Revista Palabra (Entrevista de Enrique Carlier)
Introducidos desde el 11 de octubre en el Año de la Fe convocado por Benedicto XVI, Mons. Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito de Pamplona y Tudela, señala en esta entrevista algunas claves para entender y secundar adecuadamente la iniciativa del Papa y contribuir así a la nueva evangelización.
Mons. Sebastián es una voz particularmente autorizada en materia de evangelización; no en vano es autor de Evangelizar y de Nueva Evangelización, dos obras publicadas, respectivamente en 2010 y 2001, por Ediciones Encuentro. Y acaba de publicar, además, un amplio comentario a las alocuciones de Benedicto XVI sobre esta cuestión (Benedicto XVI habla sobre Fe y Nueva Evangelización. Ediciones Palabra. Madrid, 2012)
Mons. Sebastián, en su comentario a las alocuciones del Papa sobre el Año de la fe y la nueva evangelización Usted señala que la clave de esta sería poner en práctica, de verdad, el Concilio Vaticano II. ¿Por qué?
Es un dato claro que, cuando Juan XXIII manifestó su intención de convocar un Concilio, nadie sabía muy bien para qué lo hacía. El mismo Juan XXIII confesó que había actuado dejándose llevar de la inspiración de Dios. Poco a poco el mismo Papa fue manifestando y concretando sus intenciones. Fue el mismo Concilio y el Papa Pablo VI quienes fueron precisando la finalidad del Concilio. Es evidente que en estos cincuenta años se han puesto en práctica muchas cosas ordenadas o sugeridas por el Concilio, como por ejemplo la reforma litúrgica, las conferencias episcopales, la revisión de las constituciones de los institutos religiosos, etcétera. Pero creo que no hemos asimilado ni puesto en práctica la intención de fondo del Concilio, a saber, una renovación espiritual de la Iglesia, desde la más alta jerarquía hasta el último monaguillo, y una primacía del acercamiento misionero al mundo contemporáneo en un intenso movimiento de evangelización. Seguimos enredados en muchas pequeñas cosas internas, sin entregarnos a la evangelización de los hombres en las sociedades avanzadas como tarea prioritaria de nuestras iglesias.
No buscamos con pasión la conversión al cristianismo de nuestros conciudadanos alejados, decepcionados o simplemente irreligiosos.
Entonces, ¿cree que sigue por descubrir la finalidad evangelizadora que tenía el Concilio?
En cierto sentido, sí. Cada uno ha tratado de aprovechar el Concilio para apoyar su “guerra” particular. Nos hemos entretenido demasiado en los cambios internos de organización, de funcionamiento, creando comisiones, consejos, delegaciones... Pero hemos avanzado poco en fervor misionero, en la renovación doctrinal, espiritual y también organizativa, no en función de un pretendido aggiornamento o modernización de la Iglesia, sino en función de un acercamiento apostólico real a las personas e instituciones alejadas, laicas y descreídas de nuestro tiempo. El fin de la renovación no puede ser la “modernización” de la Iglesia, entendida como un mimetismo con la sociedad, sino la evangelización, la conversión de la gente a Jesucristo, con fervor y alegría. Es un error pensar que la Iglesia se tiene que “modernizar” para poder evangelizar, en el sentido de asumir los modos actuales de pensar y vivir. Para convencer, la Iglesia se tiene que renovar entrando en sí misma, asimilándose a sus orígenes, haciéndose más apostólica, más evangélica, más intensamente cristiana.
¿Cómo resumiría los objetivos que se ha marcado el Papa para el Año de la Fe?
Leyendo atentamente la Carta Porta Fidei se ve claramente que la intención y el deseo del Papa Benedicto al convocar el Año de la Fe no es hacer una simple conmemoración del Concilio. El Papa lo dice claramente. Quiere que recuperemos el Concilio como un gran gesto evangelizador de la Iglesia, y que nos centremos todos en la fe, valorándola más, conociéndola y viviéndola mejor, anunciándola gozosamente a nuestros conciudadanos.
El Papa quiere que este Año de la Fe sea el año de la acogida serena y profunda del Concilio y del Catecismo de la Iglesia Católica; quiere que los cristianos vivamos la fe con más hondura, con más fervor, con más autenticidad; y quiere que nos sintamos hondamente responsables de la fe y de la salvación de nuestros hermanos. El Año de la Fe es la llamada a una movilización espiritual y misionera de la Iglesia, de los obispos, de los sacerdotes y religiosos, de las parroquias y de todas las instituciones y realidades católicas. El Papa quiere que superemos las divisiones, la atonía general, el pesimismo que nos paraliza, y que comencemos a vivir con la alegría, el fervor y la diligencia misionera que pide el amor verdadero y que necesitan nuestros hermanos.
¿Cuál es, a su entender, el itinerario que debiera seguir la nueva evangelización? ¿Dónde debe comenzar y terminar?
La nueva evangelización tiene que comenzar con nuestra conversión; la conversión de los obispos, de las curias diocesanas, de todos los que tenemos alguna responsabilidad en la Iglesia; la conversión de los profesores y educadores; la conversión de los pastores y de los cristianos que participan en la misión y en la vida pastoral de la Iglesia. Esta conversión implica, en primer lugar, la renuncia a todo personalismo y la ofrenda de nuestras personas al servicio misionero del Evangelio, en tiempo, en trabajos, en estilos de vida, en valores y primacías.
Hay que cambiar de mentalidad y de estilos de vida. Hay que someterlo todo a las exigencias de la misión, de la credibilidad del mensaje, del anuncio de la Palabra de forma realista y eficaz. No podemos conformarnos con seguir viviendo al interior de nosotros mismos, sino que hemos de afrontar las exigencias de un encuentro evangelizador con los que no creen, con los alejados, con los que no nos tienen en cuenta, con los que piensan y viven y actúan al margen del Evangelio de Jesucristo, sin Dios, sin moral, sin esperanza de vida eterna.
Si la primera evangelización se abrió paso en el mundo greco-romano, ¿qué contexto cultural deberá afrontar la nueva evangelización?
Nosotros hemos disfrutado de un mundo cultural que era, en gran parte, consecuencia de la misma fe cristiana. Las costumbres, el derecho, la idea del hombre y de la vida eran cristianas, o por lo menos estaban fuertemente influidas por el cristianismo. Hoy ya no es así. No tenemos un tejido cultural que encaje con las afirmaciones y exigencias de la fe y nos ayude a creer. Vivimos más bien en un mundo cuyas convicciones fundamentales ya no concuerdan con la fe. Estas son la exaltación absoluta de nosotros mismos, de la vida y de la felicidad terrestres, del bienestar, y la valoración de todo aquello que nos permite ser felices, vivir bien en este mundo, como son el dinero, el poder, la salud y todo lo que podamos alcanzar por nuestros medios. En el centro de todo, la libertad. Podríamos decir que libertad y dinero son los nuevos dioses, la nueva religión. En la cultura contemporánea hemos eliminado al Dios que vino a revelar Jesucristo, y nos hemos endiosado nosotros. Cada uno es su propio dios. Vivimos la cultura del egoísmo y de la felicidad inmediata. Esto nos hace ser egoístas, hedonistas, materialistas, relativistas. Lo difícil es saber cómo hemos llegado hasta aquí, cómo hemos permitido que se nos diluyera la vieja cultura cristiana, llena de humanismo y sabiduría, y nos hemos dejado deslumbrar por esta cultura del egoísmo que nos trae tantas calamidades y tanto sufrimiento.
En su opinión, ¿cuáles serán las principales dificultades para la nueva evangelización?
Ya quedan dichas. Lo nuevo es volver a convencer del valor del cristianismo a quienes lo abandonaron y lo consideran algo superado sin haberlo vivido nunca intensamente. En nuestra tierra el cristianismo no tiene el aliciente de la novedad que tiene en otros lugares. Los alejados, los indiferentes piensan que el cristianismo es algo ya sabido, algo superado que no tiene nada nuevo que decir.
Nuestros adolescentes lo desprecian como algo viejo y superado. Hemos vivido la euforia de los “ricos nuevos” que piensan que la vida comienza con ellos. Ojalá los sufrimientos de la crisis nos hagan un poco más sensatos.
¿Qué consecuencias pastorales concretas se deducen de la nueva evangelización?
Nos las ha indicado el Papa: centrarnos en la fe. Conocerla mejor, vivirla y celebrarla mejor, valorarla, anunciarla con sencillez, con valentía, con diligencia. Tendríamos que revisar todas nuestras actividades pastorales y valorarlas en función de la fe. Lo que hacemos, lo que anunciamos, lo que difundimos, ¿sirve para fortalecer la fe de los que creen y para despertar la fe de los que no creen? Este criterio no lo hemos aplicado nunca con claridad y con energía.
A veces se tiende a hacer un discurso teórico sobre la nueva evangelización. ¿Qué sugerencias prácticas haría Usted para la nueva tarea evangelizadora?
Por ejemplo, revisar el modo en que estamos haciendo el proceso de iniciación cristiana. Si nuestros adolescentes dejan la Iglesia en cuanto reciben la confirmación, y a veces después de la primera comunión, ¿qué clase de catequesis es la que estamos ofreciendo, que no despierta una fe convencida, una fe de verdadera conversión, una fe que nos haga vivir a gusto como miembros de la Iglesia? Otra observación práctica: ¿En qué situaciones de fe celebramos el sacramento del matrimonio? La mayoría de las parejas que se acercan hoy a las parroquias para celebrar su matrimonio están ya conviviendo.
¿Qué hacemos para garantizar que su matrimonio es realmente una celebración de fe? En España es indispensable que hagamos un esfuerzo para que los sacramentos sean realmente celebraciones de fe. Es preciso intensificar y mejorar la pastoral de la Palabra, la buena formación de los cristianos, insistir en la necesidad de la conversión personal como punto de partida de todo lo demás. Sin conversión a Dios no puede haber vida cristiana.
Hasta ahora, quienes más han hablado de la nueva evangelización han sido los pastores y teólogos. ¿Qué pueden hacer los cristianos de a pie para secundarla en su vida corriente?
La primera evangelización fue en buena parte obra de los fieles cristianos, de los seglares. Tenemos los “Hechos de los Apóstoles” que, además de relatarnos la predicación de Pedro y Pablo, nos cuenta también cómo surgían nuevas comunidades cristianas por obra de los fieles cristianos que viajaban de un lugar a otro, a veces huyendo de las persecuciones. Sabemos que el cristianismo se extendió rápidamente por toda Europa por obra de los cristianos que venían a nuestras tierras con los comerciantes y los soldados romanos, galos, africanos. Hay que despertar entre nuestros cristianos la “mística de la misión”.
La clave no está en los títulos ni en los cargos. La clave está en el fervor, en la mística, en la valoración de los dones de Dios, en la identificación espiritual y amorosa con Jesucristo. Por ejemplo, hoy que celebramos la fiesta de san Francisco de Asís, ¿qué es lo que hizo a Francisco misionero? Tiempos de evangelización quiere decir tiempos de conversión, tiempos de fervor y entusiasmo, tiempos de santidad.
Tenemos en nuestras manos la salvación del mundo, el remedio de todos los males. ¿Cómo es posible que no lo propaguemos por todas partes? Cuando uno descubre el valor del Evangelio de Jesús, deja otras cosas y se dedica a anunciarlo, a ofrecerlo, a difundirlo.
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