Un camino asequible a todos, el de la santidad ordinaria
Saludo cordialmente a los promotores y participantes del Congreso Internacional Interuniversitario organizado para celebrar los aniversarios de la declaración de Teresa de Jesús, Catalina de Siena, Teresa de Lisieux e Hildegarda de Bingen como Doctoras de la Iglesia. A estas figuras, han querido unir las santas europeas Brígida de Suecia y Teresa Benedicta de la Cruz que, junto con Catalina de Siena, fueron nombradas co-patronas de Europa por san Juan Pablo II (cfr. Spes ædificandi, n. 3).
La doctrina eminente de estas santas, por la que han sido declaradas Doctoras de la Iglesia o Patronas, cobra en estos tiempos un nuevo protagonismo por su permanencia, profundidad y oportunidad y ofrece, en las actuales circunstancias, luz y esperanza a nuestro mundo, tan fragmentado y falto de armonía. Aun perteneciendo a épocas y lugares diversos, llevando a cabo misiones diferentes, todas tienen en común el testimonio de una vida santa. Dóciles al Espíritu, por la gracia del Bautismo, recorrieron su camino de fe movidas, no por ideologías cambiantes, sino por una adhesión inquebrantable a la «humanidad de Cristo» que permeaba sus acciones. También ellas se sintieron incapaces y limitadas en algún momento, “mujercillas flacas”, como diría Teresa de Jesús, ante una empresa que les superaba. ¿De dónde sacaron la fuerza para llevarla a cabo, sino del amor a Dios que llenaba sus corazones? Como Teresa de Lisieux, pudieron realizar en plenitud su vocación, “su caminito”, su proyecto de vida. Un camino asequible a todos, el de la santidad ordinaria.
La sensibilidad actual del mundo reclama que se devuelva a la mujer la dignidad y el valor intrínseco con que ha sido dotada por el Creador. El ejemplo de vida de estas santas, pone de relieve algunos elementos que diseñan esa femineidad tan necesaria en la Iglesia y en el mundo: fortaleza para arrostrar dificultades, su capacidad de lo concreto, una disposición natural para ser propositivas en aras de lo más bello y humano, según el plan de Dios, y una visión clarividente —profética— del mundo y de la historia que las ha hecho sembradoras de esperanza y constructoras del futuro.
Su dedicación al servicio de la humanidad se acompañaba con un gran amor a la Iglesia y al “Dulce Cristo en la Tierra”, como gustaba llamar Catalina de Siena al Papa. Se sintieron corresponsables en subsanar los pecados y miserias de su tiempo, y contribuyeron a la misión de evangelización desde una plena sintonía y comunión eclesial.
Que los frutos de vuestro encuentro sean estímulo para promover esa “santidad femenina” que hace fecunda la Iglesia y el mundo. Con estos deseos, os encomiendo a la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y os bendigo de corazón y, por favor, recordad, no dejéis de rezar por mí.