Francisco ha aprobado el reconocimiento de un milagro atribuido al «Papa de la sonrisa», cuyo pontificado apenas duró 33 días de 1978
El Papa Juan Pablo I, el «Papa de la sonrisa», será beatificado. El Papa Francisco ha autorizado el reconocimiento de un milagro atribuido a Albino Luciani. Esto permite que sea elevado a los altares, al igual que sus dos predecesores (Juan XXIII y Pablo VI) y su sucesor, Juan Pablo II. Desde el siglo XI no se producía este fenómeno con cuatro Papas consecutivos. Francisco había reconocido sus virtudes heroicas en noviembre de 2017.
El milagro atribuido a la intercesión de Juan Pablo I que permitirá su beatificación es la curación, el 23 de julio de 2011 en Buenos Aires, de una niña de 11 años con «encefalopatía inflamatoria aguda severa, estado de maligno refractario, enfermedad epiléptica y shock séptico». La enfermedad se manifestó el 20 de marzo con dolor de cabeza, y una semana después se agravó con fiebre, vómitos y trastornos del comportamiento y del habla.
La frecuencia y gravedad de los ataques epilépticos que vinieron después fue tal que tuvieron que intubarla. El 26 de mayo fue trasladada desde Paraná a la UCI de un hospital de Buenos Aires. Allí contrajo una bronconeumonía que el 22 de julio derivó en un cuadro séptico. Los médicos advirtieron a los padres de que era posible una «muerte inminente».
Al día siguiente, de forma inesperada la pequeña comenzó a mejorar, uno por uno, de todos los problemas médicos que sufría. El 5 de septiembre fue dada de alta, y recuperó totalmente su autonomía. Esta inesperada recuperación total se ha atribuido a Juan Pablo I, a quien un sacerdote, la familia de la niña y el personal de enfermería de la UCI estuvieron rezando antes de que se produjera.
Un niño mendigo
Albino Luciani nació el 17 de octubre de 1912 en el pueblo italiano de Forno di Canale, al noreste del país. Es, así, el primer Pontífice nacido en el siglo XX y el último originario de Italia, cuna de Papas desde hacía siglos. Desde pequeño conoció el sufrimiento. Su familia era tan pobre que en alguna ocasión incluso se vio obligado a pedir limosna por el pueblo para llevar comida a casa. Pero en ese hogar tan humilde también recibió una fe firme, que le llevaba a repetir cómo «sobre las rodillas de mi madre aprendí…».
Ordenado sacerdote en julio de 1934, su carrera episcopal comenzó en diciembre de 1958, al ser nombrado obispo de Vittorio Veneto, diócesis sufragánea del patriarcado de Venecia. Once años después sucedería al frente de Venecia a Giovanni Urbani. En esta importante sede arzobispal italiana realizó una destacada obra social. Pablo VI lo creó cardenal el 5 de marzo de 1973.
A la muerte del Papa Montini, el 26 de agosto de 1978 fue elegido como el sucesor número 262 del apóstol san Pedro como Obispo de Roma. Recibió el ministerio petrino con sorpresa, y desde el principio pareció consciente de que su pontificado sería breve. «Ya lo hará el próximo Papa», solía responder cuando sus colaboradores le sugerían ideas para discursos, encuentros o viajes.
Iniciador de las catequesis en la audiencia general
En concreto, solo fue Papa durante 33 días. Sin embargo, dejó una fuerte impronta que marcó el camino de sus sucesores. Tras los problemáticos últimos años de san Pablo VI, con las tensiones intraeclesiales que supuso la acogida del Concilio Vaticano II y, en el ámbito político y social, la Revolución Sexual y la llegada de las primeras leyes en este sentido, como la aprobación del divorcio en Italia, el Papa había aparecido habitualmente apesadumbrado.
A Juan Pablo I, sin embargo, en pocas semanas se le conoció ya como «el Papa de la sonrisa». Supo establecer un diálogo amable y cordial con los no creyentes y los seguidores de otras tradiciones religiosas. Ante los fieles se presentó como un «catequista de parroquia». De hecho, durante sus cuatro semanas como Santo Padre transformó el formato de las audiencias generales de Pablo VI, que eran simplemente un saludo en varios idiomas, en el actual, con una breve reflexión.
En su caso, eligió algunas virtudes: la humildad, la fe, la esperanza y la caridad. También tuvo mucho eco su célebre afirmación de que «Dios es padre, más aún, es madre. No quiere nuestro mal; solo quiere hacernos bien, a todos», especialmente a los «hijos enfermos».
Especulaciones sobre su muerte
Otra faceta suya muy destacada es su estrecha relación con el mundo educativo. Lo mismo hablaba de la necesidad de que los maestros tengan un vínculo cercano y de cariño con sus alumnos, que subrayaba la importancia de la excelencia en el estudio y la investigación. Pero siempre como medio para un fin. Citando a san Francisco de Sales, repetía que «hay que estudiar para acrecentar la propia estatura espiritual, hay que estudiar para hacer de uno mismo una ofrenda más escogida y grata a Dios».
Su repentina muerte, el 28 de septiembre de 1978, dio pie a mucha especulación, que llegó hasta el punto de insinuar que podría haber sido asesinado por un abanico de potenciales enemigos. Hace cuatro años, la vice-postuladora de su causa de canonización, la también periodista Stefania Falasca, descartó todas las hipótesis en este sentido.
Después de una exhaustiva investigación, explicó en su libro Papa Luciani. Crónica de una muerte, que en 1975 se le había diagnosticado una patología cardiovascular que se consideró resuelta. Y que, pocas horas antes de morir, había sufrido un dolor en el pecho por el que no quiso molestar a su médico. La investigadora también descartaba que el Pontífice tuviera fatiga o que hubiera fallecido agobiado por el peso de la responsabilidad. Sor Margherita Marin, que trabajó a su servicio, le había subrayado que «lo vi siempre tranquilo, sereno, lleno de confianza, seguro».
María Martínez López, en alfayomega.es/
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