Se ve que el trauma post-aborto no es un simple invento pro-vida
Para avalar el derecho al aborto tradicionalmente se evocan historias de mujeres atribuladas por embarazos en circunstancias dramáticas: adolescente violada por padrastro, joven pobre y abandonada por su pareja, estudiante sin posibilidad de seguir su formación… La misma célebre sentencia de Roe vs. Wade se presentó como el caso de una violación, aunque luego se supo que era mentira.
Pero tras la revocación del derecho constitucional al aborto en EE.UU., los activistas pro-choice recurren cada vez más a las declaraciones de mujeres famosas que reconocen: “menos mal que pude abortar”. El mensaje es que, sin la posibilidad de abortar, su carrera profesional no hubiera sido posible y que esto le puede suceder a cualquier mujer.
Lo último que he leído al respecto es lo que cuenta en su libro de memorias Out of the Corner la actriz Jennifer Gray, protagonista de la película Dirty Dancing que le elevaría a la fama en 1987. Jennifer Gray no fue la típica chica que llega a Hollywood y trabaja de camarera esperando conseguir un papelito que le haga poner un pie en la industria del cine. Había nacido en una familia de actores muy conocidos en Los Ángeles, con dinero, con amistades entre las grandes celebridades, un círculo de relaciones que le abría las puertas de las discotecas más exclusivas y hasta del círculo de The Factory de Andy Warhol. Tanta facilidad favoreció una juventud de derroche, de desenfreno sexual, de drogas y de dinero fácil, aunque también de desengaños y abusos.
Hoy, como madre con una hija de 21 años, lo ve con horror. “Ninguna adolescente debería nadar en aguas tan oscuras”, piensa. “Me pone enferma tratar de imaginar a mi propia hija repetir lo que yo hice a los 16 años: hacerse la mujer adulta, vivir con un hombre mayor, esnifar toneladas de cocaína, meterse sedantes… y después ser engañada, traicionada y premiada con diversas enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados”.
Jennifer Gray revela haber sufrido varios abortos. El primero, en pleno frenesí de los años ochenta, le dejó una profunda huella: “Es una decisión muy grave, que queda contigo”. Se ve que el trauma post-aborto no es un simple invento pro-vida. Quizá los siguientes abortos le impresionaron menos, a medida que los asumía como una práctica normalizada y un derecho.
Hoy, con 62 años, preferiría que nada de eso hubiera pasado. Pero la conclusión que saca no puede ser más curiosa. Defiende el aborto porque “sin ello yo no hubiera tenido mi vida. No hubiera tenido la carrera que he tenido, no hubiera tenido nada”. Es decir, un hijo hubiera frenado su carrera, que culminaría con el éxito de Dirty Dancing a sus 27 años. Bien es verdad que la carrera también puede defraudar, y la propia actriz se limita hoy a hacer papeles de reparto en series de televisión. Hoy quizá su hija le da más satisfacciones que su carrera. ¿Y no hubieran aportado más valor a su vida otros vástagos descartados por el aborto?
Echando la vista atrás, Jennifer Gray también podría concluir que la disponibilidad del aborto a petición favorece la promiscuidad sexual que hoy quiere evitar a su hija; y plantearse por qué, si queremos apartar a las chicas de ese trauma, se intenta facilitar el aborto desde la adolescencia. Podría preguntarse si el aborto no se está utilizando como control de natalidad, como le ocurrió a ella con abortos repetidos. Podría constatar que el derecho al aborto favorece la irresponsabilidad del hombre, que ante la noticia del embarazo de su pareja le preguntará “¿y tú qué piensas hacer?”, antes de ofrecerse a acompañarla a la clínica abortista. Podría reconocer que el derecho al aborto no evita que la mujer pueda sentirse traicionada y abandonada por el hombre.
Hoy Jennifer Gray afirma su deseo de maternidad. “Siempre quise tener un hijo, pero no quería tener un hijo siendo una adolescente”. Pero tampoco en la veintena, ni en la treintena, pues no tuvo a su hija hasta que alcanzó los 41 años, cuando el reloj biológico acuciaba. También este retraso es un efecto típico del deseo de maternidad reprimido en tiempos de liberación sexual.
Pero en vez de replantearse las consecuencias que ha tenido el aborto en su propia vida y en la de tantas mujeres, Grey afirma tener “el corazón roto” tras ver la “involución” de la sociedad estadounidense a este respecto en las tres últimas décadas. En realidad, esa involución es un signo de que la sociedad se ha hecho más sensible ante el corazón roto del feto que el aborto descarta como material de desecho.
El derecho al aborto se presenta haciendo pareja con la liberación de la mujer. Pero en este “dirty dancing” hay mucha frustración y dolor para una gran mayoría de mujeres, como atestigua la propia vida de Jennifer Gray.