Podemos ser parte de la solución de los problemas y eso engrandece nuestras vidas
Un amigo sacerdote comentaba que el problema que tenemos en la Iglesia, y pienso que en muchas instituciones, es que esperamos mucho de ella, pero aportamos muy poco. Nos gusta montarnos al carro y que otros tiren de él. En el ámbito de la familia sucede algo parecido, queremos recibir mucho y nos cansamos de aportar.
Queremos que el cura sea simpático, que las misas sean cortas, bautizar al niño cuando le viene bien a toda la familia, que el aire acondicionado de la Iglesia funcione…, pero aportando poco. Tenemos la mentalidad del todo gratis y encima que sea bueno. Quizá el problema sea un exceso de fe, pensamos que Dios lo puede todo y se lo dejamos todo a Él. Exigimos que nos sirvan y olvidamos que tenemos que arrimar el hombro.
Darnos cuenta de que podemos ser parte de la solución de los problemas engrandece nuestras vidas. Juzgar lo que marcha mal, criticar, enfadarse lo hace cualquiera. Lo meritorio e ilusionante es buscar soluciones, arremangarse y ponerse en faena. Podemos parecer ilusos, poco realistas. Parece que todo es problema: lo mal que está la sociedad, las dificultades de la familia, la imparable inflación… que nada tiene arreglo. A uno que piense así le puede parecer que el sembrador que esparce la simiente por los campos está loco, desperdicia lo poco que tiene para comer. Pero él está viendo las espigas cuajadas de grano, el ciento por uno.
Ilusionarse es ver lo que ahora no es real, no existe, pero que está en germen. El que tiene ilusión ve más allá, sueña e invierte. Ve los obstáculos como oportunidades. No se conforma con lo que hay y emprende lo que puede haber. Pararse ante los obstáculos no es prudencia, puede ser cobardía, pereza, comodidad, conformismo.
El Génesis nos muestra a un inconformista, un atrevido que regatea con Dios. Abrahán apuesta por Sodoma y Gomorra, ciudades depravadas, merecedoras de su destrucción. Es consciente de la maldad y del vicio de la mayoría de sus habitantes, pero a pesar de ello, quiere su salvación. Intercede ante Dios para alcanzar el perdón gracias a la presencia de unos pocos justos. Si queremos un mundo mejor, una sociedad más justa podemos comenzar por mejorar nosotros mismos, podemos implorar el perdón y la paciencia de Dios.
La oración de intercesión es muy poderosa. Todo el tiempo y energías que perdemos en lamentos y quejas lo podemos dedicar a pedir que Dios ilumine a nuestros políticos, a pedir por la recuperación de la familia, de las virtudes, por el respeto de la vida. Podemos ser en este mundo embajadores del amor de Dios. La gran carencia de nuestro tiempo es el olvido del amor. Desgraciadamente son muchos los que nunca han experimentado lo bonito que es amar y ser amado. La mayor experiencia de amor es la de sentirnos queridos por Dios, de sabernos amados de un modo incondicional, de sabernos importantes, de que nuestra vida es valiosa.
Esta experiencia se alcanza desde la cercanía, desde el trato confiado con el que sé que me ama. El Evangelio nos muestra la admiración de los discípulos ante la oración de Jesús. Se quedan tan impresionados al ver cómo habla con su Padre que le dicen: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. La oración nos hace todopoderosos, nos une a la omnipotencia divina. La gran pobreza que podemos experimentar es la de contar solamente con nuestras fuerzas, la de no ver más allá de nuestras narices. Intentar llenar la grandeza de nuestro corazón con falsos amoríos, alimentarnos de chuches, saciar nuestra sed con aguas contaminadas.
“Si el cristianismo −decía san Juan Pablo II−ha de distinguirse en nuestro tiempo, sobre todo, por el arte de la oración, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!”.
Quizás podemos adentrarnos en la escuela de la oración con la recitación pausada del Padrenuestro que Jesús nos enseña. Lo primero es recitarla desde la confianza como dice el Papa: “Padre, con toda simplicidad, como los niños se dirigen al papá. Y esta palabra Padre, expresa confidencia y confianza filial”.
Luego expresamos nuestras necesidades: “La oración, para pedir algo, es muy noble. Dios es el Padre que tiene una inmensa compasión por nosotros, y quiere que sus hijos le hablen sin temor” sigue diciendo Francisco.
Nos asombraremos de la eficacia que tiene la oración confiada. Dice Jesús: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre”.