Casa Santa Marta, la residencia donde vive Francisco. Las puertas se abren para RSI, radio y televisión suiza en lengua italiana, para una entrevista con el Papa dedicada a los diez años de pontificado
Santo Padre, en estos diez años, ¿cuánto ha cambiado?
Soy viejo. Tengo menos resistencia física, la lesión de rodilla fue una humillación física, aunque ahora se está curando bien.
¿Le ha afectado ir en silla de ruedas?
Me daba un poco de vergüenza.
Muchos le describen como el Papa de los últimos. ¿Se siente así?
Es verdad que tengo preferencia por los descartados, pero eso no significa que descarte a los demás. Los pobres son los preferidos de Jesús. Pero Jesús no despide a los ricos.
Jesús pide que traigan a cualquiera a su mesa. ¿Qué significa esto?
Significa que nadie queda excluido. Cuando los de la fiesta no vinieron, les dijo que fueran al cruce de caminos y llamaran a todos, a los enfermos, a los buenos y a los malos, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los pobres, a todos. No debemos olvidar esto: la Iglesia no es una casa para algunos, no es selectiva. El santo pueblo fiel de Dios es eso: todos.
¿Por qué algunas personas se sienten excluidas de la Iglesia por sus condiciones de vida?
El pecado siempre está ahí. Hay hombres de Iglesia, mujeres de Iglesia, que se distancian. Y eso es como la vanidad del mundo, sentirse más justo que los demás, pero no está bien. Todos somos pecadores. A la hora de la verdad pon tu verdad sobre la mesa y verás que eres un pecador.
¿Cómo se imagina la hora de la verdad, el más allá?
No me lo imagino. No sé cómo será. Sólo le pido a la Virgen que esté conmigo.
¿Por qué eligió vivir en Santa Marta?
Dos días después de la elección fui a tomar posesión del palacio apostólico. No es tan lujoso. Está bien hecho, pero es enorme. La sensación que tuve fue como la de un embudo al revés. Psicológicamente no puedo soportarlo. Por casualidad pasé por delante de la habitación donde vivo. Y dije: “Me alojo aquí”. Es un hotel, viven cuarenta personas que trabajan en la curia. Y viene gente de todas partes.
¿Echa algo de menos de su vida anterior?
Pasear, ir por la calle. Solía caminar mucho. Usaba el metro, el autobús, siempre con gente.
¿Qué piensa de Europa?
Ahora mismo tiene tantos políticos, jefes de gobierno o jóvenes ministros. Siempre les digo: hablen entre ustedes. Aquél es de izquierda, tú eres de derecha, pero los dos son jóvenes, hablen. Es el momento del diálogo entre los jóvenes.
¿Qué trae un Papa casi del fin del mundo?
Me acuerdo de algo que escribió la filósofa argentina Amelia Podetti: la realidad se ve mejor desde los extremos que desde el centro. Desde la distancia se comprende la universalidad. Es un principio social, filosófico y político.
¿Qué recuerda de los meses de encierro, de su oración solitaria en la plaza de San Pedro?
Llovía y no había gente. Sentí que el Señor estaba allí. Era algo que el Señor quería hacernos comprender la tragedia, la soledad, la oscuridad, la peste.
Hay varias guerras en el mundo. ¿Por qué es difícil entender el drama?
En poco más de cien años ha habido tres guerras mundiales: la del 14-18, la del 39-45 y ésta, que es una guerra mundial. Empezó a trozos y ahora nadie puede decir que no sea mundial. Todas las grandes potencias están implicadas en ella. El campo de batalla es Ucrania. Todo el mundo lucha allí. Esto me hace pensar en la industria armamentística. Un técnico me dijo: si durante un año no se fabricaran armas, se resolvería el problema del hambre en el mundo. Es un mercado. Se hacen guerras, se venden armas viejas, se prueban otras nuevas.
Antes del conflicto en Ucrania se reunió varias veces con Putin. Si se reuniera con él hoy, ¿qué le diría?
Le hablaría con la misma claridad con la que hablo en público. Es un hombre educado. El segundo día de la guerra fui a la embajada rusa en la Santa Sede para decir que estaba dispuesto a ir a Moscú si Putin me dejaba una ventana para negociar. Lavrov me escribió dándome las gracias, pero no era el momento. Putin sabe que estoy disponible. Pero allí hay intereses imperiales, no sólo del imperio ruso, sino de imperios de otros lugares. Precisamente del imperio es poner a las naciones en segundo lugar.
¿Qué otras guerras considera más cercanas?
El conflicto de Yemen, Siria, los pobres Rohingya de Myanmar. ¿Por qué este sufrimiento? Las guerras duelen. No hay espíritu de Dios. No creo en las guerras santas.
Usted habla a menudo de murmuración. ¿Por qué?
La murmuración destruye la convivencia, la familia. Es una enfermedad oculta. Es la peste.
¿Cómo han sido los diez años de Benedicto XVI en Mater Ecclesiæ?
Bien, es un hombre de Dios, le quiero mucho. La última vez que lo vi fue en Navidad. Apenas podía hablar. Hablaba bajo, bajo. Necesitaban traducir sus palabras. Estaba lúcido. Hacía preguntas: ¿cómo es esto? ¿Y ese problema de ahí? Estaba al día de todo. Era un placer hablar con él. Le pedía opiniones. Daba su opinión, pero siempre equilibrada, positiva, un hombre sabio. La última vez, sin embargo, se veía que estaba al final.
Las exequias fúnebres fueron sobrias. ¿Por qué?
Los ceremonieros se habían “roto la cabeza” para hacer el funeral de un Papa no reinante. Era difícil marcar la diferencia. Entonces les dije que estudiaran la ceremonia de los funerales de los futuros Papas, de todos los Papas. Están estudiando y también simplificando un poco las cosas, quitando las cosas que litúrgicamente no van.
El Papa Benedicto abrió el camino a la renuncia. Usted ha dicho que es una posibilidad pero que de momento no la contempla. ¿Qué podría llevarle a dimitir en el futuro?
Un cansancio que no te hace ver las cosas con claridad. Una falta de claridad, de saber valorar las situaciones. Quizá también un problema físico. Siempre pregunto sobre esto y me dejo aconsejar. ¿Cómo van las cosas? ¿Te parece que debo?... A gente que me conoce, incluso a algunos cardenales inteligentes. Y me dicen la verdad: va bien. Pero, por favor: grite a tiempo.
Cuando se despide, pide a todos que recen por Usted. ¿Por qué?
Estoy seguro de que todo el mundo reza. A los no creyentes les digo: recen por mí y si no rezan envíenme buenas ondas. Un amigo ateo me escribe: ... te mando buenas ondas. Es una forma pagana de rezar, pero es amar. Y amar a otro es una oración.
Paolo Rodari en www.rsi.ch
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