En la Audiencia general de este 23 de marzo, el Santo Padre ha continuado su catequesis sobre la vejez: "Transmitir la fe es contar nuestra historia vivida con Dios"
Catequesis del Santo Padre en español
En la Biblia, el pasaje de la muerte del viejo Moisés está precedido por su testamento espiritual, llamado “Cántico de Moisés”. Este Cántico es en primer lugar una bellísima confesión de fe, y dice así: «Porque voy a aclamar el nombre de Yahveh; ¡ensalzad a nuestro Dios! Él es la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de lealtad, no de perfidia, es justo y recto» (Dt 32,3-4). Pero también es memoria de la historia vivida con Dios, de las aventuras del pueblo que se ha formado a partir de la fe en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Y por tanto Moisés recuerda también las amarguras y desilusiones del mismo Dios: su fidelidad puesta continuamente a prueba por la infidelidad de su pueblo. El Dios fiel y la respuesta del pueblo infiel: como si el pueblo quisiera poner a prueba la fidelidad de Dios. Y Él permanece siempre fiel, cerca de su pueblo. Este es precisamente el núcleo del Cántico de Moisés: la fidelidad de Dios que nos acompaña durante toda la vida.
Cuando Moisés pronuncia esta confesión de fe está en el umbral de la tierra prometida, y también de su despedida de la vida. Tenía 120 años, señala la narración, pero «no se había apagado su ojo» (Dt 34,7). Esa capacidad de ver, ver realmente y también ver simbólicamente, como tienen los ancianos, que saben ver las cosas, el significado más profundo de las cosas. La vitalidad de su mirada es un don valioso: le permite transmitir la herencia de su larga experiencia de vida y de fe, con la lucidez necesaria. Moisés ve la historia y transmite la historia; los ancianos ven la historia y transmiten la historia.
Una vejez a la que es concedida esa lucidez es un don valioso para la próxima generación. La escucha personal y directa del pasaje de la historia de fe vivida, con todos sus altibajos, es insustituible. Leerla en los libros, verla en las películas, consultarla en internet, aunque sea útil, nunca será lo mismo. Esa transmisión −¡que es la auténtica tradición, la transmisión concreta del anciano al joven!−, esa transmisión le falta mucho hoy, y cada vez más, a las nuevas generaciones. ¿Por qué? Porque esta civilización nueva tiene la idea de que los ancianos son material de descarte, los ancianos deben ser descartados. ¡Eso es una brutalidad! No, no es así. La narración directa, de persona a persona, tiene tonos y modos de comunicación que ningún otro medio puede sustituir. Un anciano que ha vivido mucho, y obtiene el don de un lúcido y apasionado testimonio de su historia, es una bendición insustituible. ¿Somos capaces de reconocer y de honrar ese don de los ancianos? ¿La transmisión de la fe −y del sentido de la vida− sigue hoy este camino de escucha de los ancianos? Yo puedo dar un testimonio personal. El odio y la rabia contra la guerra yo lo aprendí de mi abuelo que combatió en el Piave, en 1914: él me transmitió esta rabia a la guerra. Porque me contó los sufrimientos de una guerra. Y eso no se aprende ni en los libros ni de otra manera, se aprende así, transmitiéndola de abuelos a nietos. Y eso es insustituible. La transmisión de la experiencia de vida de los abuelos a los nietos. Lamentablemente hoy esto no es así y se piensa que los abuelos son material de descarte: ¡no! Son la memoria viva de un pueblo y los jóvenes y los niños deben escuchar a los abuelos.
En nuestra cultura, tan “políticamente correcta”, este camino resulta obstaculizado de varias formas: en la familia, en la sociedad, en la misma comunidad cristiana. Hay quien propone incluso abolir la enseñanza de la historia, como una información superflua sobre mundos que ya no son actuales, que quita recursos al conocimiento del presente. ¡Cómo si hubiéramos nacido ayer!
A la transmisión de la fe, por otro lado, le falta a menudo la pasión propia de una “historia vivida”. Transmitir la fe no es decir “bla-bla-bla”. Es contar la experiencia de fe. ¿Y entonces difícilmente puede atraer a la gente a elegir el amor para siempre, la fidelidad a la palabra dada, la perseverancia en la entrega, la compasión por los rostros heridos y abatidos? Ciertamente, las historias de la vida deben ser transformadas en testimonio, y el testimonio debe ser leal. No es leal la ideología que doblega la historia a los propios esquemas; no es leal la propaganda, que adapta la historia a la promoción del propio grupo; no es leal hacer de la historia un tribunal en el que se condena todo el pasado y se desalienta todo futuro. Ser leal es contar la historia como es, y solamente la puede contar bien quien la ha vivido. Por eso es muy importante escuchar a los ancianos, escuchar a los abuelos, es importante que los niños hablen con ellos.
Los mismos Evangelios cuentan honestamente la historia bendita de Jesús sin esconder los errores, las incomprensiones e incluso las traiciones de sus discípulos. Esa es la historia, es la verdad, eso es testimonio. Ese es el don de la memoria que los “ancianos” de la Iglesia transmiten, desde el inicio, pasándolo “de mano en mano” a la próxima generación. Nos hará bien preguntarnos: ¿cuánto valoramos esa forma de transmitir la fe, de pasar el testigo entre los ancianos de la comunidad y los jóvenes que se abren al futuro? Y aquí me viene a la mente algo que he dicho muchas veces, pero quisiera repetirlo. ¿Cómo se transmite la fe? “Ah, aquí hay un libro, estúdialo”: no. Así no se puede transmitir la fe. La fe se transmite “en dialecto”, es decir en el habla familiar, entre abuelos y nietos, entre padres y nietos. La fe se transmite siempre en dialecto, en ese dialecto familiar y vivencial aprendido a lo largo de los años. Por eso es muy importante el diálogo en una familia, el diálogo de los niños con los abuelos que son aquellos que tienen la sabiduría de la fe.
A veces reflexiono sobre esta extraña anomalía. El catecismo de la iniciación cristiana bebe hoy generosamente en la Palabra de Dios y transmite información precisa sobre los dogmas, sobre la moral de la fe y los sacramentos. A menudo falta, sin embargo, un conocimiento de la Iglesia que nazca de la escucha y del testimonio de la historia real de la fe y de la vida de la comunidad eclesial, desde el inicio hasta nuestros días. De niños se aprende la Palabra de Dios en las aulas del catecismo; pero la Iglesia se “aprende”, de jóvenes, en las aulas escolares y en los medios de comunicación de la información global.
La narración de la historia de fe debería ser como el Cántico de Moisés, como el testimonio de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles. Es decir, una historia capaz de recordar con emoción la bendición de Dios y con lealtad nuestras faltas. Sería bonito que en los planes de catequesis existiera desde el principio también la costumbre de escuchar, de la experiencia vivida de los ancianos, la lúcida confesión de las bendiciones recibidas de Dios, que debemos custodiar, y el leal testimonio de nuestras faltas de fidelidad, que debemos reparar y corregir. Los ancianos entran en la tierra prometida, que Dios desea para toda generación, cuando ofrecen a los jóvenes la bella iniciación de su testimonio y transmiten la historia de la fe, la fe en dialecto, ese dialecto familiar, ese dialecto que pasa de los ancianos a los jóvenes. Entonces, guiados por el Señor Jesús, ancianos y jóvenes entran juntos en su Reino de vida y de amor. Pero todos juntos. Todos en familia, con ese tesoro grande que es la fe transmitida en dialecto.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa, en particular al Movimiento Internacional de apostolado de los ambientes sociales independientes, a los peregrinos venidos de Suiza, a los jóvenes de Francia y a los Hermanos del Sagrado Corazón. Hermanos y hermanas, aprendamos a descubrir en cada persona anciana un don de Dios y una fuente di sabiduría. Pongámonos amorosamente a su escucha para adquirir el conocimiento y la experiencia necesaria para afrontar los desafíos actuales. Sobre cada uno invoco la Bendición de Dios.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, en particular a los de Inglaterra, Dinamarca, Países Bajos, Noruega y Estados Unidos de América. A todos deseo que el camino cuaresmal conduzca a la celebración de la Pascua con el corazón purificado y renovado por la gracia del Espíritu Santo. Sobre cada y sobre vuestras familias invoco la alegría y la paz en Cristo nuestro Redentor.
Saludo de corazón a los peregrinos de lengua alemana. En la oración dirijamos nuestra mirada al Crucifijo. En Él reconocemos el amor y la ternura de Dios. En sus llagas hemos sido curados. Buen camino cuaresmal.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, de modo particular al grupo de peregrinos colombianos “Por los caminos de María”. Siguiendo el ejemplo de Moisés, y de la Virgen María, pidamos al Señor que nuestra vida sea un cántico de alabanza por las maravillas que hace en nosotros. Y que este magníficat sea testimonio alegre y memoria agradecida que transmita a las nuevas generaciones la antorcha de la fe. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa. Os invito a uniros a mí y a mis hermanos obispos en el Acto de Consagración al Inmaculado Corazón de María, el próximo 25 de marzo, pidiendo confiadamente al Señor, por intercesión de la Virgen de Fátima, el don de la paz. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. El diálogo entre ancianos y jóvenes permite preservar y trasmitir también los dones de Dios. Miremos las nuevas generaciones, conscientes de que heredarán no solo una propiedad, una cultura y una tradición, sino también los frutos vivos de la fe que son las bendiciones de Dios en esta tierra. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Este año, en el camino de penitencia cuaresmal, ayunamos y pedimos a Dios la paz, alterada por actual la guerra en Ucrania. En Polonia, sois testigos acogiendo a refugiados y escuchando sus historias. Mientras nos preparamos a vivir un día especial de oración en la solemnidad de la Anunciación del Señor, pidamos que la Madre de Dios alivie los corazones de nuestros hermanos y hermanas afligidos por la crueldad de la guerra. Que el acto de consagración de los pueblos a su Corazón Inmaculado traiga la paz al mundo entero. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los fieles de Biella que, acompañados por su Obispo, recuerdan el 250° aniversario de fundación de la Diócesis. A estos biellesi [lo dice en dialecto], no es fácil entenderlos: dicen que hacen falta siete años y siete meses para entenderlos, ¡y al final nunca se les entiende! ¡Bienvenidos, biellesi! Saludo a las Hermanas de la Providencia por la infancia abandonada, a los diáconos de la Archidiócesis de Milán, a la Federación Italiana de Cocineros —se ve que sois cocineros— [llevan gorro de cocinero], y al grupo de la tercera edad “Vivir juntos” de Catania.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. La Solemnidad de la Anunciación, que celebraremos pasado mañana, sea para cada uno una invitación a seguir el ejemplo de la Madre de Dios y se traduzca en generosa disponibilidad a la llamada del Padre, que anima a todos a ser fermento para la edificación de una sociedad justa y solidaria. ¡A todos mi bendición!
Quisiera dedicar un minuto para recordar a las víctimas de la guerra. Las noticias de las personas desplazadas, de las personas que huyen, de las personas muertas, de las personas heridas, de tantas personas caídas de un lado y del otro, son noticias de muerte. Pidamos al Señor de la vida que nos libere de esta muerte de la guerra. Con la guerra todo se pierde, todo. No hay victoria en una guerra: todo es derrota. Que el Señor envíe su Espíritu para que nos haga entender que la guerra es una derrota de la humanidad, nos haga entender que es necesario más bien derrotar la guerra. El Espíritu del Señor nos libere a todos de esta necesidad de autodestrucción, que se manifiesta haciendo la guerra. Recemos también para que los gobernantes entiendan que comprar armas y fabricar armas no es la solución del problema. La solución es trabajar juntos por la paz y, como dice la Biblia, hacer de las armas instrumentos para la paz. Recemos juntos a la Virgen: Dios te salve María…
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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