Con paciencia y los medios adecuados lograremos los frutos deseados
El mundo digital nos está llevando al “todo ya”. Los avances tecnológicos acortan los tiempos y las distancias: en unas horas podemos recorrer un continente, con dar a una tecla podemos obtener un montón de información; pero un buen vino necesita dormir años en el lecho de una bodega. Muchas cosas necesitan tiempo.
El carpe diem se entiende, en ocasiones, como “a vivir que son dos días”. No pienses en el mañana, vive al día, disfruta. No esperes, solo existe el ahora. Pero vivir sin mirar al mañana, sin contar con el esfuerzo de la siembra, es renunciar a mucho, es vivir sin esperanza.
El “todo ahora” conlleva a perderse lo mejor. La naturaleza nos enseña, al igual que la historia, que es necesaria la paciencia, el tiempo. Una bolsa de petróleo fue, en su tiempo, un bosque frondoso. Han sido necesarios millones de años y complicados procesos físicos y químicos para obtener la preciada fuente de energía. Las comodidades y adelantos que ahora gozamos son fruto de mucho trabajo, de una cultura y enseñanzas de nuestros antepasados.
Lo que ahora consideramos un desastre, como la erupción del volcán Cumbre Vieja, en el futuro se transformará en una bendición para los cultivos. Si vivimos demasiado pegados al presente, al ahora, podemos hacernos daño. Al igual que una nación, para que sea próspera, debe invertir en investigación y desarrollo, nosotros debemos formar nuestro carácter, cultivarnos y educar a nuestros hijos. Adquirir una adecuada personalidad aprender a vivir en libertad, capacitarnos para amar requiere esfuerzo, tiempo, es toda una tarea.
Una vez más podemos aprender del Evangelio: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces le dijo al viñador: Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde? Pero él le respondió: Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás”. Comentan los agricultores que es muy difícil que se dé una racha continuada de buenas cosechas, los cálculos no se hacen de año en año, deben contemplar un largo periodo de tiempo para que sean reales.
El mundo, la naturaleza, nosotros no somos una realidad acabada, perfecta. Nos vamos haciendo, perfeccionando. Ese hacerse, ese devenir, ese esfuerzo para alcanzar las metas, para perfeccionarse, para mejorar las relaciones interpersonales, favorecer la marcha de una empresa, crear una nación más grande es fuente de alegría, de gozo. “Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas”, dice el salmo. Nos alegramos al cosechar lo que hemos sembrado.
Nos podemos preguntar si estamos satisfechos de los frutos que damos, si somos la persona que nos gustaría ser, si nuestros seres queridos se pueden apoyar en nosotros, si somos capaces de hacerles felices.
En definitiva, si el huerto va bien. Un buen agricultor siempre ve mejoras posibles. También podemos avanzar en nuestra vida personal, familiar y profesional. Con paciencia y los medios adecuados lograremos los frutos deseados.
A diferencia de la higuera, somos hijos de Dios y contamos con su ayuda. Hay situaciones muy difíciles de superar, terrenos que parecen baldíos, estériles. Pero no podemos olvidar que hay milagros. Actualmente con la guerra, la pandemia, la crisis económica…no es infrecuente que nos pongamos en lo peor, que perdamos la esperanza.
En algunas familias también se ve el efecto devastador de la guerra entre los esposos, hermanos o hijos. La paz es posible, es cuestión de rezar, confiar y trabajar. Lo que no se puede hacer es rendirse, conformarse. Siempre se puede. No olvidemos que Dios lo puede todo.
En ocasiones tenemos muchas ganas de solucionar un problema familiar que, como nos afecta más, nos duele con mayor intensidad. Este sufrimiento lógico nos puede impacientar, queremos solucionarlo cuanto antes. La parábola de la higuera nos proporciona dos enseñanzas. La primera es que, cuando no veamos los frutos deseados (armonía, cariño, empatía…) en el otro, no se le eche la culpa, se constata el hecho y se piensa qué se puede hacer. No se corta el árbol.
La segunda es que se pongan los medios para superar el obstáculo y se dé tiempo: “déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto”. Aunque el problema lo tiene la higuera, es el labrador quien pone los medios para solucionarlo. No lleva a nada inculpar al otro, llenarle de oprobios, cortar la relación.
Dice “Amoris laetitia”: “Este camino es una cuestión de tiempo. El amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas en un segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para fortalecer la relación”.
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es
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