“Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad”
Hace tres años, al estallar la pandemia del Covid-19, previendo lo que se nos venía encima, escribí unas líneas al hilo del refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando” .El mensaje era no quedarnos solo “Con el mazo dando…”, y así titulé aquellas líneas. Para ilustrarlas me serví de un suceso, con cierta base histórica, ocurrido en el siglo XVI cuando el Papa Julio II impulsó la construcción de la Basílica de San Pedro. Uno de los arquitectos, Donato de Bramante, quiso que su hijo pequeño lo acompañara al presentar su proyecto. Cuentan que le gustó tanto a Julio II, que ofreció al niño un cofre con monedas destinadas a los gastos de construcción y le dijo: “Mete la mano y toma un puñado para ti”. El chavalín, apunto de hacerlo, se detuvo y respondió: “No…, yo no: mejor el Papa que tiene la mano más grande”. La moraleja estaba servida: la capacidad de nuestras manos para afrontar los problemas de la vida siempre será inferior a la de una persona mayor. En nuestro caso y llevando al límite la metáfora, a las manos de Dios. Él quiere que dominemos el mundo -como ordenó a la primera pareja: “creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gn 1, 20)-, pero usando rectamente la razón y sin descartarle a Él en ese empeño.
En los tres últimos años, sin embargo, el derrotero de la vida política y social en todo el mundo apunta a la completa ignorancia de Dios, cuando no a un rechazo explícito de su acción creadora y providente. Así lo prueban, entre otros, estos hechos: la guerra de Ucrania;la aprobación de leyes inicuas contrarias a la vida naciente -como las del aborto- y a su final natural sin anticipos, como la de la eutanasia; o leyes que rediseñan la naturaleza humana y el cambio de sexo a voluntad, privilegiando sentimientos íntimos que, con un “porque sí”, son reconocidos jurídicamente, eliminando lo que dice la ciencia, una seria reflexión y hasta el sentido común; o propuestas configuradoras de múltiples modelos de familia, etc.
Esos ejemplos de ingeniería social y contrarios a una secular y bien probada y sana antropología, muestran que hemos prescindido del discurso racional que lleva a la verdad sobre la persona humana y al bien común. Ya pagado así el recto uso de la razón con sus luces otorgadas por el Creador, se apaga simultáneamente la presencia de Dios en nuestras vidas. Solo queda en pie la segunda parte del refrán: “con el mazo dando”.
Por ofrecer una analogía deportiva, se diría que quienes dirigen el concierto político y social a distintos niveles, hubieran sacado la tarjeta roja a Dios a la hora de aprobar leyes y ordenamientos que tocan aspectos esenciales de la dignidad humana, expulsándolo del terreno de juego de la ciudad temporal. ¿Imaginamos qué sucedería en un encuentro deportivo si el expulsado fuera el árbitro? El juego desembocaría en una nueva Babel, aumentada y no corregida, respecto a la narrada en la Biblia.
En el capítulo 11 del Génesis, con aquella figura pedagógica de la torre cuyos constructores pretendían alcanzar el cielo y suplantar a Dios, se recoge aleccionadoramente lo que sucede cuando los hombres, con actitud prepotente y soberbia, se arrogan facultades que no les corresponden, y ponen a Dios entre paréntesis. El relato de Babel ofrece la imagen real de una humanidad orgullosa, que quería bastarse a sí misma, como también sucede hoy. En el fondo es lo que está ocurriendo en nuestros días, cuando los responsables de ordenar la vida humana en el terreno político y social -como apuntaba antes-, lo hacen con leyes contrarias a la Ley suprema de Dios y, en consecuencia, contra el hombre mismo como imagen divina y contra su verdadero bien.
Desde el pecado original y el fratricidio de Caín contra Abel, el crecimiento del mal entre los hombres llegó al punto de provocarla pretensión ilusoria de Babel, expresada en la confusión de lenguas y, con ella, la dispersión y la ruptura de la unidad querida originariamente por Dios. Hoy, nuestro momento histórico refleja el de aquel entonces, en lo que ambos tienen de confusión, enfrentamientos y rupturas. Unas palabras del cardenal Sarah, gran conocedor de los problemas humanos a nivel mundial, son buena muestra y resumen de lo dicho hasta aquí. Escribe el cardenal africano:
“Tensiones y divisiones, muchas veces violentas, en el seno de las familias; luchas sociales, guerras acompañadas de salvajes atrocidades; feroces combates por el poder político y económico; fracturas y mutuas enemistades hasta en el interior de la Iglesia católica: qué insondable es el misterio del pecado del hombre y del perdón de Dios”.
La dureza de ese cuadro humano viene suavizada por las palabras finales que recuerdan el perdón misericordioso divino. Y también, por las que preceden al párrafo citado, donde Sarah llama a las cosas por su nombre: “pecado”, a lo que origina la ruptura del hombre con Dios y de los humanos entre sí. Y “Dios”, al Ser supremo y legislador que sabe lo que es bueno para nosotros. Escribe: “El primer pecado arruina nuestras relaciones humanas y parece abocar a una ruptura irremediable de la relación entre Dios y la humanidad, si no fuera porque Él interviene para recordarnos dónde está el bien, para perdonarnos y reconciliarnos.” (Card. Robert Sarah, Catecismo de la vida espiritual, 2022, pág. 158).
Por negativo que resulte ese cuadro de nuestra Babel contemporánea, siempre brillan luces de esperanza ofrecidas por el amor de Dios. Además, toda persona de buena voluntad sabrá mirar el cuadro sin derrotismos ni lamentos estériles, y con deseos de aportar soluciones, porque siempre “es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad”. Este es el propósito del presente artículo: concienciarnos vivamente de la raíz última de esta Babel postmoderna que sufrimos, poniendo el dedo en la llaga de nuestros males: la ausencia de Dios, cuando no su rechazo explícito. Y además, animar al lector para que en su entorno profesional, familiar, cultural, etc., procure aportar eficazmente su pequeña luz. El cristiano, además, sabe que Dios camina con él y que -misteriosa e inefablemente- sigue sufriendo hoy con nosotros. Lo hace especialmente con quienes, por misteriosa gracia del Cielo, Cristo los estrecha y une a los dolores de su Pasión. Así sucedió con santa Faustina Kowalska a propósito del crimen del aborto. Su escalofriante testimonio cerrará estas consideraciones:
"Hoy deseaba ardientemente hacer la Hora Santa delante del Santísimo Sacramento; sin embargo, la voluntad de Dios fue otra: a las ocho experimenté unos dolores tan violentos que tuve que acostarme enseguida, he estado contorsionándome por estos dolores durante tres horas. Ninguna medicina me alivió, lo que tomaba lo vomitaba, hubo momentos en que los dolores me dejaban sin conocimiento. Jesús me hizo saber que de esta manera he tomado parte en su agonía en el Huerto y que Él mismo había permitido estos sufrimientos en reparación a Dios por las almas asesinadas en el seno de sus madres”. (Diario, n. 1276)
Es un caso sobrecogedor y extremo, pero toda persona honrada se animará a combatir la batalla por la dignidad humana y el verdadero bien común. Hay luces de esperanza para salir victoriosos, porque aquí sí puede decirse que se está del lado bueno de la historia: el de la razón sin contaminaciones ideológicas que, viendo más claro y más lejos, apuesta por la verdad del hombre y de la vida.