La carta publicada por el Papa emérito en febrero en respuesta al informe sobre abusos del bufete de abogados de Múnich demuestra una humildad y altura moral admirables.
El 6 de febrero Benedicto XVI publicó una carta histórica. En ella aclaraba que hubo un error de transcripción en el informe de 82 páginas que envió al bufete de abogados de Múnich, el cual estaba investigando los casos de pederastia en la Iglesia alemana. El informe era la respuesta a una serie de preguntas de los abogados, a las que se añadió la lectura y el análisis de casi ocho mil páginas de documentos, así como el estudio de un informe pericial de casi dos mil páginas.
Este error de transcripción, en el que se negaba la participación de Ratzinger en una reunión en la que sí estuvo y en la cual se decidió acoger en la diócesis a un sacerdote abusador, ha derivado en una fuerte controversia que apunta al antiguo obispo como encubridor de hasta cuatro sacerdotes, en los menos de cinco años en que estuvo al frente de la diócesis de Múnich y Frisinga.
Más tarde se supo que durante ese encuentro no se habló de las acusaciones que pesaban sobre el clérigo y que Ratzinger desconocía. De todos modos, la misiva es mucho más que un legítimo ejercicio de defensa propia.
El Papa emérito examina su conciencia y abre su corazón ante los hombres, pero sobre todo ante “el juez definitivo”. Y por escrito, como ha demostrado en numerosas ocasiones con los hechos, pide perdón por la “grandísima culpa” del pecado de pederastia perpetrado en la Iglesia por parte de sacerdotes y religiosos. Recuerda sus encuentros con víctimas de abusos y de nuevo expresa profunda vergüenza, gran dolor y sincera petición de perdón.
“Cada caso de abuso sexual es terrible e irreparable”, admite Benedicto. La franca disculpa del hombre que ha tomado alguna de las medidas más contundentes para frenar esta lacra en el seno de la Iglesia demuestra la gravedad del pecado, pero también la humildad y la altura moral de Joseph Ratzinger.