Uno de los milagros más recordados de Jesús fue el de la Multiplicación de los Panes y los Peces: comida multiplicada… y gratis. Y es interesante al leer el texto del Evangelista San Mateo (Mt 14, 13-21), descubrir algunos detalles que rodearon este impresionante milagro.
Lo primero que llama la atención es el hecho de que para el momento de este acontecimiento, Jesús se acaba de enterar de la muerte de su Precursor, que era su primo, San Juan Bautista. Nos dice el Evangelista que “al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar solitario”. Es decir, que en ese momento el Señor estaba de duelo y quería retirarse a solas, seguramente a orar, o simplemente a recuperarse de la tristeza de este hecho. Fue un vil asesinato que -como Dios- conocía ya de antemano, pero que como Hombre verdadero que era también, le debe haber conmovido mucho (cfr. Mt 14, 1-12).
¿Por qué llama la atención esto? Por lo que de seguidas nos cuenta el Evangelista: al saber la gente que Jesús estaba por allí, lo siguieron por tierra y al ver aquella muchedumbre de gente “se compadeció de ella y curó a los enfermos”... y posteriormente, les dio de comer. Es decir que Jesús se olvida de lo que inicialmente iba a hacer, se olvida de su retiro en soledad, y se somete a la solicitud de una muchedumbre hambrienta de pan material y de pan espiritual.
Y nosotros, que debemos ser imitadores de Cristo, ¿actuamos así con relación a las necesidades de los demás? ¿Qué necesidades van primero: las nuestras o las de los demás? ¿Cómo respondemos a quien nos necesita para que le demos una palabra de aliento, una atención porque está enfermo o simplemente porque tiene hambre de un trozo de pan? ¿Hacemos como Jesús, olvidarnos de nuestra tristeza o preocupación personal para atender a otros, aún dentro de nuestra propia tristeza o preocupación? ...
El otro detalle que llama la atención de este milagro multiplicador de comida es el hecho de que Jesús le pregunta a sus discípulos cuánta comida tienen: son sólo cinco panes y dos pescados. La muchedumbre era grande: cinco mil hombres, más mujeres y niños. Si tomamos en cuenta que a Jesús lo seguían muchas más mujeres que hombres, probablemente en total podían haber sido unas quince mil personas.
¿Cómo podían los discípulos, preocupados por el gentío, seguir la indicación del Señor que les dice: “Denles ustedes de comer”? Pero sucedió que sí pudieron cumplir esta instrucción, pues, acto seguido, Jesús efectúa el milagro: de los cinco panes y dos peces iban saliendo muchísimos panes y pescados... ¡tantos! que al final, después de haber comido todos, se recogieron doce cestas de sobras.
Las cifras que pone el Evangelista dan una idea de la espectacularidad del milagro. Pero este milagro fue ¡nada! en comparación con otro milagro que este milagro pre-anuncia: la Sagrada Eucaristía, en la cual Jesús se convierte El mismo en nuestro “Pan bajado del Cielo” (Jn 6, 41).
En efecto, Jesús es nuestro “Pan de Vida” que alimenta nuestra vida espiritual, que se da a nosotros como alimento en la Hostia Consagrada, cada vez que queramos recibirlo: diariamente, si deseamos.
Dios se ocupa de nuestras necesidades materiales y de las espirituales. Espera, eso sí, que depongamos nuestros gustos y deseos para dar prioridad a los de los demás. Y también espera que pongamos lo poco que tengamos (nuestros cinco panes y dos pescados) para El multiplicarlos para los demás. Y nos da otro pan gratis que nos alimenta en el camino a la Vida Eterna: la Sagrada Comunión.