Tratarse es estar juntos, dedicarse tiempo de calidad, sereno y tranquilo. Hablar y escuchar
Suele gustarnos la novedad, estrenar. Con frecuencia se nos van los ojos tras un nuevo móvil, un modelo de automóvil… pero el que estrenemos no garantiza el éxito de la reciente adquisición. No pocas veces nos hemos arrepentido y echamos en falta las cualidades de lo que habíamos arrinconado.
Pero en la novedad hay ilusión, esperanza de poder disfrutar de algo. Hay novedades desfasadas, el mundo rueda con mucha velocidad, las modas pasan, mucho de lo moderno está ajado, anticuado. La gran revolución sexual de finales de los sesenta ya no es novedad, la familia frágil, los amores pasajeros, la valentía de salir del armario… ya no llaman la atención, son algo vulgar, cotidiano, incluso cansino.
Las modas tienen fecha de caducidad. La famosa arruga elegante, los rotos en los pantalones, los aros y piercing… van perdiendo actualidad. Lo mismo sucede con el destape: ombligos, senos y torsos al aire, las formas marcadas son tan frecuentes que se vuelven insignificantes.
De las costumbres sólidas hemos pasado a las líquidas, de ahí a lo gaseoso y etéreo. Pronto volveremos de nuevo a lo contundente. Hay que avanzar, el mundo no se puede parar. Estamos en un buen momento de reedificar tanto deconstruido; la gente tiene ganas de autenticidad, de puntos firmes donde anclarse para no ser arrastrados por las corrientes.
El sábado pasado un buen grupo de jóvenes se reunieron para hablar del noviazgo. Parecía que había desaparecido, pero se resiste. Hoy he preguntado a un grupo de adolescentes cuántos creían en el amor, en el de verdad y para siempre. Me ha sorprendido la unanimidad de la respuesta: todos. Quizás es que son muy jóvenes, nuevos, pero su respuesta me ha llenado de esperanza. Hay que dar un paso al frente. Lo que se lleva es la contrarrevolución: renovar lo renovado.
Las lecturas de la misa son un canto a la novedad, al cambio, a la revolución, a una nueva vida valiosa. No podemos quedarnos parados, ser conformistas, fosilizar y cristalizar. “Y dijo el que estaba sentado en el trono: Mira, hago nuevas todas las cosas”; también: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros”. Un mundo nuevo, una sociedad distinta, un modo diverso, más bonito de vivir.
Es curioso, pero tiene que ser Dios, con su paciencia infinita, el que va recomponiendo al hombre, quien le ayuda a volver a ser él mismo, quien le resetea al estado de fábrica. Nos pasa como a los ordenadores o móviles que con tantas opciones y pruebas van perdiendo agilidad, prestaciones, se tornan pesados e ineficaces y hay que resetear. Volviendo a la Palabra: “Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía”. Necesitamos una nueva tierra donde poder amar y ser amados.
Volviendo al redescubrimiento del noviazgo, los jóvenes estaban encantados con el nuevo modo de plantearlo. Es un tiempo para conocerse, tratarse y respetarse. Es un espacio en el que esperar es fundamental. Las prisas, la entrega corporal acelerada, el exceso de sentimentalismo empañan el conocimiento mutuo; pueden transformar la relación más gratuita y desinteresada del mundo en una interesada. Parecía que los matrimonios de conveniencia habían muerto, pero ahora florecen las relaciones de conveniencia: mientras me convenga o me interese, estaré contigo.
El conocimiento es la información del ser de la otra persona, saber si, además de buenos sentimientos, tiene convicciones, virtudes y valores. Una relación matrimonial no subsiste con sentimientos; necesita empeño, fortaleza y renuncia para dar al otro lo mejor de uno. Cuando el sentimiento decrece afloran las convicciones, la voluntad recata el amor. La relación debe estar fundada en la verdad: ¿Qué quiero yo del otro? ¿voy en serio? También es necesario para que la relación sea paritaria, fluida, converger en el modo de entender el sentido de la vida: creencias, ilusiones, proyectos.
Tratarse es estar juntos, dedicarse tiempo de calidad, sereno y tranquilo. Hablar mucho y escuchar. Ver cómo se reacciona ante los acontecimientos, ante los obstáculos e imprevistos. Esto lleva su tiempo y hay que tener la valentía de hablar y, en su caso, cortar si no hay futuro. Hay que compartir los temas fundamentales y estar por encima de lo que es accidental, anecdótico.
Respetarse, que es tratar al otro con la delicadeza con la que se debe a una persona. No pedirle lo que no puede dar, no hacer chantajes sentimentales: “si me quieres tienes que darme…”. El que ama respeta, no chantajea. Respetar los tiempos: si se vive como esposos siendo novios no hay diferencia entre estar casado o soltero; entonces algo no funciona por pura lógica. Un noviazgo bien vivido será el mejor medio para lograr un buen matrimonio.