“El cielo no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo”.
El título de estas líneas quizá suscite en el lector una conexión con la fiesta de la Asunción de la Virgen María, que celebramos el 15 de agosto. Tal vez suene algo original, y hasta cierto punto con un toque poético-romántico, por aquello del “corazón”. He tomado prestada del papa Benedicto XVI la expresión “geografía del corazón”, para referirme a la realidad sobrenatural del Cielo. Y solo me ha bastado anteponerle “una Madre” -con mayúscula por tratarse de la madre de Dios- para recordar su Asunción: que Ella, en cuerpo y alma gloriosos, vive ya eternamente en el gozo infinito del Amor divino.
¿En qué contexto menciona Benedicto XVI la “geografía del corazón”? Lo hizo en la Nochebuena del año 2007, para referirse al Cielo, tomando pie del nacimiento de Cristo. Decía en la homilía de la Misa: “El cielo no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo”. Y después de animar a salir al encuentro de Dios que, en Jesús, ha venido a nosotros, añadía: “Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo.” Así, la fe cristiana nacida de la acogida y encuentro con Cristo, transfigura y eleva -purificándolas- las realidades terrenas, comenzando por el amor, para hacer vivir a la persona humana en una dimensión nueva: en la “geografía del corazón”, aunque todavía seamos peregrinos en la tierra.
La fe nos dice también que el alma espiritual puede gozar y llegar a la morada celestial, en el momento mismo de nuestra muerte, si no requiere previa purificación. Pero la felicidad completa solo se alcanzará cuando, después de la resurrección, cuerpo y alma vuelvan a unirse definitivamente. Toda la persona, cuerpo y espíritu, está llamada al gozo, como bien expresa el Salmo 16, 9 al hablar del Cielo, donde: “Se alegra, por tanto, mi corazón y se regocijan mis entrañas; también mi carne reposará segura.”
La Asunción de María nos alegra hondamente porque festeja, precisamente, su elevación y llegada, en cuerpo y alma gloriosos, a la vida del Cielo: al Amor y felicidad infinitos y eternos de las tres Personas divinas. Esta verdad de fe, creída desde siempre por los cristianos, fue declarada dogma de fe por el papa Pío XII en la fiesta de Todos los Santos del año 1950.
Solo en María Virgen se han cumplido ya en plenitud los deseos de Jesús, cuando en la Última Cena decía: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. (…) Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros” (Jn 14, 2-3). El Señor hablaba para todos y, por tanto, esta fiesta de María nos recuerda que somos peregrinos y nuestra meta definitiva reside en esa geografía del corazón, donde junto al Padre y al Espíritu, Ella y su Hijo divino nos esperan.
En Fátima, al final de la reciente JMJ de Lisboa, el papa Francisco decía que “María nos señala esto que nos pide Jesús: caminar en la vida, colaborando con Él (..) Nos señala a Jesús, a veces nos señala también alguna cosita que en el corazón no funciona bien.” (Discurso, 5-VIII-23). Nos invitaba así, a hacer un examen para limpiar nuestro corazón de lo que impida caminar hacia la meta definitiva.
La Asunción de la Virgen, al avivar nuestra esperanza del más allá, no deja de tener muy estrecha relación con la JMJ 2023, concluida en Fátima, el lugar donde Ella ha sido, precisamente, embajadora del Cielo en la tierra. María nos recordó allí, hace más de un siglo, que debemos caminar como buenos hijos de Dios. Lisboa ha sido una etapa más de tantas JMJ; la próxima, ya anunciada, será Seúl 2027; pero son, al fin, etapas terrenas de la geografía del espacio, donde sin embargo todos podemos tomar un nuevo impulso hacia la geografía del corazón.
Quizá pueda sorprender si recojo palabras de un agnóstico, premio Nobel, tomadas de un artículo que escribió al terminar la JMJ 2011, celebrada en Madrid y presidida por Benedicto XVI. Decía así Vargas Llosas:
“Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos.” (La fiesta y la cruzada, El País, 28-VIII-2011).
Ese juicio sería muy aplicable a lo que acabamos de ver en Portugal. Y si prescindimos de la eventual ironía que pudieran encerrar esas palabras del premio Nobel y las tomamos en serio, eso es lo que nuestra Madre la Virgen desea y espera que hagamos; como decía san Josemaría: “que todos, bien unidos al Papa, vayamos a Jesús, por María.” (Forja, 647); es decir, hacia el Cielo, donde Ella nos ha precedido y espera. Por cierto, el Nobel peruano, escribía también en el mencionado artículo y refiriéndose a Benedicto XVI, que su “fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo, puede leer sin bostezar”. Ignoro qué juicio haría el escritor peruano si leyera hoy eso de “la geografía del corazón”. Ojalá, y así se lo pido al Señor, que si llegase a leerlas y meditarlas, le ayuden a superar su agnosticismo.