Todo el mundo necesita amar y quiere que le amen; muchos pensamos ser expertos en el querer, pero, lamentablemente, erramos con frecuencia
“Errar y frustrarse en el amor es lo más terrible: es una pérdida eterna que ni el tiempo ni la eternidad pueden compensar”, decía Sören Kierkegaard. Está claro que todo el mundo necesita amar y quiere que le amen; muchos pensamos ser expertos en el querer, pero, lamentablemente, erramos con frecuencia.
El panorama del desamor es inquietante. Me pregunto qué pasará cuando sean muchos los que no se hayan sentido queridos. Todavía hay reductos de cariño y muchos nos hemos sentido amados. Pero, o trabajamos el campo, o nos quedamos sin cosecha. Hay demasiados enemigos del auténtico amor, especie en extinción.
Tenemos las parejas DINK: familias con dos sueldos y sin querer hijos, que son el sueño de muchos jóvenes, mientras otros muchos no los pueden tener. Las uniones de hecho, sin estabilidad, sin acabar de comprometer su amor. Otras familias están desestructuradas, rotas. Muchas que tienen que salir delante solas. Y, luego, los problemas para conciliar el trabajo con la dedicación al hogar, el consumismo galopante, las ideologías…
Estamos hechos para amar. Este el gran anhelo de todos, lo que llevamos en el ADN. De modo que no nos podemos realizar como humanos sin amor. Quizás, por esta carencia, el mundo, con todos sus avances tecnológicos y médicos, está tan deshumanizado.
La gran defensora del amor ha sido la Iglesia, con sus aciertos y errores. Las encíclicas Deus caritas est y Amoris laetitia son dos grandes exponentes de su Magisterio reciente. Pero hay la sospecha de que el amor que predica es demasiado angelical, descarnado, poco humano. El mundo contrapone el ágape al eros. El amor cristiano se entendería como el primero: oblativo, descendente; como el que da sin recibir. Mientras que el eros, que sería el gran ganador, es vehemente, posesivo, ascendente.
Deus caritas est recoge los tres tipos de amor clásicos, los recién citados, más el de amistad. También indica, siguiendo la enseñanza de la Biblia, que es el amor esponsal el más completo y representativo. Adán experimenta una soledad, que solo será superada por la presencia de Eva: “hueso de mis huesos, carne de mi carne”; ahora, ambos, serán “una sola carne” y podrán ser fecundos y poblar la tierra.
Pensamos que es una emoción, un sentimiento al margen de la razón o de la voluntad. Algo que me viene y disfruto y que se va. Otra versión es identificarlo con el eros, una pasión, un mero goce corporal, que nada tiene que ver con el espíritu; algo meramente animal que solo busca utilizar al otro encerrándose en sí. También lo podemos rebajar al mero mercantilismo, un notable compañerismo de ayuda mutua: mientras me sirvas, te aguanto.
Lo propio del amor es el éxtasis que, en griego, significa desplazamiento, salir de sí mismo, y en latín trance, asombro. Este me hace disfrutar, me saca de mi pobreza enriqueciendo al amado. Busca el bien del otro en cuanto otro y, así me alegra y enriquece, me hace feliz. Nada tiene que ver con el egoísmo, con el mero sentimiento. Es tan bonito y enérgico que me compromete en el otro, pasando la prueba del tiempo, yendo hacia la eternidad.
Hay un totum revolutum entre eros, ágape y philia. No es solamente un salir de uno mismo, entrega y pura búsqueda del bien del amado; es también eros, disfrute, enriquecimiento. Para dar amor debemos, a su vez, recibirlo como don. El amor verdadero enriquece tanto al amado como al amante. Es paciente y esperanzado porque quien pone amor, acaba recibiéndolo.
Jesús resume toda la ley en “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”. No nos debe extrañar que sea el origen y el fin de todo. Y el amor es único: el divino y el humano; es “el amor que mueve el sol y las demás estrellas” en boca de Dante.
Compromete alma y cuerpo, sentidos y emociones, voluntad y cabeza. Afecta al hombre entero. Es chispa, fuego y brasa. Es pasión y libertad. Es articulado. No es fácil de definir, sobre todo cuando no se ha experimentado. El amor vale la pena. Por amor comprometemos la libertad, la gastamos dirigiéndonos a su bien; dejamos atrás, con gozo, todo lo que lo puede dañar. A diferencia del mero enamoramiento, de la mera pasión, el amor implica a toda la persona. Exige estar preparado, solo los fuertes pueden amar y defender al amado. Debemos capacitarnos para amar, aprender el arte de amar.
A Dios también le podemos querer. Amándole, ganamos. Como san Juan, podremos decir: “Nosotros hemos creído en el amor”. Este amor a Dios y de Dios nos capacita para querer a los demás. Nos lleva al próximo y al lejano. Pidámosle no equivocarnos en el amor.