Con Dios nadie puede, tiene una paciencia infinita y siempre gana El Papa confiesa al voluntario cordobés Francisco Valverde en la JMJ de Lisboa Cordobeses en la JMJ de Lisboa: "Allí uno se da cuenta de que la Iglesia está viva, que es grande y hay un futuro"
Se suele tener la impresión de que, a las iglesias, solo van personas mayores. He tenido la suerte de asistir a varias Jornadas Mundiales de la Juventud y ver una cara de la Iglesia joven, alegre y multitudinaria. Ayer salía de un Mercadona y escuché un claxon insistente y ruidoso. Pensé que a algún coche le habían bloqueado la salida, cuando veo que me hacen señales desde una furgoneta. Al acercarme vi unas caras conocidas, que me dicen que salen hacia Lisboa, a la JMJ. Un grupo de chicos y de chicas que, por su cuenta y riesgo, iban a ver al Papa. Les di la bendición de viaje y les deseé un feliz encuentro con Cristo. Me respondieron que eso era lo que querían. Se les veía radiantes y entusiasmados.
Hemos visto por la ciudad y en los medios multitudes de jóvenes camino de la JMJ. Chicos que podrían estar tirados cómodamente por las playas o piscinas y que hacen un paréntesis en sus vacaciones para ir a rezar, a escuchar a un anciano. Esto no tiene ninguna lógica. No van de botellón, ni de concierto; van a misa, a adorar a la Eucaristía, a rezar el rosario. Y esto en pleno siglo XXI.
Hay un empeño común y constante en los medios de comunicación, en los planes escolares, en la cultura dominante: todos los poderosos de la tierra se aúnan para ridiculizar a Dios, a la Iglesia, a los cristianos. Pero la Iglesia sigue viva, también a pesar de sus miembros, de sus pastores. Es así, porque es de Dios. Ya le dijo su Fundador al primer papa: “Las puertas del infierno no podrán contra ella”. Con Dios nadie puede; tiene una paciencia infinita y siempre gana.
“Seis días después, Jesús se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los condujo a un monte alto, a ellos solos. Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con él. Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús: –Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Jesús, antes de entregarse por nosotros, quiso mostrar su grandeza, su claridad, su filiación divina a sus discípulos. Quiso fortalecerles en la fe, ante su inminente pasión. Fue como decirles: “no tengáis miedo, yo he vencido al mundo”.
Recuerdo que en la JMJ de 2011 en Madrid, durante la vigilia de oración, estalló una impresionante tormenta: viento, rayos y truenos, lluvia y oscuridad. Uno de los chicos que estaba a mi lado decía: “¡Vámonos, vámonos!”. En mi interior rezaba a Dios: “pero cómo permites esto. Vas a dejar que gane el maligno”. Tras unos instantes apocalípticos, volvió la calma; salió el sol, se calmó la tempestad. Cientos de miles de jóvenes, de rodillas, adoraban en silencio al Señor sacramentado, expuesto en la preciosa custodia de la catedral de Toledo.
Benedicto XVI, que no quiso retirarse, hizo este comentario: “Jóvenes, gracias por vuestra alegría”, que arrancó ovaciones. “¡Gracias por vuestra resistencia! ¡Vuestra fuerza es mayor que la lluvia!”, añadió. “El Señor con la lluvia nos manda muchas bendiciones. También en esto sois un ejemplo”. Creo que la enseñanza es clara: no podemos desesperar nunca, nada ni nadie nos puede apartar del amor de Dios.
En Cracovia decía Francisco a los peregrinos de la JMJ: “Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse jubilado antes de tiempo. Me preocupa ver a jóvenes que tiraron la toalla antes de empezar el partido, que están entregados sin haber comenzado a jugar”. “Me duele –agrega– que haya jóvenes que caminan con rostros tristes, como si su vida no valiera. Son jóvenes esencialmente aburridos, y que aburren”. “Hay jóvenes que pierden hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones, en mi tierra natal diríamos vendedores de humo, y que les roban lo mejor”, añade.
Preparando el encuentro de Lisboa decía el Papa: “La Iglesia no es un club para la tercera edad, como tampoco es un club juvenil. Si se convierte en algo de viejos, va a morir. San Juan Pablo II decía que, si vivís con los jóvenes, también vos te volvés joven, y la Iglesia necesita a los jóvenes para no envejecer”. Es el encuentro con Jesús lo que impide que envejezcamos. Es Él quien nos da la eterna juventud. Pidamos para que se cumpla el deseo de Francisco: “Me gustaría ver en Lisboa una semilla del mundo del futuro. Un mundo donde el amor esté en el centro, donde nos podamos sentir hermanas y hermanos. Estamos en guerra, necesitamos otra cosa.
Un mundo que no tenga miedo a testimoniar el Evangelio. Un mundo con alegría, porque los cristianos, si no tenemos alegría, no somos creíbles, no nos cree nadie”. Veamos el rostro joven y alegre de la Iglesia.