Ya los primeros cristianos “hicieron sínodo” sobre todo por el diario “caminar juntos” en la común fe recibida, porque esto significa como es sabido el término “sínodo”; así fueron “Iglesia sinodal”
La Iglesia lleva caminando veintiún siglos y el actual Sínodo de Roma solo es un momento más de su multisecular peregrinación. Una “Iglesia en salida” ha sido expresión favorita del papa Francisco, apenas elegido sucesor de Pedro. Con esa referencia ha recordado que la Iglesia debe seguir siendo lo que ya fue desde el primer instante, con el “pistoletazo” de salida en Pentecostés, y las lenguas de fuego sobre la primitiva comunidad cristiana: varones y mujeres, reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, en torno a María, Madre de Dios y de la Iglesia, para lanzarse ya al mundo entero. Allí comenzó la Iglesia “en salida” y, mal que bien, lo ha continuado siendo a lo largo de los siglos; de lo contrario hoy no habría un Sínodo romano, ni yo estaría escribiendo estas líneas.
El Sínodo llega ahora al ecuador de su camino y, entre tantos posibles comentarios, solo deseo recordar cómo todos los cristianos somos copartícipes de su andadura, porque tambiénlo somos de un más amplio y permanente camino sinodal de la Iglesia, que no se reduce a un sínodo concreto y, de suyo, pasajero. Ya los primeros cristianos “hicieron sínodo” sobre todo por el diario “caminar juntos” en la común fe recibida, porque esto significa como es sabido el término “sínodo”; así fueron “Iglesia sinodal”, y no tanto por el hecho de reunirse a debatir cuestiones como sucede estos días en Roma. También esto es necesario, y ha servido para ahondar en muchos aspectos de las verdades de fe y vivir mejor lo esencial del cristianismo: amar a Cristo y darlo a conocer con la propia vida. Esta será siempre la referencia clave de la misión de la Iglesia.De ahí que ahora estemos, o no, en las aulas del Sínodo romano, debemos ser copartícipes, porque antes, ahora y después, hemos sido y seguiremos siendo peregrinos del incesante caminar de la Iglesia, que comprende este y cuantos sínodos y concilios ha habido, desde el siglo I en Jerusalén.
Los primeros cristianos “hicieron sínodo” caminando estrechamente unidos por la fe del bautismo: todos juntos, pero no revueltos; y cada uno en y desde su sitio, donde Dios los llamó para seguir a Cristo, sin confusión ni mutuas envidias entre los dones recibidos por unos y otros, como discípulos del Señor. Todos gozosos por el sacerdocio real compartido universalmente en razón del Bautismo; otros, además, por el sacerdocio ministerial solo propio de ellos en virtud del sacramento del Orden, para constituir la jerarquía sagrada querida expresamente por Cristo, Cabeza y Fundador de su Iglesia. Todos los bautizados se sabían “Iglesia”, Familia de Dios, formando así el “Cristo total” como escribió san Agustín y recuerda el número 795 del Catecismo.
El “camino sinodal” en el sentido indicado -el de todos los bautizados, sin más distinción-, se inició ya antes del primer sínodo, que reunió en Jerusalén a los apóstoles y presbíteros para estudiar y decidir las obligaciones de los judíos convertidos al cristianismo. Antes, pues, de aquel primer concilio, en el que solo participaron “presencialmente” apóstoles y presbíteros, ya había “camino sinodal” en su más genuina esencia: el que recorrían a diario todos los bautizados, como lo prueban los Hechos de los Apóstoles, donde leemos: “Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús” (Hechos 1, 14). “Perseveraban unánimes en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. (…) Todos los creyentes estaban unidos” (Hechos 2, 42.44).
Muy pronto surgieron las persecuciones contra la Iglesia: primero, por parte de las autoridades religiosas judías, que detienen a Pedro y a Juan metiéndolos en la cárcel para ser juzgados por el Sanedrín; y después, por parte de la autoridad civil en la persona de Herodes. Entonces, el “camino sinodal” de los primeros cristianos brilló en su más pura esencia: la unidad de todos en la oración hace que el Sanedrín ponga en libertad a los apóstoles (cf. Hechos, 4, 21).
En el caso de Herodes, se repitió la historia, y vemos en acción al “camino sinodal”: “El rey Herodes prendió a algunos de la Iglesia para maltratarlos (..) Y al ver que esto agradaba a los judíos decidió también prender a Pedro (Hechos, 12, 1.3).Pero los fieles no se quedaron de brazos cruzados: “Así pues, Pedro estaba encerrado en la cárcel, mientras la Iglesia rogaba incesantemente por él” (Hechos 12, 5). De nuevo, la unidad y la fuerza de la oración hicieron que Pedro fuese liberado -como él mismo reconoció- por mano de un ángel del Señor: “Ahora comprendo realmente que el Señor ha enviado su ángel, y me ha librado de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío” (Hechos 12, 11).
Esos testimonios prueban que la fuerza rompedora del “camino sinodal” de aquella primitiva “Iglesia en salida”, residía en la unión vital de todos los cristianos en el Señor, por medio de la comunión de su Cuerpo eucarístico y por la oración común y a la vez personal, en torno a Pedro, Vicario de Cristo. Esto debe seguir siendo lo permanente. Los “sínodos” sea cual fuere el tipo y modalidad que adopten, siempre serán momentos puntuales en la vida de la Iglesia. El “camino sinodal” en el sentido señalado, siempre deberá ser algo vivo y permanente. Por eso, concretamente, ahora en el Sínodo de Roma, todos los cristianos debemos participar, estemos allí o a cinco mil kilómetros de distancia, como sucedió en el mencionado Sínodo de Jerusalén, aunque entonces la mayoría de los fieles estuviese prácticamente al lado. Para contribuir a las luces del Espíritu Santo y al parecer definitivo de aquel primer Concilio, las oraciones de miles de cristianos estuvieron presentes. Y solo Dios sabe quién aportó más, al margen de su presencial, o no, participación. Como ocurrió, valga la analogía entre temas distintos, con la pequeña ofrenda de la viuda en el Templo de Jerusalén. El Señor mismo lo dejó claro, más allá de las apariencias externas: “En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos” (Luc 21, 3).
Estas palabras de Jesús siempre serán un reto para todos en nuestro “camino sinodal”, y motivo de examen, en especial cuando llegue un Sínodo como el de ahora. Porque quién sabe si de todas las aportaciones, no será mayor y más efectiva la de unos desconocidos “santos de la puerta de al lado” que nunca pisaron Roma, que la de otros que quizá hablaron mucho y salieron en los medios.