser conscientes de ello para comprenderlo
mujerhoy.com
Los encuentros, mientras estamos de continuo distraídos, corren el riesgo de perder la magia de lo que es único, haciéndonos sentir aún más solos
Poder hablar con un amigo que anda lejos gracias al correo electrónico o a ‘Skype’ es un hermoso regalo que nos ofrece la tecnología, no como esa esclavitud de los móviles que trinan en cualquier momento del día
Hace algún tiempo vino a verme una persona que llevaba una vida agitada. Poco antes de irse, inmersa en su vorágine de compromisos ineludibles, me dijo con un asombro no disimulado: «Es que usted vive aquí al margen del tiempo, como en el siglo XIX. Toma el té, conversa, se da un paseo. ¡Es increíble que sea capaz de vivir aún como en una novela rusa!». En los siguientes días tuve la oportunidad de reflexionar sobre su observación.
En un mundo en el que “el tiempo de las obligaciones” devora como un dios malvado el tiempo de los hombres, nos parecen extravagantes las situaciones en que esto no ocurre. Residir en el campo en lugar de en la ciudad, como hago yo, favorece en gran medida esta posibilidad (otros ritmos, otras relaciones, otros espacios), pero en el origen hay siempre una elección: la que antepone, por encima de cualquier otra cosa, lo humano. Esa veta humana que nos lleva a relacionarnos con los demás, que se pone de manifiesto en el encuentro verdadero con el otro, en saberlo mirar y escuchar, sin distracción alguna.
Cada encuentro es un regalo y un tesoro, pero es necesario ser conscientes de ello para comprenderlo. En los encuentros se esconde una gran magia secreta que nos impulsa a vivir el día a día con pasión. De hecho, cada mañana podemos abrir del todo esta enorme ventana que es nuestra vida y preguntarnos: «¿Con quién me encontraré hoy?». Por desgracia, la sociedad contemporánea parece más bien inmune a esta magia. La mayor parte de las relaciones discurren ya por vía electrónica y, en este discurrir, muy a menudo se desvisten de los ropajes de su misma humanidad.
Poder hablar con un amigo que anda lejos gracias al correo electrónico o a Skype es un hermoso regalo que nos ofrece la tecnología, no como esa esclavitud de los móviles que trinan en cualquier momento del día. Hoy es imposible, de hecho, cambiar unas palabras con otro ser humano montados en un autobús, en un bar o en un tren, porque, a pesar de estar físicamente cerca, en realidad estamos lejos: el que manda mensajes compulsivamente, el que anda absorto en un videojuego, aquel otro trastornado por la música a toda máquina que le penetra por los auriculares... Tantas tremendas soledades que se rozan sin verse, una junto a la otra.
No se trata de moralismo, sino de saber leer la realidad que nos rodea. Una realidad que nos dice que, para la mayoría de nosotros, la vida se ha transformado en un lugar ajeno: nuestro cuerpo está en un sitio mientras que la mente (y, por tanto, las emociones, los pensamientos, los sentimientos) se encuentran en otro. De esta forma, el reto consiste en volver a estar totalmente presentes en el mismo momento y lugar. Presentes con el cuerpo, con la mente y con el corazón, para volver único y real cada uno de nuestros encuentros.
P. D.: Esta vida eternamente conectada esconde una trampa: la que nos hace vivir siempre en otro lugar. Nuestro cuerpo está en un sitio y la atención en otro. Y los encuentros, mientras estamos de continuo distraídos, corren el riesgo de perder la magia de lo que es único, haciéndonos sentir aún más solos.