«Atrévete a abrir la puerta al Señor, que viene, y gozarás de la verdad que auguran las profecías»
Litúrgico, el Adviento, tiempo de esperanza, de promesas y de profecías. En su carta semanal, el cardenal Osoro señala que este tiempo que «nos sitúa en la esperanza», también nos invita a «estar y vivir vigilantes», tal y como subraya el prelado, para «distinguir aquello que es principal y lo que es secundario», porque «la Iglesia no puede estar ajena a la realidad, al dolor del planeta y de los hombres que vivimos en él».
Asimismo, anima a «vivir en fe y en una adhesión absoluta a la Palabra de Dios», a vivir en esperanza mediante «obras que engendran en nuestra vida amor, limpieza de corazón, ayuda al otro, capacidad y fortaleza para dar la vida» y a «vivir ante un Dios desconcertante que nos invita a entrar en su misterio», dejando –como hizo san José– «que desestabilice tu vida», pues «la llena de Dios y de alegría».
El arzobispo de Madrid invita a tener «una relación más profunda» con el Señor. «Como la que tuvo la Virgen María, figura especial del Adviento, con Dios; fue tan honda que Dios le pidió que prestase su vida para darle rostro humano». Y María «permaneció oyente y orante».
Tiempo de Adviento Ecclesia.- Con toda la Iglesia, comenzamos el tiempo nuevo más atractivo del Año
Por su parte, en el Rincón Litúrgico de la revista Ecclesia, Ángel Moreno añade que el Dios creador no se queda frustrado por el pecado de Adán y, movido a compasión porque ama al hombre, decide hacerse Él mismo Hombre, para restablecer la armonía de todo el universo, devolviendo a la obra de sus manos el esplendor, la bondad y la belleza con los que la diseñó.
El ser humano descubre en verdad su semejanza divina, al verse de la misma naturaleza humana que asume el Hijo de Dios en el seno de la mujer bendita. Atrévete a abrir la puerta al Señor, que viene, y gozarás de la verdad que auguran las profecías: “Esto dice el Señor que te hizo, que te formó en el vientre y te auxilia: No temas, siervo mío, Jacob, a quien corrijo, mi elegido; derramaré agua sobre el suelo sediento, arroyos en el páramo; derramaré mi espíritu sobre tu estirpe y mi bendición sobre tus vástagos. Brotarán como en un prado, como sauces a la orilla de los ríos” (Is 44, 2-4).
El Adviento es tiempo de esperanza, y nada nos produce mayor expectación que el anuncio del ángel Gabriel a María, en el que se le revela el proyecto divino de hacerla Madre de Dios, si ella consiente.
Como en el cuadro del Greco, que se conserva en el museo de arte de Toledo. Cuando la Virgen se pinta con vestido rojo, se desea representar que ya ha acontecido la Encarnación. Se observa a María. que eleva la palma de su mano, como gesto de aceptación. Con este gesto también se indica la maternidad virgen. Así se muestra en el parteluz del Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, en el momento en el que Dios Padre, entrega a su Hijo a la Bendita entre todas las mujeres.
Sorprende cómo es traducida la profecía de Isaías, en la que se señala que una joven embarazada dará a luz un hijo – “la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” Is 7, 14)-. El término lógico sería el de almah(joven), pero los Sententas traducen parthenos,(virgen). El arte lo representa con el gesto de María, extendiendo la palma de su mano.
El ángel, envuelto en manto amarillo, que significa la santidad divina, le indica a María el origen de su anuncio, viene de parte de Dios, y con la fuerza del Espíritu Santo, si acepta, se convertirá en madre de Dios, Theotokos.
Ante el misterio, por pura lógica, cabe la reacción sorpresiva y un tanto resistente a la acción divina, pero también cabe, desde la fe, rendir la mente, y como María acoger la voluntad de Dios: “Hágase en mi según tu Palabra”.