Sin electricidad no se puede vivir, sin agua tampoco, y sin la Eucaristía, sin la misa, tampoco
Hoy, al llegar a casa a mediodía, he visto que nada funcionaba: el timbre, el portero automático, el ascensor, la cocina, el microondas, el frigorífico…. Entonces he pensado, pues me pongo a trabajar con el ordenador, pero tampoco arrancaba. Sin electricidad ya no podemos vivir. Hemos comentado la serie Apagón, un poco apocalíptica, pero que hace ver nuestra dependencia, casi absoluta de la energía eléctrica.
Hay algunas realidades que determinan nuestra vida, realidades sine qua non, sin las que no podemos vivir: el aire, el agua, el sol. Empédocles hablaba de los cuatro elementos que configuran la naturaleza: aire, agua, fuego y tierra; estos, combinados, explicaban toda la realidad. Ahora estamos muy preocupados por el agua, pensábamos que era infinita, sobreabundante y cada vez somos más conscientes, en su carestía, de lo necesaria que nos es, del cuidado que tenemos que poner en aprovecharla.
Sin electricidad no se puede vivir, sin agua tampoco, y sin la Eucaristía, sin la misa, tampoco. La última carta encíclica de san Juan Pablo II se titula Ecclesia de Eucharistia, la Iglesia se hace en la Eucaristía, vive de ella, en ella se entiende. Desgraciadamente, vemos la escasa asistencia a la misa del domingo de los cristianos que se declaran creyentes. De la poca importancia que damos al domingo cristiano. La vemos como una obligación, como un rito externo que en nada afecta a nuestra vida, y no es así.
Los mártires de Abitina, ante la amenaza bajo pena de muerte por asistir a la misa, contestaron al gobernador: sin la Eucaristía no podemos vivir, nuestra vida no tendría sentido, preferimos el martirio. Seguramente pensamos que eran unos fanáticos, unos pobres locos idealistas y muy poco prácticos. Lo importante es vivir bien, disfrutar.
Igual el problema radica en qué es vivir bien. ¿Qué entiendo por bienestar? No es la ausencia de problemas, de preocupaciones, el estar tranquilo. La vida no es eso, es movimiento, inestabilidad, sobresaltos, conquista. El único lugar tranquilo, sin vecinos que molesten, sin imprevistos, es el ataúd. La buena vida supone inconformismo, es incómoda, es lucha por alcanzar la excelencia, por sacar lo mejor de nosotros y de los nuestros. Es complicación. Solo así vamos alcanzando lo bueno, el bien, el verdadero amor.
El camino de la vida cristiana, que es el de la vida más humana, supone esfuerzo, exigencia, superar los retos de nuestras miserias. Lo recorremos mejor en compañía, la del esposo/a, hermanos, amigos. También teniendo clara la meta, con un buen GPS que, en este caso, es el acompañante espiritual. Pero hay que ir bien alimentados, cuántas “pájaras”: bajadas de glucosa, han hecho estragos en los deportistas.
La Eucaristía no es solo nuestro alimento, el sustento espiritual, es nuestra vida porque es Cristo. Un cristiano sin Cristo no es nada. Nos alienta en la mesa de la palabra y en la eucarística. Los discípulos de Emaús escucharon largamente a Jesús, le contaron sus inquietudes, estaban a gusto con él, tanto que le invitaron a cenar en su casa. Allí le reconocieron al partir el pan. La Eucaristía es la mayor muestra de amor: “toma y cómeme”, amor que se entrega, que da su propia vida. No podemos entender la grandeza a la que estamos llamados, la maravilla de la vida en Dios, al margen de ese amor entregado.
“El Reino de los Cielos es como un rey que celebró las bodas de su hijo, y envió a sus siervos a llamar a los invitados a las bodas; pero estos no querían acudir”. Vivir en Cristo es estar en una fiesta continua. Es ganancia, es un enamoramiento que nada tiene que ver con normas y preceptos. Es llenar la vida de alegría, de paz. Es recibir muchísimo y dar un poco de lo recibido.
“En la Misa, el Señor Jesús, haciéndose pan partido por amor a nosotros, se nos da y nos comunica toda su misericordia y su amor, renovando nuestro corazón, nuestra vida y nuestras relaciones con él y con los hermanos” dice el Papa y, continúa “para el cristiano es vital participar en la Eucaristía, especialmente el domingo, puesto que nos permite unirnos a Cristo, tomando parte de su victoria sobre la muerte y gozar de los bienes de la resurrección”.
Si es lo que nos da nuestra identidad, la participación en la misa del domingo tiene que ganar muchos puntos. Es una reunión familiar, ¡qué bonito es ver la familia al completo camino de la iglesia! Es una fiesta por el modo de vestir, por algún extraordinario en la mesa, por los cantos…Si lográramos transmitir este gozo a los nuestros, seríamos unos grandes misioneros.
“Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda?”. Para participar en la misa, en la comunión, hay que estar preparados. Hay que limpiar nuestra alma en la confesión sacramental, llevar el traje de boda.