El Año Amoris Laetitia convocado por el Papa viene marcado por los grandes desafíos de la institución familiar en la sociedad actual.
El 19 de marzo es el día elegido por el papa Francisco para la inauguración del Año “Familia Amoris Laetitia”, con motivo del quinto aniversario de la publicación de su Exhortación Apostólica y con el objetivo de repensar el contenido de una realidad común como es la familia.
Roberto Esteban Duque, en omnesmag.com/
Es probable, dice el periodista David Brooks, que estemos atravesando el cambio más rápido en la estructura familiar de la historia de la humanidad. Las causas son económicas, culturales e institucionales a la vez. Valoramos demasiado la privacidad y la libertad individual. Queremos estabilidad y arraigo, pero también movilidad y libertad para adoptar el estilo de vida que elijamos. Queremos familias cercanas, pero no las limitaciones legales, culturales y sociológicas que las hicieron posibles. Se busca a tientas un nuevo paradigma familiar, pero mientras tanto reina la confusión y ambivalencia.
Los desafíos de la familia
Entre los “desafíos de las familias”, Francisco denuncia en su Encíclica la “cultura de lo provisorio”, manifestada en “la velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva a otra”, resultado inequívoco de una desinstitucionalización de la familia, de un mayor incremento de la autonomía, de la búsqueda de realización y satisfacción personal. Se trataría de un escenario de multiplicación de itinerarios familiares, de tránsitos, donde una persona pasa del noviazgo a la cohabitación, volver al noviazgo y casarse, tener hijos, separarse y divorciarse, vivir sólo con los hijos, volver a cohabitar con una nueva pareja y los hijos de ambos, ad infinitum.
A la denuncia sobre la precariedad de los vínculos familiares, el Papa añadirá su malestar por las “diversas formas de una ideología genéricamente llamada gender”, que procura “imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños”. El antecedente de semejante ideología de género lo encontramos en Emilio de Rousseau, en el que la educación de los niños se lleva a cabo “en ausencia de cualquier relación orgánica entre esposos y esposas, y entre padres e hijos”, creando para el estado del alma de los estudiantes lo que Allan Bloom en El cierre de la mente moderna denominará como la psicología de la separación, el peculiar aislamiento donde cada uno desarrolla su pequeño sistema aparte. El divorcio será el término lógico y el signo más visible de nuestra creciente separación.
Frente al empeño por abolir y penalizar la distinción entre lo masculino y lo femenino, Francisco abordará también en “Amoris Laetitia” la necesidad del padre y de la madre, en cada familia, subrayando la importancia de la diferencia: “la presencia clara y bien definida de las dos figuras, femenina y masculina, crea el ámbito más adecuado para la maduración del niño”. El Papa rechaza abiertamente el feminismo de género: “valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad”. En realidad, la ideología de género no defiende la diversidad sino la uniformidad que elimina el rol de la madre, la maternidad comprendida como una condición anterior a la cultura, la sociedad o las ideas políticas. El feminismo de género sostiene la subversión de la identidad (“la identidad se escoge”), preconiza la libertad desligada de la verdad, elimina la distinción de los sexos, dejando de ser la masculinidad y la feminidad signos de la naturaleza para situarse en una indeterminación cultural. El discurso constructivista o el relativismo cultural y moral tiene su génesis en Comte, para quien lo social es la categoría donde todas las demás adquieren sentido y concreción: todo (acciones, relaciones, formas de relación) es legítimo si “se construye” socialmente.
El Papa previene asimismo contra la propaganda del “sexo seguro”, un estilo de vida que “transmite una actitud negativa hacia la finalidad procreativa natural de la sexualidad”. El uso generalizado de anticonceptivos ha traído consigo cuatro resultados que Pablo VI recogió en la encíclica Humanae Vitae: descenso de las normas morales, aumento de la infidelidad y de hijos ilegítimos, reducción de la mujer a objeto de placer y la actividad coercitiva de los gobiernos en materia reproductiva. En otros términos, lo que ha ocurrido en estos 50 últimos años son las consecuencias de la disociación entre amor, matrimonio, sexo y procreación.
Un capítulo espinoso permitirá a Francisco sugerir que ante las situaciones de cohabitación, matrimonio sólo civil o parejas de divorciados, el realismo impone “acompañar, discernir e integrar”, de modo que las personas que se encuentran en estos casos “vayan superando las deficiencias y participen en la vida de la Iglesia”. En cuanto a la posibilidad de comulgar de los divorciados casados de nuevo, Francisco insistirá, sin ofrecer ninguna nueva disciplina, en ofrecer a todos la misericordia de Dios y tratar cuidadosamente cada caso. El Papa dirá que no toda persona en una de estas circunstancias irregulares se encuentra en pecado mortal, añadiendo dos aclaraciones: en primer lugar, así como las normas no pueden abarcar todos los casos concretos, tampoco el caso concreto puede ser elevado a norma; en segundo lugar, “comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano”.
El matrimonio y la familia
La mutación antropológica y sociocultural que atraviesa el matrimonio y la familia dista mucho de parecerse a la verdadera naturaleza de la familia, que, en palabras de Juan Pablo II, es communio personarum, comunidad originaria de personas, comunidad para la formación de las personas; no una mera asociación de relación humana individual, sino una unidad de convivencia, una “participación en lo común”, comunicación de unas personas con otras, un verdadero entramado educativo de relaciones interpersonales. La nueva situación tiene sus consecuencias más devastadoras en los ancianos, niños y enfermos, que han perdido el apoyo que antaño proporcionaba la familia y la comunidad.
El deterioro institucional implica la desaparición de normas y valores que hasta hace poco constituían el mundo vivido (no hay que olvidar que el matrimonio religioso está desapareciendo). El insoportable descenso de la natalidad (España es el país de la UE28 con peores indicadores de natalidad) precisa no sólo una modificación de las condiciones económicas, sino sobre todo un cambio cultural y espiritual, una transformación capaz de trascender el hedonismo y la secularización para regirse por el sacrificio firmemente arraigado en lo divino. Así lo describe el estadounidense Rod Dreher, autor de The Benedict Option (La opción benedictina): “la vía para revalorizar a la familia pasa por revivir el compromiso religioso, renunciando al matrimonio como autorrealización y descubriendo el sacrificio enraizado en lo divino”.
El matrimonio y la familia comprendidos como “un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria”, servirá a Francisco para ofrecer el mensaje final de la Exhortación como una invitación a la esperanza: “Caminemos familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más. No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y comunión que se nos ha prometido”.
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