“Mientras Rafael esté dispuesto a saltar a una pista de tenis, sería un error de cálculo, a mi entender, no tenerlo en cuenta. Si algo ha demostrado mi sobrino en estos 17 maravillosos años es que siempre se puede contar con él”
No hay absolutamente nada nuevo que podamos decir o escribir de Rafael Nadal. Todo está dicho y escrito ya. Todo. El diccionario ya no da más de sí desde mucho antes de que este pasado domingo, a eso de las seis de la tarde hora española, ganara su décimo cuarto Roland Garros y su vigésimo segundo grand slam. Incluso antes de que a finales del pasado mes de enero alcanzara en Melbourne su segundo open de Australia y su gran slam número 21 y se convirtiera, ya entonces, en el jugador masculino con más ‘grandes’ de la historia.
Porque antes de todo esto, Rafael Nadal ya había acabado con todas las palabras que pudieran decirse o escribirse, ya había escrito su irrepetible historia y ya había grabado su nombre en nuestro imaginario colectivo. No era necesario que añadiera más posdatas a su biografía para saber realmente de qué y de quién estamos hablando. Incluso había alcanzado ya ese nivel, reservado a los elegidos, en el que las derrotas ya no rozaban su piel ni podían alterar el resultado final de una trayectoria insuperable.
El perfil de Rafael Nadal va más allá del de uno de los dos, tres o cuatro grandes tenistas de la historia. Su nombre excede la suma de sus golpes y de sus victorias y hasta del hecho de que haya borrado, deportivamente hablando, a sus compañeros de promoción y haya anulado, al menos momentáneamente, a los nuevos nombres teóricamente llamados a sustituirlos.
No, el nombre del tenista español supera las dimensiones de la Philippe Chatrier, de la central de Wimbledon, de Flushing Meadows o del Rod Laver Arena. La larga sombra del manacorí ha crecido gracias a sus extraordinarias dotes deportivas, pero se ha hecho infinita gracias a una fuerza mental que asusta a sus rivales, una fe inquebrantable, un espíritu insobornable y algo tan tópico y manido, pero increíblemente real, como no darse jamás por vencido y saber que en tenis, hasta la última bola, hay partido. Algo de lo que la mayoría, incluso los que son tan grandes como él, parece carecer y de lo que este mismo año hemos visto ejemplos en Melbourne y en París con el español como excelso protagonista.
Y luego está su pie izquierdo. Gracias a él hemos averiguado que Rafael Nadal es humano, que no es cierto lo que dicen algunos titulares de prensa; que es humano, que tiene una enorme capacidad de sacrificio y que el sufrimiento ha formado parte de su vida y de sus éxitos más allá del conocimiento popular. “Su larguísima trayectoria ha estado marcada -escribe este lunes en El País su tío Toni Nadal- por una lesión que mantuvimos con cierto secretismo durante bastante tiempo en nuestro círculo privado, pero que fuimos arrastrando a lo largo de los años como una silente amenaza que nos aportaba una dosis extra de temor y a Rafael, sobre todo, de sufrimiento”. Otros, con su nombre ya en la Historia, no hubieran soportado este sufrimiento y se hubieran rendido, pero él desconoce el significado de tal palabra.
Esto me recuerda una anécdota que desde hace muchos años hemos vivido un grupo de amigos en relación con la salud del tenista. Cuando Rafael Nadal llevaba ganados cuatro, cinco o seis grandes, no lo recuerdo exactamente, un miembro del grupo -que como el resto, excepto un servidor, nada tiene que ver ni con el periodismo ni con la sanidad- nos dijo que un buen amigo, el doctor fulanito de tal, le había contado que el tenista iba a tener que dejar el deporte; que tenía el pie izquierdo jodido y que no iba a poder aguantar mucho más.
Desde entonces, cada vez que volvía a ganar y nos volvíamos a ver no perdíamos la oportunidad el resto de amigos de recordarle tal profecía y de reírnos del citado fulanito de tal: “¡Con que tenía mal el pie izquierdo, eh, joder con tu amigo el doctor!”. De su pie izquierdo empezamos a oír hablar, y a reírnos, ¡hace más de diez o doce años! y ahora resulta que la realidad ha silenciado nuestras carcajadas, que la profecía se ha cumplido, que verdaderamente lo tenía jodido, que fulanito tenía razón y que el tenista lo ha venido arrastrando todo este tiempo de forma silente, como dice su tío.
Pero nada, tampoco este pie izquierdo, ha sido capaz de doblegar nunca sus infinitas ganas de seguir adelante mientras el cuerpo aguante. Sigue siendo Rafael Nadal un valor seguro, un hombre que siempre está ahí, que nunca vuelve la cara si al menos puede seguir corriendo y que aguanta lo que otros con su currículum no aguantarían; un ejemplo a seguir que nunca se rinde si el contrario todavía no ha ganado el último punto. Es, ha sido y será un hombre del que podemos fiarnos cuando salta a una pista, un hombre que sigue impartiendo lecciones de vida más que de tenis.
Por todo esto no deja de ser sorprendente, y hasta un tanto lamentable, la rapidez con la que algunos periodistas presuntamente especializados -que ahora se apuntarán a la ‘decimocuarta’- han querido poner punto final a su trayectoria, mandarle al baúl de los recuerdos y sustituirle por el siguiente en una clara falta de respeto y de inteligencia que raya la estupidez cognitiva. El propio Toni Nadal lo decía recientemente: “Mientras Rafael esté dispuesto a saltar a una pista de tenis, sería un error de cálculo, a mi entender, no tenerlo en cuenta. Si algo ha demostrado mi sobrino en estos 17 maravillosos años es que siempre se puede contar con él”.
El diario Marca nos recordaba esté lunes en una gran portada que cuando en 2005 Rafael Nada ganó su primer Roland Garros, España no había sido campeona del mundo en fútbol y baloncesto, Usain Bolt no había bajado de los 10 segundos en 100 metros, Marc Márquez ni siquiera había debutado en 125 c.c., España tenía 75 medallas olímpicas menos y ni Messi ni Cristiano habían ganado ninguno de sus 12 balones de oro. Poco más hay que añadir de Rafael Nadal o de su pie izquierdo salvo su enorme capacidad para convivir con el sufrimiento y también para hacer feliz a tantos y tantos españoles.