El Papa ha comenzado un nuevo ciclo de catequesis sobre el sentido y el valor de la vejez
Catequesis del Santo Padre en español
Hemos terminado las catequesis sobre San José. Hoy empezamos una tanda de catequesis que busca inspiración en la Palabra de Dios sobre el sentido y el valor de la vejez. Haremos una reflexión sobre la vejez. Desde hace unos decenios, esa edad de la vida afecta a un auténtico y propio “nuevo pueblo” que son los ancianos. Nunca hemos sido tan numerosos en la historia humana. El riesgo de ser descartados es aún más frecuente: nunca tan numerosos como ahora, y nunca el riesgo como ahora de ser descartados. Los ancianos son vistos a menudo como “un peso”. En la dramática primera fase de la pandemia fueron ellos los que pagaron el precio más alto. Ya eran la parte más débil y olvidada: no los mirábamos demasiado como vivos, y ni siquiera los hemos visto morir. He encontrado también una Carta por los derechos de los ancianos y los deberes de la comunidad: esto lo editaron los gobiernos, no los editó la Iglesia, es una cosa laica: es buena, es interesante, para conocer que los ancianos tienen derechos. Vendrá bien leerlo.
Junto a las migraciones, la vejez se encuentra entre los temas más urgentes que la familia humana está llamada a enfrentar en este momento. No es solo un cambio cuantitativo; está en juego la unidad de las edades de la vida: es decir, el verdadero punto de referencia para la comprensión y aprecio de la vida humana en su totalidad. Nos preguntamos: ¿hay amistad, hay alianza entre las distintas edades de la vida o prima la separación y el rechazo?
Todos vivimos en un presente donde conviven niños, jóvenes, adultos y ancianos. Pero la proporción ha cambiado: la longevidad se ha masificado y, en amplias regiones del mundo, la niñez se distribuye en pequeñas dosis. También hemos hablado del invierno demográfico. Un desequilibrio que tiene muchas consecuencias. La cultura dominante tiene como modelo único al adulto joven, es decir, un individuo hecho a sí mismo que permanece siempre joven. Pero, ¿es cierto que la juventud contiene todo el sentido de la vida, mientras que la vejez representa simplemente su vaciamiento y pérdida? ¿Es eso cierto? ¿Solo la juventud tiene el sentido pleno de la vida, y la vejez es el vaciamiento de la vida, la pérdida de la vida? La exaltación de la juventud como única edad digna de encarnar el ideal humano, combinada con el desprecio de la vejez vista como fragilidad, degradación o invalidez, fue la marca dominante de los totalitarismos del siglo XX. ¿Hemos olvidado esto?
El alargamiento de la vida tiene un impacto estructural en la historia de los individuos, las familias y las sociedades. Pero debemos preguntarnos: ¿su calidad espiritual y su sentido comunitario son objeto de pensamiento y de amor coherentes con este hecho? ¿Quizás los ancianos deben disculparse por su obstinación en sobrevivir a costa de los demás? ¿O pueden ser honrados por los dones que conducen al sentido de la vida de todos? De hecho, en la representación del sentido de la vida −y precisamente en las llamadas culturas “desarrolladas”− la vejez tiene poca incidencia. ¿Por qué? Porque se considera una edad que no tiene contenidos especiales que ofrecer, ni significados propios que vivir. Además, falta el estímulo de la gente para buscarlos, y falta la educación de la comunidad para reconocerlos. En definitiva, para una edad que ahora es parte decisiva del espacio comunitario y se extiende a un tercio de toda la vida, hay −a veces− planes de asistencia, pero no proyectos de existencia. Planes de asistencia, sí; pero no proyectos para hacerlos vivir plenamente. Y esto es un vacío de pensamiento, imaginación, creatividad. Bajo este pensamiento, lo que crea el vacío es que los ancianos son material de descarte: en esta cultura del descarte, los ancianos entran como material de desecho.
La juventud es bellísima, pero la eterna juventud es una alucinación muy peligrosa. Ser viejo es tan importante −y hermoso−, tan importante como ser joven. Recordémoslo. La alianza entre generaciones, que restaura al humano todas las edades de la vida, es nuestro don perdido y debemos recuperarlo. Hay que buscarlo en esta cultura del descarte y en esta cultura de la productividad
La Palabra de Dios tiene mucho que decir acerca de esa alianza. Hace poco escuchamos la profecía de Joel: “Tus ancianos tendrán sueños, tus jóvenes tendrán visiones” (3,1). Se puede interpretar así: cuando los ancianos resisten al Espíritu, enterrando sus sueños en el pasado, los jóvenes ya no son capaces de ver las cosas que hay que hacer para abrir el futuro. En cambio, cuando los mayores comunican sus sueños, los jóvenes ven lo que tienen que hacer. A los jóvenes que ya no se cuestionan los sueños de los viejos, apuntando con la cabeza gacha a visiones que no van más allá de sus narices, les costará llevar su presente y soportar su futuro. Si los abuelos vuelven a caer en su tristeza, los jóvenes se aferrarán aún más a sus teléfonos móviles. La pantalla puede incluso permanecer encendida, pero la vida se apaga prematuramente. ¿La consecuencia más grave de la pandemia no está precisamente en la pérdida de los más jóvenes? Los viejos tienen recursos de vida ya vividos a los que pueden recurrir en cualquier momento. ¿Nos quedaremos mirando a los jóvenes que pierden su visión o los acompañaremos caldeando sus sueños? Ante los sueños de los viejos, ¿qué harán los jóvenes?
La sabiduría del largo camino que acompaña a la vejez hasta su partida debe ser vivida como ofrecimiento del sentido de la vida, no consumida como la inercia de su supervivencia. La vejez, si no se le devuelve la dignidad de una vida humanamente digna, está destinada a encerrarse en un abatimiento que quita el amor a todos. Este desafío de la humanidad y de la civilización requiere nuestro compromiso y la ayuda de Dios, pidámoslo al Espíritu Santo. Con estas catequesis sobre la vejez quisiera animar a todos a invertir pensamientos y afectos en los dones que ella trae consigo y para las otras edades de la vida. La vejez es un regalo para todas las edades de la vida. Es un don de madurez, de sabiduría. La Palabra de Dios nos ayudará a discernir el sentido y el valor de la vejez; que el Espíritu Santo también nos conceda los sueños y visiones que necesitamos. Y me gustaría recalcar, como escuchamos en la profecía de Joel, al principio, que lo importante no es sólo que el anciano ocupe el lugar de sabiduría que tiene, de historia vivida en la sociedad, sino que también haya un coloquio, que hable con los jóvenes. Los jóvenes tienen que hablar con los mayores y los mayores con los jóvenes. Y este puente será la transmisión de la sabiduría en la humanidad.
Espero que estas reflexiones sean de utilidad para todos nosotros, para llevar adelante esta realidad que dijo el profeta Joel, que en el diálogo entre jóvenes y mayores, los mayores pueden dar sueños y los jóvenes pueden recibirlos y llevarlos adelante. No olvidemos que tanto en la cultura familiar como en la social los ancianos son como las raíces del árbol: allí tienen toda la historia, y los jóvenes son como las flores y los frutos. Si no llega el jugo, si no llega ese “goteo” −por así decirlo− desde las raíces, nunca podrán florecer. No olvidemos a aquel poeta del que tantas veces he citado: “lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado” (Francisco Luis Bernárdez). Todo lo bello de una sociedad está relacionado con las raíces de los ancianos. Por eso, en estas catequesis quisiera que se destacara la figura del anciano, para entender bien que los ancianos no son un desecho: son una bendición para una sociedad.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de los países francófonos, en particular a la Escuela Lacordaire de Marsella y a los peregrinos de la diócesis de Lyon. Invocando al Espíritu Santo sobre las familias, animo a cada uno a discernir el sentido y el valor de la vejez y acoger con gratitud a los ancianos, para recibir su testimonio de sabiduría, necesario a las jóvenes generaciones. ¡A todos mi Bendición!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Irlanda y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Saludo de corazón a los peregrinos de lengua alemana. Espero que pueda crecer un trato más familiar entre los jóvenes y los ancianos para hacer más humana toda la sociedad. Que el Espíritu Santo os acompañe a vosotros y a vuestras familias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Que la Palabra de Dios nos ayude a discernir el valor de la vejez, y que el Espíritu Santo conceda a cada uno de nosotros los sueños y las visiones que necesitamos para que nuestra vida tenga un profundo sentido cristiano. Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridísimos fieles de lengua portuguesa, ¡bienvenidos! Al saludaros, os invito a haceros peregrinos en espíritu a la Catedra del Apóstol Pedro y con él encontrar al Señor Jesús que dice a todos: ¡Sígueme! Recordemos que seguirlo significa salir de nosotros mismos y ofrecer la vida por todos: de modo especial dedicar tiempo al abuelo, a la abuela, a los ancianos. ¡Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Cuando los ancianos y los jóvenes se unen, los ancianos sueñan, sueñan un futuro para los jóvenes; y los jóvenes pueden recoger esos sueños y profetizar, llevarlos adelante. Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda los sueños y visiones que necesitamos para construir un mundo mejor.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos y en particular a los estudiantes aquí presentes. Queridos hermanos y hermanas, al empezar el ciclo de reflexiones sobre el sentido y el valor de la vejez, os animo a todos, sobre todo a los jóvenes, a invertir pensamientos y afectos en los dones que ella trae consigo, y a demostrar cada día respeto y amor a vuestros abuelos, padres y a todas las personas en edad avanzada, para aprender de ellos la sabiduría de la vida y crear juntos un futuro feliz. ¡Dios os bendiga!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a la comunidad de los ítalo-albaneses de Roma, a la Liga nacional a los aficionados de fútbol cinco, y a los fieles de Castellabate.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. Hoy celebramos la memoria litúrgica de San Policarpo, discípulo de los Apóstoles y Obispo de Esmirna. Que su fidelidad a Cristo, hasta el martirio, suscite en cada uno el deseo de seguir al divino Maestro cooperando generosamente en su obra de reconciliación y de paz. ¡A todos mi bendición!
Tengo un gran dolor en el corazón por el empeoramiento de la situación en Ucrania. A pesar de los esfuerzos diplomáticos de las últimas semanas se están abriendo escenarios cada vez más alarmantes. Como yo, tanta gente, en todo el mundo, está sintiendo angustia y preocupación. Una vez más la paz de todos está amenazada por intereses partidistas. Quisiera apelar a cuantos tienen responsabilidades políticas, para que hagan un serio examen de conciencia ante Dios, que es Dios de la paz y no de la guerra; que es Padre de todos, no solo de algunos, que nos quiere hermanos y no enemigos. Pido a todas las partes involucradas que se abstengan de toda acción que provoque aún más sufrimiento a las poblaciones, desestabilizando la convivencia entre las naciones y desacreditando el derecho internacional.
Y ahora quisiera apelar a todos, creyentes y no creyentes. Jesús nos enseñó que a la insensatez diabólica de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno. Invito a todos a hacer del próximo 2 de marzo, miércoles de ceniza, una Jornada de ayuno por la paz. Animo de modo especial a los creyentes para que en ese día se dediquen intensamente a la oración y al ayuno. Que la Reina de la paz preserve el mundo de la locura de la guerra.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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