Hoy hay mucho dolor causado, buscado, justificado en pro de un mal llamado progreso
Recuerdo la visita a una residencia de mayores en un pueblo de la Cornisa Cantábrica. Me llamó la atención que presidía el salón una gran imagen de Cristo Rey entronizado, estaba acompañado por unos ancianos y adornado con flores frescas y velas encendidas. Ante mi extrañeza, el párroco de la localidad me dijo que esa imagen había presidido el salón de plenos del Ayuntamiento, pero habían decidido deshacerse de ella. Lo hicieron llevándola al vertedero en el camión de la basura. Los pobres ancianos y enfermos quisieron recogerla y darle el cariño que otros le negaron. Y, por cierto, las cosas en esa localidad no iban muy bien.
¿Por qué necesitamos a Dios? ¿Por qué lo necesita la sociedad? “Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, afirma san Agustín con conocimiento de causa. Este, en su juventud, buscó la felicidad por muchos derroteros, intentó saciar su sed con los placeres, la fama, los falsos dioses, pero cada vez estaba más sediento. Creo que es un hecho que cuando el hombre se aparta de Dios las cosas no le van mejor. He visto a muchos amargados, tristes y protestones que pretenden arreglarlo todo matando a Dios.
Leía en la prensa: “Esta semana se publicó en los periódicos, con una gran naturalidad, la insólita justificación de un dios criminal. La escribieron los padres de una niña de cinco años que murió atropellada fortuitamente en la puerta de su colegio”. No sé qué tendrá dentro quien escribió esto, pero yo me quedo con la actitud de los padres de la niña. No todos tienen la libertad de poder perdonar. No todos logran amar y esperar aun cuando todo sale mal.
Recojo unos titulares: “En los últimos cinco años las agresiones sexuales han crecido en más del 60%”. “La tasa de crecimiento de los casos de abuso sexual contra menores en España en la última década ha sido de un 300%”. “En 2020 se registraron en España 3.941 suicidios, 270 más que en 2019. Esto supone que cada día se suicidan en España una media de 11 personas”. Algo no funciona. Necesitamos ayuda y humildad para reconocerlo y pedirla. El escapismo asombroso que nos invade es peligroso, sobre todo para los niños y jóvenes, para los débiles. Si les queremos debemos dejarles un mundo mejor. Un mundo con sentido, con Dios.
Leemos en el Evangelio: “Pilato le dijo: ¿O sea, que tú eres Rey? Jesús contestó: Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz”. La verdad no es una posesión propia, no está en mí, ni en las ideologías. No somos dueños de ella, la Verdad es la que sale a nuestro encuentro, la que nos busca, la que viene de Dios. Fuera de Él reinan las tinieblas, impera la falsedad y la mentira ¡Cuántas mentiras salen de políticos, de poderosos, de “los amos del mundo”! Hoy hay mucho dolor causado, buscado, justificado en pro de un mal llamado progreso.
Como rezamos en la misa, Cristo nos ofrece “el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. Hemos hablado de la verdad, trabajemos para que cunda en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro trabajo y haremos un gran servicio al mundo.
Dice Joseph de Maistre: “Las mentiras son como las monedas falsas: acuñadas por cualquier truhan, las gastan personas honestas, que perpetúan el crimen sin saber lo que hacen. Así también la mentira, sobre todo cuando la dice una persona con autoridad, es capaz de correr en todas direcciones, siendo imposible descubrirla. Y lentamente se transforma en verdad para aquellos que no se someten al esfuerzo de la verificación y de la crítica”. Sin darnos cuenta nos han hecho creer que el amor duradero y comprometido no existe, es algo que fingían vivir los antiguos.
Así hemos perdido la santidad del matrimonio, la belleza de la familia. Nos creemos los relatos −“cuentos”− de los fulleros y nos conformamos con un poco de bienestar.
Los que somos pequeños, débiles y necesitados, anhelamos un entorno de vida. Un rincón donde nos defiendan de los depredadores, de los que no dan valor alguno a la vida de los que son frágiles, ancianos, enfermos o pequeños.
¡Amamos la vida! ¡Defendemos la vida! ¡Disfrutamos viviendo! Dice el Papa: “el Reino de Dios se fundamenta sobre el amor y se radica en los corazones, ofreciendo a quien lo acoge paz, libertad y plenitud de vida. Todos nosotros queremos paz, queremos libertad, queremos plenitud. ¿Cómo se consigue? Basta con que dejes que el amor de Dios se radique en el corazón y tendrás paz, libertad y tendrás plenitud”.