«La historia del Opus Dei es una suma de biografías personales»
Desde hace años los historiadores pertenecientes al Opus Dei, así como varios de sus miembros, están publicando no solo biografías, que podríamos llamar autorizadas, sobre san Josemaría Escrivá de Balaguer, sino también sobre diversos aspectos del desarrollo de la Obra desde sus comienzos en Madrid, allá por el año 1928.
Ahora que se aproxima el centenario de su fundación, José Luis González Gullón y John F. Coverdale presentan la primera Historia del Opus Dei, con la intención de narrar el nacimiento y desarrollo de la Obra desde su fundación hasta la muerte del segundo sucesor de san Josemaría, Javier Echevarría.
Hay tres cuestiones en este magnífico análisis histórico del Opus Dei que merecen ser destacadas. La primera de ellas es el interés especial por poner de manifiesto la variedad de personas que forman parte de la Obra. «Cristianos corrientes» de toda clase, raza, sexo y condición que por vocación divina han decidido vivir su fe bajo un carisma concreto. Hombres y mujeres corrientes que viven en medio del mundo y entran en relación con la sociedad en la que viven y a la que evangelizan por medio de su trabajo, relaciones profesionales y familiares, o por medio de sus amistades. Esto significa que «la historia del Opus Dei es una suma de biografías personales».
La segunda cuestión que merece la pena señalar es la universalidad del Opus Dei. El fundador «vio» la Obra de Dios en un espacio y tiempo determinado que podía haber condicionado el desarrollo posterior. Sin embargo, desde muy pronto, san Josemaría tuvo claro que lo que él quería fundar no era una asociación que saliera al paso de unas determinadas necesidades que la Iglesia y la España de entonces pudieran tener en aquel momento, sino que nacía con vocación universal.
Es significativo que, cuando el Concilio Vaticano II en Lumen gentium afirmó en el número 11 que «todos los fieles cristianos […] son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre», ni la Santa Sede que había dado su aprobación definitiva al Opus Dei en 1950, ni su fundador, ni sus miembros, entendieron que, con este concilio el carisma propio de la Obra llegaba a su fin o que su razón de ser había perdido sentido.
Y la tercera cuestión está relacionada con la difícil tarea de narrar aquello que no se puede ver ni tocar, y que los documentos son incapaces de recoger; el carisma, es decir, aquello que el joven sacerdote Josemaría Escrivá definió como «una iluminación sobre toda la Obra». Esto hace necesaria «una precisa metodología […] porque contiene aspectos intangibles relacionados con el misterio de la Iglesia. Sus propuestas hacen referencia a Dios, a la relación del hombre con la divinidad y a una visión del mundo como ámbito de contacto entre lo temporal y lo sagrado».
Esta Historia del Opus Dei es necesaria porque sabe pasar por encima de lo que podríamos llamar una historia institucional para narrar la vida de hombres y mujeres entregados a Dios, la mayoría desconocidos porque son gente corriente, porque sus historias son gotas que forman «un mar sin orillas». Son personas, cristianos, que quieren vivir con radicalidad su fe dentro de un carisma concreto que «les recuerda la misión que tienen encomendada: identificarse con Cristo y llevarle a todos los ambientes, promoviendo los valores evangélicos en el trabajo profesional y en el debate público, en todos los ámbitos de convivencia».