En su catequesis semanal el Papa ha recordado que “Jesús insiste mucho en que los discípulos permanezcan vigilantes, que no se duerman ni estén demasiado seguros de sí mismos…”
Catequesis del Santo Padre en español
Entramos en la fase final de este recorrido de catequesis sobre el discernimiento. Partimos del ejemplo de san Ignacio de Loyola; después consideramos los elementos del discernimiento —es decir, la oración, el conocerse a uno mismo, el deseo y el “libro de la vida”—; nos detuvimos en la desolación y la consolación, que forman la “materia”, y así hemos llegado a la confirmación de la decisión tomada.
Considero necesario incluir en este punto la referencia a una actitud esencial para que no se pierda todo el trabajo realizado en discernir lo mejor y tomar la decisión correcta, y esta sería la actitud de la vigilancia. Hemos hecho el discernimiento, consolación y desolación; hemos elegido una cosa… todo va bien, pero ahora vigilar: la actitud de la vigilancia. Porque de hecho hay un riesgo, como hemos escuchado en el pasaje del Evangelio que se ha leído. El riesgo es que el “aguafiestas”, es decir, el Maligno, puede arruinarlo todo, haciéndonos volver al punto de partida, es más, a una condición aún peor. Y eso pasa, por lo que es necesario estar atentos y vigilar. Por eso es indispensable estar vigilantes. Por tanto, hoy me ha parecido oportuno destacar esta actitud, que todos necesitamos para que el proceso de discernimiento llegue a buen término y permanezca ahí.
En efecto, Jesús insiste mucho en su predicación en que el buen discípulo esté vigilante, no se duerma, no se deje llevar por la excesiva seguridad cuando las cosas van bien, sino que permanezca atento y dispuesto para cumplir su deber.
Por ejemplo, en el Evangelio de Lucas, Jesús dice: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos» (12,35-37).
Vigilar para proteger nuestro corazón y saber qué pasa dentro. Se trata de la disposición de ánimo de los cristianos que esperan la venida final del Señor; pero se puede entender también como la actitud ordinaria que hay que tener en la conducta de vida, de modo que nuestras buenas decisiones, realizadas a veces después de un arduo discernimiento, puedan proseguir de forma perseverante y coherente, y dar fruto.
Si falta la vigilancia, es muy fuerte, como decíamos, el riesgo de que todo se pierda. No se trata de un peligro de tipo psicológico, sino espiritual, una verdadera insidia del espíritu maligno. De hecho, espera precisamente el momento en el que estamos demasiado seguros de nosotros mismos, y ahí está el peligro: “Estoy seguro de mí mismo, he ganado, ahora estoy bien…”: ese es el momento que el espíritu malo espera, cuando todo va bien, cuando las cosas van “como la seda” y tenemos, como se dice, “el viento en popa”. De hecho, en la pequeña parábola evangélica que hemos escuchado, se dice que el espíritu impuro, cuando vuelve a la casa de la que había salido, «la encuentra desocupada, barrida y en orden» (Mt 12,44). Todo está bien, todo está en orden, pero ¿el dueño de la casa dónde está? No está. No hay nadie que la vigile y la custodie. Ese es el problema. El dueño de la casa no está, ha salido, se ha distraído; o está en casa, pero dormido, y por tanto es como si no estuviera. No está vigilante, no está atento, porque está demasiado seguro de sí y ha perdido la humildad de proteger su corazón. Debemos custodiar siempre nuestra casa, nuestro corazón y no estar distraídos… porque ahí está el problema, como decía la parábola.
Entonces, el espíritu malo puede aprovecharse y volver a esa casa. Pero el Evangelio dice que no vuelve solo, sino junto a otros «siete espíritus peores que él» (v. 45). Una mala compañía, una banda de delincuentes. Pero —nos preguntamos— ¿cómo es posible que puedan entrar tan tranquilos? ¿Por qué el dueño no se da cuenta? ¿No había sido tan bueno al hacer el discernimiento y expulsarlos? ¿No había recibido también las felicitaciones de sus amigos y vecinos por esa casa tan hermosa y elegante, tan ordenada y limpia? Sí, pero quizá precisamente por eso se había enamorado demasiado de la casa, es decir, de sí mismo, y había dejado de esperar al Señor, de esperar la venida del Esposo; quizá por miedo a arruinar ese orden ya no recibía a nadie, no invitaba a los pobres, a los sin techo, a los que molestan… Una cosa es cierta: aquí está por medio el orgullo malo, la presunción de ser justos, de ser buenos, de estar a gusto. Muchas veces oímos decir: “Sí, yo era malo antes, me convertí y ahora, ahora la casa está en orden gracias a Dios…”, y estás tranquilo por eso. Cuando confiamos demasiado en nosotros mismos y no en la gracia de Dios, entonces el Maligno encuentra la puerta abierta. Organiza la expedición y toma posesión de esa casa. Y Jesús concluye: «Y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio» (v. 45).
¿Pero el dueño no se da cuenta? No, porque estos son los demonios educados: entran sin que te des cuenta, llaman a la puerta, son amables. “No va bien, venga, venga, entra…”, y después al final mandan ellos en tu alma. Estad atentos a esos diablillos, a esos demonios: el diablo es educado, cuando finge ser un gran señor. Porque entra con la nuestra para salirse con la suya. Es necesario defender la casa de ese engaño de los demonios educados. Y la mundanidad espiritual va por ese camino, siempre.
Queridos hermanos y hermanas, parece imposible, pero es así. Muchas veces perdemos, somos vencidos en las batallas, por esa falta de vigilancia. Muchas veces, quizá, el Señor nos ha dado muchas gracias y al final no somos capaces de perseverar en esa gracia y lo perdemos todo, porque nos falta la vigilancia: no hemos vigilado las puertas. Y luego hemos sido engañados por alguien que viene, educadamente se mete dentro y adiós… el diablo tiene estas cosas. Cada uno puede también verificarlo pensando en su historia personal. No basta hacer un buen discernimiento y tomar una buena decisión. No, no basta: es necesario estar vigilantes, proteger esa gracia que Dios nos ha dado, pero vigilar, porque tú puedes decirme: “Pues yo, cuando veo algún desorden, me doy cuenta enseguida de que es el diablo, una tentación…”, sí, pero esta vez viene disfrazada de ángel: el demonio sabe disfrazarse de ángel, entra con palabras amables, y te convence, y al final es peor que al principio… Es necesario permanecer vigilantes, vigilar el corazón. Si yo preguntara a cada uno y también a mí mismo: “¿qué está sucediendo en tu corazón?”, quizá no sabríamos decirlo todo: diremos una cosa o dos cosas, pero no todo. Vigilar el corazón, porque la vigilancia es señal de sabiduría, es señal sobre todo de humildad, porque tenemos miedo de caer y la humildad es el camino maestro de la vida cristiana.
Saludo cordialmente a las personas de lengua francesa. El periodo de Adviento nos recuerda esa actitud fundamental del cristiano: la vigilancia. Esperemos la venida del Señor y hagámoslo estando atentos a nuestros hermanos más frágiles que llaman a la puerta de nuestro corazón. De ese modo construimos nuestra vida con discernimiento, en coherencia con el Evangelio. Pidamos al Señor que nos mantenga vigilantes en humildad y disponibilidad. ¡Dios os bendiga!
Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los de los Estados Unidos de América y de la Universidad Católica de Australia. A cada uno y a vuestras familias, llegue el deseo de un fecundo camino de Adviento, para acoger, en Navidad, al Niño Jesús, Hijo de Dios y Príncipe de la paz. ¡Dios os bendiga!
Una cordial bienvenida a los fieles de lengua alemana. En particular saludo a la delegación del Land Alta Austria y a los peregrinos de la Diócesis de Linz con su Obispo, Mons. Manfred Scheuer. Os agradezco que hayáis traído nuevamente la “Luz de la Paz” de Belén a Roma. Imploremos del Señor el don de la paz, que el mundo tanto necesita. Buen Adviento a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a María, Virgen de la Dulce Espera, que nos enseñe a “velar y orar” para no distraernos en el seguimiento de su Hijo, y para descubrir su presencia salvadora en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua portuguesa, de modo especial al grupo de jóvenes de Vila do Conde. Todos esperamos con confianza la venida del Señor. Debemos preguntarnos: ¿yo, estoy vigilante en esta espera? ¡Dios os bendiga y os proteja de todo mal!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Hay que estar vigilantes para que el espíritu malo no entre en nuestra vida. La vigilancia es señal de sabiduría, es señal sobre todo de humildad, la vía maestra de la vida cristiana. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. El Adviento es el periodo de la espera de Navidad, es un momento para compartir. Muchos de vosotros lo recordáis uniéndoos a la iniciativa de Caritas: “De familia a familia”, gracias a la cual se da apoyo a las personas afectadas por conflictos armados y crisis humanitarias en todo el mundo. Este año las ayudas irán también a las familias ucranianas. Os animo a perseverar en compartir con quien lo necesita. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los jóvenes voluntarios, aquí reunidos en la Jornada nacional del Servicio civil y os animo a ser testigos de bondad, ternura y amor gratuito con todos, especialmente con las personas más frágiles. Y quiero decir una cosa: he encontrado tres cosas muy hermosas en la sociedad italiana, en la Iglesia italiana. Una de ellas es el voluntariado. ¡Tenéis un voluntariado fuerte, fuerte! Seguid adelante con esa espiritualidad del voluntariado que nos hace ayudar a tantos, uno al otro, y también nos une. Me alegra recibir a la Coral de Oristano con su Arzobispo, a la Asociación Nacional de Marineros y a la Asociación “Nuestros ángeles en el Paraíso” de Favara.
Mi pensamiento va, como de costumbre, a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados: ¡son muchos! A todos señalo la figura de san Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia, cuya memoria litúrgica celebramos hoy. Siguiendo el ejemplo de este gran maestro espiritual, manifestad en vuestra existencia diaria vuestra adhesión a la voluntad de Dios. Y renovemos nuestra cercanía al mártir pueblo ucraniano, perseverando en la oración ferviente por esos hermanos nuestros que sufren tanto.
Hermanos y hermanas, yo os digo: ¡hay tanto sufrimiento en Ucrania, tanto! Y me gustaría llamar un poco la atención sobre la próxima Navidad, incluidas las vacaciones. Es bonito celebrar la Navidad, celebrarlo…, pero bajemos un poco el nivel de los gastos navideños, así se llaman. Tengamos una Navidad más humilde, con regalos más humildes. Enviemos lo que ahorremos al pueblo ucraniano, que lo necesita, que sufre tanto; pasan hambre, sienten frío y muchos mueren porque no hay médicos ni enfermeras cerca. No nos olvidemos: una Navidad, sí; en paz con el Señor, sí, pero con los ucranianos en el corazón. Y hagamos ese gesto concreto por ellos.
Invitándoos a todos a intensificar la preparación espiritual para la Navidad que ya se acerca, os bendigo a todos de corazón y ahora recemos todos juntos el Padre Nuestro.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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