El Santo Padre ha reanudado esta mañana su ciclo de catequesis dedicado a la vejez, tras haber ofrecido la semana pasada sus reflexiones sobre el viaje apostólico a Canadá
Catequesis del Santo Padre en español
Estamos ya en las últimas catequesis dedicadas a la vejez. Hoy entramos en la conmovedora intimidad de la despedida de Jesús de los suyos, ampliamente narrada en el Evangelio de Juan. El discurso de despedida comienza con palabras de consuelo y promesa: “No se turbe vuestro corazón” (14,1); “Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros” (14,3). Hermosas palabras del Señor.
Poco antes, Jesús le había dicho a Pedro: “tú me seguirás más tarde” (13,36), recordándole el paso por la fragilidad de su fe. El tiempo de vida que les queda a los discípulos será inevitablemente un paso por a través de fragilidad del testimonio y los desafíos de la fraternidad. Pero también será un paso a través de las bendiciones emocionantes de la fe: “el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores” (14,12). ¡Pensad qué promesa es esta! ¡No sé si lo pensamos a fondo, si nos lo creemos completamente! No sé, a veces pienso que no...
La vejez es el momento propicio para el testimonio conmovedor y feliz de esta espera. Los ancianos están en espera, esperando un encuentro. En la vejez, las obras de la fe, que nos acercan a nosotros y a los demás al reino de Dios, ahora están más allá del poder de las energías, las palabras, los impulsos de la juventud y la madurez. Pero justamente así hacen aún más transparente la promesa del verdadero destino de la vida. ¿Y cuál es el verdadero destino de la vida? Un lugar en la mesa con Dios, en el mundo de Dios. Sería interesante ver si hay alguna referencia específica en las Iglesias locales, destinada a revivir este ministerio especial de esperar al Señor −es un ministerio, el ministerio de la espera del Señor− potenciando los carismas individuales y las cualidades comunitarias del anciano.
Una vejez que se consume en la degradación de las oportunidades perdidas, trae degradación para uno mismo y para todos. En cambio, la vejez vivida con dulzura, vivida con respeto a la vida real, disuelve definitivamente la incomprensión de un poder que debe bastarse a sí mismo y al propio éxito. Disuelve incluso el equívoco de una Iglesia que se adapta a la condición mundana, pensando así gobernar definitivamente su perfección y cumplimiento. Cuando nos liberamos de esa presunción, el tiempo de envejecimiento que Dios nos concede es ya en sí mismo una de esas obras “mayores” de las que habla Jesús. Es más, es una obra que a Jesús no le fue encomendada: ¡su muerte, su resurrección y su ascensión al Cielo lo hicieron posible para nosotros! Recordemos que “el tiempo es mayor que el espacio”. Es la ley de la iniciación. Nuestra vida no está hecha para encerrarse en sí misma, en una imaginaria perfección terrenal: está destinada a ir más allá, por el paso de la muerte, porque la muerte es un paso. De hecho, nuestro lugar estable, nuestro punto de llegada no está aquí, está al lado del Señor, donde Él mora para siempre.
Aquí, en la tierra, comienza el proceso de nuestro “noviciado”: somos aprendices de vida, que −entre mil dificultades− aprendemos a apreciar el don de Dios, honrando la responsabilidad de compartirlo y hacerlo fructificar para todos. El tiempo de la vida en la tierra es la gracia de ese paso. La presunción de detener el tiempo −querer la eterna juventud, el bienestar ilimitado, el poder absoluto− no sólo es imposible, es delirante.
Nuestra existencia en la tierra es el tiempo de la iniciación a la vida: es la vida, pero te lleva adelante a una vida más plena, la iniciación de la más plena; una vida que encuentra plenitud sólo en Dios. Somos imperfectos desde el principio y permanecemos imperfectos hasta el final. En el cumplimiento de la promesa de Dios, la relación se invierte: el espacio de Dios, que Jesús nos prepara con todo cuidado, es mayor que el tiempo de nuestra vida mortal. Pues la vejez acerca la esperanza de ese cumplimiento. A esas alturas, la vejez conoce definitivamente el sentido del tiempo y las limitaciones del lugar donde vivimos nuestra iniciación. La vejez es sabia para esto: los viejos son sabios por esto. Por eso es creíble cuando invita a regocijarse por el paso del tiempo: no es una amenaza, es una promesa. La vejez es noble, no necesita maquillarse para mostrar su nobleza. Quizás el maquillarse viene cuando falta la nobleza. La vejez es creíble cuando invita a regocijarse en el paso del tiempo: pero el tiempo pasa y eso no es una amenaza, es una promesa. ¡La vejez que encuentra la profundidad de la mirada de la fe no es conservadora por naturaleza, como dicen! El mundo de Dios es un espacio infinito, sobre el que ya no pesa el paso del tiempo. Y precisamente en la Última Cena, Jesús se proyectó hacia esa meta, cuando dijo a los discípulos: “desde ahora no beberé de ese fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba con vosotros de nuevo, en el Reino de mi Padre” (Mt 26,29). Y fue más allá. En nuestra predicación, el Paraíso está a menudo lleno de bienaventuranzas, de luz, de amor. Quizá le falta un poco de vida. Jesús, en las parábolas, hablaba del reino de Dios dándole más vida. ¿Ya no somos capaces de esto, al hablar de la vida que continúa?
Queridos hermanos y hermanas, la vejez, vivida en la espera del Señor, puede convertirse en la completa “apología” de la fe, que da a cada uno razón de nuestra esperanza para todos (cfr. 1P 3,15). Porque la vejez hace transparente la promesa de Jesús, proyectándose hacia la Ciudad Santa de la que habla el libro del Apocalipsis (capítulos 21-22). La vejez es la etapa de la vida más adecuada para difundir la buena noticia de que la vida es una iniciación para una realización definitiva. Los viejos son una promesa, un testimonio de promesa. Y lo mejor está por venir. Lo mejor está por venir: es como el mensaje de los viejos creyentes, lo mejor está por venir. ¡Dios nos conceda a todos una vejez capaz de esto!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a la juventud franciscana de Bitche. En unos días celebraremos la Asunción de la Santísima Virgen María. Que Ella, habiendo entrado en la gloria del cielo, sostenga nuestro coraje en este tiempo de peregrinación que aún nos toca vivir aquí en la tierra, y ayude a los ancianos a dar un gozoso testimonio de su fe y de su esperanza. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. La Santísima Virgen María sufrió con Jesús bajo la Cruz, para luego poder seguirlo como primera criatura en su gloria celestial. Desde el cielo, María nos mira a cada uno con amor materno. Por tanto, dirijamos nuestra mirada hacia Ella para que nos conduzca a la salvación.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española; chilenos, mexicanos, argentinos, hay de todo hoy. Quiero expresar mi cercanía de modo especial a los afectados en la tragedia causada por las explosiones y el incendio en la Base petrolera de Matanzas, en Cuba. Pidámosle a nuestra Madre, Reina del cielo, que vele por las víctimas de esta tragedia y sus familias. Y que interceda por todos nosotros ante el Señor, para que sepamos dar testimonio de la fe y la esperanza en la “vida del mundo futuro”. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua portuguesa, en particular a los peregrinos de la diócesis de Leiria-Fátima. Hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo aumente nuestra fe, para que podamos creer verdaderamente que lo mejor de nuestra vida está por venir. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. La presunción de detener el tiempo, es decir, querer la eterna juventud, el bienestar ilimitado, el poder absoluto, no sólo es imposible, es delirante, por lo que debemos vivir la vejez como la fase más adecuada de la vida para difundir la buena noticia de que la vida es iniciación para una realización definitiva. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Espero que el período vacacional sea para vosotros un tiempo de descanso, pero también una oportunidad para reavivar los lazos con Dios y con los hombres. No descuidéis la oración diaria, la participación en la Eucaristía dominical y compartir el tiempo con los demás. Contemplad la belleza de la creación, glorificando el amor del Creador. Que su bendición os acompañe.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana, animando a todos a ser constructores de unidad y de paz en familia, en la Iglesia y en la sociedad.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. Que la fiesta litúrgica de San Lorenzo, diácono y mártir de la Iglesia de Roma, suscite en cada uno el deseo de manifestar el Evangelio, siempre disponibles a los pobres y a cuantos se encuentren en dificultad. A todos mi bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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