Un camino distinto para cada uno, pero igual para todos ya que a todos nos llama Dios a ser santos
1.- «Vienen todos los de Sabá, trayendo incienso y oro…»(Is 60, 6) El profeta canta lleno de alegría y exhorta a Jerusalén que también se llene de gozo. Contempla como la luz hace retroceder a las tinieblas. Como el Bien vence al Mal y se inicia la salvación de los hombres que sólo Dios puede otorgarnos. Vislumbra extasiado como el Dios de los cielos nace en la tierra. El nuevo y definitivo Rey de Israel, el Hijo de David anunciado como redentor nace y con él la esperanza, la alegría y la paz.
Y como a Salomón, el otro hijo de David, vienen desde las tierras del sur y del este, de Sabá y de Madián, a festejar su grandeza, a rendirle pleitesía. Para ello llegan cargados de dones: oro, incienso y mirra. Elementos valiosos y altamente significativos. Expresión de su amor y de su fe. Ratificación de sus sentimientos mediante la entrega de algo de sí mismos, de un don que pruebe la autenticidad de su reconocimiento y admiración.
2.- «…también los gentiles son coherederos…» (Ef 3, 5) Hoy es el día en que conmemoramos, revivimos, el momento en el que Dios se manifiesta a los gentiles, es decir, cuando el Señor abre las puertas de su Reino a todos los hombres, sean o no hebreos, pertenezcan o no al pueblo judío, el elegido en primer lugar. Hasta que Cristo nace, los que no fueran descendientes de Abrahán no podían entrar en el Reino de Dios. Eran los gentiles, gente impura cuya cercanía manchaba, hasta el punto de que no se podía entrar en sus casas sin quedar impuros ante Dios.
Todo eso desaparece y el Señor destruye aquellas fronteras. Con el nacimiento de Cristo una nueva estrella se enciende en lo alto de los cielos, su luz brilla con claridad y fuerza, es un signo visible del amor de Dios, de su llamada insistente y persuasiva para que cada uno siga el camino marcado por la luz de la fe en Cristo, un camino distinto para cada uno, pero igual para todos ya que a todos nos llama Dios a ser santos.
3.- «…se marcharon a su tierra por otro camino» (Mt 2, 12) Dios premió su constancia y abnegación, su firme fe y su acendrada esperanza. Aquella estrella tenía un brillo especial, les llamó la atención desde el primer momento quizá. Por otra parte había un clima de expectación, de una parte y de otra se oía decir que vendría un Salvador. Además la situación en muchos lugares de la tierra era cada vez más penosa, los anhelos de salvación eran profundos. Por eso no era extraño que Dios se apiadara y enviase al Mesías esperado.
Aquellos hombres vinieron por un camino y se marcharon por otro, vinieron con la ansiedad de quien busca y se marcharon con el gozo del que ha encontrado lo que tanto buscaban. El camino de ida era incierto y penoso, el de vuelta seguro y alegre… La estrella sigue brillando, «se han abierto los caminos divinos de la tierra», repetía San Josemaría. Pero es preciso recorrerlos, encontrar a Cristo para seguir caminando con seguridad, con esperanza, con alegría y paz.