Entrevista con Fabio Colagrande, de Radio Vaticana, que se ha convertido en un experto del “buen humor”, tema al que ha dedicado un reciente libro. Para él, el buen humor es una gran virtud espiritual
Un profesor español, padre de los estudios universitarios sobre periodismo, el fallecido Alfonso Nieto, solía decir que “al buen humor se le ha robado tiempo y espacio” y que “una de las cosas más serias de la vida es sonreír”. Es notable cómo muchos años después ha sido profético también en este campo. No es casualidad que el Papa Francisco se refiera a menudo a esta “medicina” del corazón para abordar las numerosas “crisis” de nuestro tiempo y las dificultades que nos rodean con una visión de esperanza. Hemos querido explorar estos temas con Fabio Colagrande, que lleva años en Radio Vaticana, y que en su “tiempo libre” profundiza en estos aspectos.
En un pasaje de la Exhortación Apostólica ‘Gaudete et Exsultate’, el Papa Francisco dice que el santo es aquel que es capaz de vivir “con alegría y sentido del humor”. ¿Qué importancia tiene redescubrir este valor en la vida de cada bautizado?
Creo que no sólo es importante, sino urgente en este momento de la historia de la Iglesia. El humor, como señala el Papa, es de hecho una gran virtud espiritual que es signo de desprendimiento de las cosas materiales y al mismo tiempo, como muestra la raíz etimológica humus, una manifestación de humildad. La falta de sentido del humor es un síntoma alarmante que denota cómo se ha secado nuestra vida de fe. Una Iglesia autorreferencial y clerical, afectada por lo que el Papa llama “mundanidad espiritual”, es una Iglesia que se toma demasiado en serio a sí misma y es incapaz de hacer autocrítica.
Solemos dedicar nuestro tiempo libre a pasatiempos frívolos y esencialmente “ligeros”, en cambio en la red nos encontramos con actitudes duras y airadas. ¿Cómo puede suceder esto?
No soy psicólogo, ni experto en redes sociales, pero creo que las redes sociales se han convertido en un lugar para desahogar nuestras frustraciones y neurosis. Están al alcance de nuestra mano, en los smartphones que siempre llevamos en el bolsillo, y a menudo los poblamos con posts y comentarios que expresan nuestro malestar, nuestra insatisfacción, nuestra dificultad para relacionarnos con los demás. Necesitamos más autodisciplina. Deberíamos limitar su uso y mejorar la calidad del tiempo que pasamos en las redes sociales. Son importantes oportunidades de crecimiento y conocimiento, pero sólo si se utilizan con discernimiento.
Venimos de dos años de gran sufrimiento que también han afectado a nuestras almas, sembrando un sentimiento de frustración y desesperación casi generalizado: ¿puede el humor ser una medicina también en este caso?
El humor, como he dicho antes, ayuda a desarrollar una sana autoironía y a saber sonreír amablemente ante nuestras debilidades. Por supuesto, no debe convertirse en un sarcasmo destructivo, porque entonces sólo expresa negatividad. Puede ser una medicina porque ayuda a vivir con más ligereza. Puede ser una oportunidad para mirar el mundo desde una nueva perspectiva. Y luego creo que es necesario para aquellos que creen en lo trascendente y saben que lo visible es sólo una parte de nuestras vidas. Ayuda a restarle importancia y a centrarse en lo esencial.
Recientemente ha publicado un libro en el que se “burla” de algunos ‘tics’ de la pertenencia cristiana: ¿de dónde viene la idea y por qué es importante en la Iglesia no tomarse demasiado en serio?
Después de tantos años de experiencia como periodista católico y vaticanista, sentí la necesidad de una especie de “catarsis”. Es decir, quería ir más allá de todos los problemas de comunicación pastoral y eclesial de los que he sido testigo, invitándome a mí mismo y a los demás a mirar casi con cariño ciertos límites de nuestra vida de fe. La ocasión de la pandemia y los desafíos que ha generado me parecieron una ocasión propicia. Así que intenté contar la historia de una diócesis imaginaria que se enfrenta a la necesidad de transformar este tiempo de crisis en un tiempo de renovación. Creé personajes que encarnaban nuestras contradicciones, nuestras debilidades, y traté, a través de la paradoja, la ironía y un estilo surrealista, de hacer graciosas y divertidas ciertas limitaciones eclesiales con las que nos vemos obligados a lidiar a diario.
Chesterton explicó que los ángeles pueden volar “porque se lo toman a la ligera”. ¿Hay esperanza para nosotros también?
Parafraseando a Cicerón, diría que mientras tengamos fe siempre tendremos también esperanza. Esforzarse cada día en creer en la misericordia de Dios, sentirse amado por Él en nuestras fragilidades, es una excelente manera de no desanimarse y de aprender a volar. Aunque tal vez sea mejor llevar un casco…