No puede haber progreso auténtico sin verdad, sería un falso desarrollo, una mera ilusión
Un gran líder contemporáneo ha sido Benedicto XVI; me atrevería a decir que es una de las mentes más preclaras de los últimos tiempos. Desde muy joven adquirió un fuerte compromiso por buscar la verdad. Eligió como lema episcopal Colaboradores de la verdad. Pienso que este debe ser el lema de todo aquel que pretenda ejercitar cualquier liderazgo, ya sea familiar: los padres; educativo: profesores y maestros; social: políticos, artistas, periodistas; moral: obispos, sacerdotes, catequistas.
El líder es quien va por delante, el que abre camino, quien conduce. Es una persona capaz de incentivar y motivar, de cuidar. Una buena imagen del liderazgo es la del pastor. El mismo Jesús dice que es el pastor que da la vida por sus ovejas. La iconografía más antigua lo representa como a un joven pastor que lleva a la oveja sobre sus hombros. También porta el cayado para defenderlas del lobo. Les muestra los buenos pastos. El buen pastor está comprometido con el bien de sus ovejas: con lo que realmente les hace bien.
Hoy podemos caer en la tentación de pretender quedar bien más que hacer el bien. Como la sociedad tiene mucho de sentimentalismo, de emociones, gustan los likes; lo sólido puede ser desagradable, no rentable emocionalmente. Esto se aprecia en muchos padres, que para que sus hijos le dejen tranquilos, para tener un poco de paz, ceden en lo que no se debe; abdican de la labor de liderazgo, no procuran el bien de los suyos, anteponen su comodidad. En el caso de los políticos, es la popularidad, el ganar votos es el móvil de sus acciones y promesas.
Algunos fanatismos están provocando un rechazo de lo sólido, de la verdad. Hemos visto que las rigideces, la intransigencia, el moralismo van en deterioro de la paz, de la libertad. No nos gustan las posturas “talibanes”, inquisitivas. Pero la ausencia de verdad, de convicciones firmes, de valores, tampoco favorecen a la persona, al avance social. No puede haber progreso auténtico sin verdad, sería un falso desarrollo, una mera ilusión.
La mentira hace daño. El embuste, la falacia en el líder, en el pastor, lo desacredita por no ser un referente. Al faltarle el norte, la convicción, las certezas, se transforma en una veleta que acaba contradiciéndose, herida por sus mismos dardos lanzados a voleo. El efecto búmeran se ceba con el mentiroso.
El peor amor es el de mentira. Aunque seamos muy tolerantes con el engaño, con el trapicheo, queremos que nos quieran de verdad. Tenemos una especial capacidad para detectar la falta de amor, la corrupción del amor. La crisis del amor que estamos viviendo y padeciendo tiene su origen en el abandono de la verdad. Cuando nada es verdad, cuando esta falta, cuando la despreciamos, estamos matando el amor y, sin amor, no se puede vivir.
Los líderes, pastores, más importantes son los padres, que son los que dan vida. Dios es Padre. En la Iglesia el papa, los obispos y sacerdotes son padres. Los grandes políticos son considerados padres de la patria. Sin esta función de verdadera paternidad estamos perdidos, condenados a la extinción.
En una reciente reunión sacerdotal nos preguntábamos qué tipo de sacerdote está pidiendo el mundo. Se habló mucho del sacerdote misericordioso, cercano y humano. Así debe ser siempre, pero alguno se preguntaba si esto era suficiente. Parece que es lo que “el mercado” demanda. Hay muchas heridas que curar, pero también sería muy bueno prevenirlas. ¿No será que el modelo de sociedad que tenemos, la confusión moral, el relajamiento de costumbres, contribuyen a propagar estas heridas? ¿Basta con una misericordia que renuncie a la verdad? ¿Sería un buen sacerdote aquel que lo bendice todo?
Algo semejante se podría decir de los enseñantes: les falta una visión de conjunto y recta de la historia, del mundo, de lo que es el hombre. También de los padres que buscan sentirse bien, lograr sus deseos de paternidad al margen de dar una buena educación a los suyos; de los gobernantes que se limitan a estar en el gobierno y que promueven leyes populares pero injustas, alejadas de la verdad. Pienso que un liderazgo que apartado de la verdad nunca contribuye al bien común, ni es útil a los demás.
Es cierto que es pretencioso alardear de estar en posesión de la verdad; que el peligro de los fundamentalismos es evidente. Pero también las ideologías son peligrosas, éstas presumen también de ser la única alternativa y, negando que exista la verdad, imponen la suya.
Alcanzar la verdad, acercarse a ella requiere un arduo empeño. Hace falta claridad de ideas, apertura de mente, humildad para reconocer los propios errores; pero el hombre, por naturaleza, está abierto a ella. Basta con abrir los ojos y observar, basta con ser honrados y reconocer lo que nos hace bien o no. Y el creyente sabe que la Verdad tiene un nombre: Cristo, Buen Pastor, Camino, Verdad y Vida.