«Nadie encuentra embarazo/en dar un largo plazo/a importantes negocios; mas no advierte/que ajusta mal su cuenta sin la muerte». Samaniego
Hace ya más de dos siglos que Samaniego nos regaló una de sus fábulas que versaba sobre la charlatanería. Como escribía en verso, quisiera hacerlo en prosa y acercarlo a nuestro tiempo. Poco hemos cambiado los seres humanos y, a pesar de ser un ilustrado y reírse de la tontería humana, seguimos siendo igualmente majaderos. Samaniego nos describe que el chacharero –en valenciano, se diría ‘xarrador’- es más querido por el vulgo que veinte sabios, pues sabe camelarse al más pintado. Los charlatanes, afirma, «por esta conveniencia/los hay el día de hoy en toda ciencia, /que ocupan, igualmente acreditados,/cátedras, academias y tablados». Y esto nos suena por su actualidad: solo hay que asomarse, por ejemplo, a la caja tonta para darse cuenta del sarao.
En este cuentecillo nos habla de uno que estaba bastante chalado, pero era doctor en elocuencia, y se ofreció a enseñar a hablar, si le daban tiempo, a un borrico. Tal éxito tuvo su ocurrencia que llegó a oídos del rey, que le ofreció un buen sueldo, en el plazo que el charlatán le dijo que hablaría el jumento: diez años. Si no lo conseguía, sería ahorcado, como contraparte del contrato con el rey.
Sus amigos, lógicamente, lo consideraron un extravagante, un iluso y un temerario, pues le decían que su frescura alocada «a cáñamo ya olía su garganta». Mas como era charlatán, en nada tembló su arrogancia: «No se ha de temer, que en diez años de plazo ¿el rey, el asno o yo no moriremos?». Samaniego termina su chanza afirmando: «Nadie encuentra embarazo/en dar un largo plazo/a importantes negocios; mas no advierte/que ajusta mal su cuenta sin la muerte».
Si trasladamos la fábula a nuestro tiempo, nos daremos cuenta del fondo de la cuestión. Nos prometen los políticos, lo que no pueden prometer, con la pretensión de que el tiempo, ese gran aliado de la desmemoria, haga que lo que se dijo en cierta ocasión no se recuerde después, pues el tiempo juega a favor del olvido; y se miente. Y luego, a reclamar al maestro armero: ¡el que venga detrás que arree!
De igual modo, muchas promesas se incumplen pasado el tiempo. Y no me refiero solo a que la garantía de un cachivache caduque y no pueda invocarse para su arreglo, sino que aquellas promesas con las que nos comprometimos, se las lleve el viento. Además, según algunos movimientos de la psicología actual, lo pactado no obliga si cambian las circunstancias, pues nadie puede dar cumplimiento de por vida a lo comprometido en una ocasión. Y me refiero a lo de más profundo e íntimo que uno tiene: por ejemplo, la fidelidad de un hombre y una mujer que se han ligado de por vida. Quizá por eso, y por cierta coherencia de la que aún disponemos, muchos simplemente se juntan, no vaya a ser que luego, por cosas de la vida, se descoyunten. Pero entonces, nada tiene perdurabilidad, salvo, como nos da a entender Samaniego, la muerte. Lo dicho, el rey el burro o yo, ¿estaremos aquí dentro de diez años? Entonces, podemos seguir nuestra charlatanería.