XlSemanal (Entrevista de David Benedicte)
Ética y moral. Dos conceptos caídos en desgracia que esta filósofa valenciana reivindica como antídoto de la crisis. Fue la primera mujer en ingresar en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, y hoy dirige la Fundación Étnor
Hay un pintor hiperrealista, en la plaza de la Villa, que en su lienzo trata de apresar el tempo de un Madrid en constante situación de caótica emergencia. Hay un edificio en el mismo lugar donde los filósofos perfilan los contornos de esa abstracción denominada moral. Hay, dentro, una mujer de apariencia frágil y mirada intensa cuyas palabras nunca caen en saco roto. Su nombre es Adela Cortina [Valencia, 1947] y afronta cada pregunta con la misma firmeza que la ha llevado a convertirse, desde hace cuatro años, en la primera mujer que ocupa un sillón de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Se ruega prestar extrema atención a todas sus respuestas.
¿Cómo se ve la que está cayendo ahí fuera desde los muros de este lugar, de esta academia?
Intentamos dar nuestras propuestas de solución. Aquí hay economistas, filósofos, políticos y gentes de todo tipo. Pero luego pasa lo que pasa.
Que de la teoría a la práctica...
... hay un abismo. Un verdadero abismo.
Caso Urdangarín, ERE falsos en Andalucía, Bankia, el fraude de las preferentes... ¿Cómo se llega hasta esto?
Porque se cree que lo adecuado es buscar el bien individual. No ha habido ninguna conciencia de comunidad ni nada por el estilo. Cada uno ha ido a lo suyo.
Un relajamiento que no habrá sido de la noche al día.
Viene desde hace muchísimo tiempo. Estoy harta de escuchar que la cultura del esfuerzo es de fascistas o que el trabajo bien hecho es algo de épocas carpetovetónicas. Aquí ha ocurrido lo mismo que si un deportista no entrenase todos los días. Acaba siendo una debacle.
Veamos un caso concreto: el director del aeropuerto de Castellón cobra 90.000 euros por dirigir algo que no funciona. Su opinión al respecto es...
Que eso es evidentemente inmoral. Si fuera excepcional, tendría algún sentido. Pero es que eso se está convirtiendo en lo corriente. Y su caso quiere decir que hay muchos otros que lo están respaldando, encubriendo. Hay una trama. No en este caso, sino en todos.
¿Hubiese sido distinta esta crisis de haber sido la ética un valor presente en la sociedad?
Por supuesto que sí. Todos sabemos que tiene que haber crisis. Igual que ocurre en el ser humano, en el que hay crisis de crecimiento, por enfermedades. En las sociedades sucede exactamente igual. Pero es que, cuando la persona se ha preparado y ha tratado de llevar una vida sana, poniendo el mismo símil, cuando llega el momento de la crisis, siempre estará más preparado para afrontarla.
¿Por qué no se regula la ética del político igual que se hace en casos como el de los médicos o los periodistas?
Códigos hay. Códigos de ética de los políticos o de la empresa. De hecho, en la Fundación Étnor nos han pedido en alguna que otra ocasión códigos para determinadas empresas. A mí me parece espléndido. Bueno es que existan los códigos. Pero lo que es cierto es que, como siempre ocurre en la ética, no hay código que supla la condición personal. Si uno no está convencido, no hay nada que hacer.
¿Qué hace de España un país de dudosa moralidad?
Desgraciadamente tenemos unos cuantos compañeros. Los griegos, los portugueses y los italianos no están mucho mejor que nosotros. Todo es epidemia. No es muy consolador, pero parece ser que somos unos cuantos los que estamos en este agujero. Creo que la situación en la que nos encontramos es la resultante de pensar durante muchos años que lo correcto era seguir la ley del mínimo esfuerzo.
¿Hasta qué punto debemos obligarnos a salir de aquí?
No tenemos más remedio [sonríe]. Es una cuestión de supervivencia. O nos ponemos de acuerdo todos para tratar de salir de esta crisis, para llevar una vida razonablemente humana, o desde luego que nos vamos a hundir.
Lo malo es que a algunos beneficia, al parecer, que las espadas estén cada vez más en alto.
Es que hay gente que cree que gana sembrando la discordia, sembrando la enemistad. Lo ven como una forma de sacar sus votitos o su dinero. Yo tengo la esperanza, porque la ética tiene que ver sobre todo con la esperanza, de que una mayoría sensata se imponga dando a entender que es el momento de la unión y no el de la fragmentación.
¿Y qué puede aportar a su deseo la filosofía?
Reflexión. Que es lo que ha aportado siempre. Y en el momento en que vivimos no está mal porque estamos agobiados con el ordenador, el Twitter, el blog, el ya. Siempre es el momento del presentismo, del nos toca.
¿Se puede convencer al empresario de que su responsabilidad es garantía de futuro?
Los hay que están convencidos y actúan con responsabilidad. De hecho, yo conozco a un empresario que quería que le hicieran una auditoría ética y, cuando le preguntamos que para qué la quería, nos dijo que el futuro era muy difícil y quería estar bien preparado.
¿Se hacen muchas auditorías éticas en España?
No. Aquí es la única que hemos hecho. Pero existen. El auditor es un señor que viene a ayudar al empresario a mejorar su empresa. Señala sus puntos fuertes y sus puntos débiles en materia ética. Para un empresario inteligente es algo muy bueno. Cuanta más información tengas sobre tu empresa, más posibilidades hay de prosperar.
¿Cuál sería hoy el primer mandamiento ético imprescindible para empezar a salir del agujero?
Los empresarios tienen que atender las expectativas legítimas de los afectados por la propia empresa. Sus intereses. Accionistas, clientes, proveedores...
El problema se produce cuando los intereses de unos van en contra de los de otros.
Es que ese es el ejemplo de mala manera de entender la empresa. Una empresa ha de obedecer al juego de suma positiva. Se debe entender como juego en el que todos ganan. Pero si se entiende como juego de suma cero, como el baloncesto o el fútbol, entonces la cosa no tiene arreglo.
¿A quién me encomiendo o en manos de quién pongo la educación ética de mis hijos?, ¿solo en las mías?
En las tuyas, en las del colegio, en las de la escuela... Eso es de sentido común. Las escuelas tienen que impartir ética cívica. Hay que ser, por otro lado, lo suficientemente listo para caer en la cuenta de que la educación de nuestros hijos está en manos de la sociedad en su conjunto.
No es tan fácil. Véase Educación para la Ciudadanía.
[Sonríe]. Nunca entendí el conflicto que se planteó. Había habido una asignatura de ética cívica normal y corriente y nadie había dicho nada durante años. Desde la Transición, vaya. Y de pronto aparece la sospecha de que la Educación para la Ciudadanía va a meter una serie de mensajes y se monta un lío impresionante, hasta el punto de que algunos lo aprovechan en sus programas electorales.
¿Experimento fallido por politizado?
En principio, politizadísimo. Yo, si fuera ministro, no me mataría por el nombre. Me daría igual cómo se llame. Lo que tiene que haber es una clase en la que, con luz y taquígrafos, se hable de los valores que nos parecen importantes. Ética cívica al fin y al cabo.
¿Es el hombre ético por naturaleza o hay motivos para pensar que se trata de todo lo contrario?
Como decían Zubiri y Aranguren, el hombre es necesariamente moral o inmoral. Es igual que la estatura o el peso. O se es gordo o flaco. Alto o bajo. Moral o inmoral.
¿Ve esta España como ese pueblo desmoralizado del que hablaba Ortega?
Sí, en este momento estamos muy bajos de moral y, como decía el propio Ortega, cuando un pueblo está así no está en su quicio de vital eficacia, no tiene ganas de apoderarse del futuro, de anticiparse, de construir, de hacer.
En estos tiempos confusos ¿sigue creyendo en Dios?
Pues sí. Y no es porque no quede otra. Es que Dios no tiene la culpa. Todo esto es responsabilidad nuestra. Solo faltaría que para quitarnos las penas de encima culpásemos a Dios [sonríe]. Aquí hay una serie de personas con nombres y apellidos que son responsables.
¿De dónde viene su fe?
Supongo que como mucha gente, primero, de la familia. Después, del colegio y la experiencia vivida. Luego he tenido la suerte de conocer a algunas personas realmente excepcionales que llevaban eso que yo llamaría una vida digna de ser vivida y que eran creyentes profundos.
¿Hay diferencias entre la ética del catolicismo y la bioética cívica transnacional?
Es que ética católica no hay solo una. Existen visiones éticas muy diversas en la Iglesia católica. Pero sí que la mía estaría al mismo nivel que la bioética cívica, de esos valores comunes que en todos los países vamos aceptando.
¿Por qué permite Dios que exista tanta injusticia?
Habría que preguntárselo a él, ¿no? [sonríe]. Yo no lo sé. Es importante recordar lo que decía otro filósofo, Horkheimer, que Dios es el que haría posible que la injusticia no sea la última palabra de la historia.
La del millón: ¿cómo conseguir que los políticos recuperen la cordura ética sin ruido de guillotinas?
Dándose cuenta de que guillotinas todavía no, pero hay algo muy parecido. Los recortes económicos que nos están imponiendo se parecen muchísimo a la guillotina. Caen sobre los más débiles de momento, pero acabarán cayendo políticos y todos los demás. Sin excepción.
¿Su postura ética sobre el terrorismo y el aborto es...?
Lo sabía [sonríe]. Sabía que iban a caer. Me las esperaba las dos. Respecto al terrorismo, evidentemente, creo que, como cualquier ciudadano 'normal', creo que hay que cumplir las leyes y cumplirlas de la manera más estricta posible, hasta el final. En cuanto al tema del aborto, creo que el asunto merece una discusión en un momento de serenidad y de tranquilidad. No ahora. Y es importante porque, cuidado, no es un problema religioso, sino ético.
¿Se tiene en cuenta a esta academia cuando se plantean este tipo de problemas en el Congreso?
Por supuesto. Pero la academia nunca se pronuncia como tal. Se tiene en cuenta al académico a nivel individual. Actualmente, el presidente es Marcelino Oreja. Y el anterior fue Sabino Fernández Campo. No voy a extenderme ahora sobre su importancia. Pero la academia nunca se pronuncia con una sola voz porque aquí hay múltiples voces.
Privadísimo: Estudió Filosofía Pura en una época en que era raro que las mujeres optaran por esta materia. Casada con el también filósofo Jesús Conill. Posee varios doctorados honoris causa, medallas de distintas universidades y diversos premios. «Estar rodeada de estudiantes hace que no envejezcas y que te mantengas viva», confiesa.
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