Quien no haya tenido la fortuna de ser amado en su infancia, tiene una carencia que ojalá le lleve al deseo de formar un hogar diferente al que nació. La familia es la urdimbre afectiva que la naturaleza ha previsto para el desarrollo armónico de las personas
Un bebé, desde el vientre materno recibe las consecuencias del comportamiento de su madre no sólo desde el punto de vista físico: hábitos saludables, ausencia de factores muy estresantes durante el embarazo, etc. También, de una forma u otra, el ser aceptado y querido configurará su personalidad. No todo bebé concebido es esperado con ilusión; hay casos en los que la concepción ha tenido lugar en un momento no esperado ni deseado; puede haber un sentimiento inicial de rechazo a aceptar el embarazo; esa situación no tiene mayor trascendencia si pasa a ser aceptado y progresivamente querido.
De hecho, al nacer un niño con síndrome Down, si no era esperado así, la primera reacción de sus padres puede ser de disgusto, lo que es comprensible. Es el momento de ayudarles, social y personalmente, para afrontar las nuevas circunstancias. Que un bebé sea esperado con ilusión por sus padres y hermanos es lo deseable, pero no es la única posibilidad. A veces pasa tiempo antes de que ese hijo inesperado pase a ser tan querido o más que sus hermanos.
Dice Bonete que la familia es la primera y fundamental escuela de socializar; como comunicación de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y la hace crecer. El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que conviven en la familia. La comunicación y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.
El bebé nace muy limitado; sus manifestaciones afectivas se reducen a sonreír, como señal de satisfacción, y a llorar en señal de malestar o en petición de ayuda. Todos somos conscientes de la importancia de recibir afecto desde el principio de la vida; rodear de afecto al bebé fortalecerá una personalidad sana. Muchos padres de niños de 0 a 6 años se plantean dudas sobre cómo actuar en diversas y variadas circunstancias de la vida; especialmente cuando es el primer hijo, cada experiencia es nueva y no siempre están preparados para responder. Es indudable que participar con intensidad en la vida del recién nacido es una buena forma de apuntalar la familia y de emplear el tiempo. Entre llegar habitualmente a casa cuando el bebé está dormido, a estar en el baño vespertino, cena, juego, acompañarle a la cuna o a la cama, estar con él unos momentos, hay una notable diferencia.
Un bebé adquiere la conciencia del amor fundamentalmente por su experiencia personal de ser querido; su componente instintivo al comportarse es alto; desarrollará una capacidad de captar la atención que puede llegar a ser absorbente; es casi seguro que habrá que decirle NO en muchas ocasiones, desde sus intentos por ir a la cama de sus padres a su empeño por tomar objetos que le puede perjudicar o que por su valor no debe tener en sus manos. Querer no es decir siempre y a todo que sí; ahora abundan las madres buenas, cariñosas; pero el niño necesita tener una buena madre, que le da no lo que pide sino lo que necesita: mucho cariño y algunas negativas firmes.
Cada vez más los varones se implican en las tareas de la casa; faltar un día, uno de los dos, no es relevante si el motivo es importante. Faltar de forma sistemática puede llevar a lo sucedido en el siguiente relato: Cuando nació mi hijo yo estaba en una fase laboral en la que tenía que aprovechar las oportunidades para ascender. Mi hijo aprendió a comer cuando menos lo esperaba. Comenzó a hablar cuando yo no estaba. A medida que crecía, me decía: `Papá, algún día seré como tú ¿Cuándo regresas a casa, papá?´. `No lo sé, hijo mío, pero cuando regrese jugaremos juntos..., ya lo verás`. Mi hijo cumplió diez años y me decía: `Gracias por la pelota, papá. ¿Quieres jugar conmigo?´ `Hoy no, hijo mío, que tengo mucho que hacer.´ `Está bien papá, otro día será`, y se fue sonriendo. Pasaron los años y mi hijo regresó de la universidad, hecho todo un hombre. Hijo, estoy muy orgulloso de ti. Siéntate y hablemos un poco.’ Hoy no, papá, tengo compromisos...; por favor, préstame el coche para ir a visitar a unos amigos.´ Ahora me he jubilado y mi hijo vive en un barrio cercano. Hoy le he llamado: `Hola, hijo mío, quiero verte.´ `Me encantaría, papá, pero es que no tengo tiempo...; tú sabes, el trabajo, los niños...; pero gracias por llamar, fue estupendo hablar contigo.´ Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo había cumplido su deseo, era exactamente como yo.
En cualquier país que se visita, las personas con las que es más sencillo conectar son los niños, porque entienden ese idioma universal que entendemos todos. Los niños con síndrome Down escolarizados se acercan las personas más cariñosas, tienen un detector de cariño que les lleva a equivocarse raras veces. Una experiencia para no repetir es la que cuentan que hizo el emperador Federico II: quiso saber cuál era la primera lengua del mundo y viendo que cada niño hablaba la de su región de origen, pensó seleccionar a unos niños recién nacidos para criarlos aparte. De este modo, según el emperador, si nadie les hablaba no podrían aprender la lengua de sus cuidadoras y el idioma original brotaría de sus labios de manera espontánea. Así se hizo. Las personas encargadas de esa tarea los cuidaban, los bañaban, pero tenían prohibido hablarles o cantarles. El resultado fue que, al poco tiempo, todos los niños se fueron muriendo de uno en uno. ¿La razón? La ausencia de las manifestaciones que habitualmente acompañan al cariño. Esa historia muestra la necesidad vital de recibir afecto.
Es importante repetir a cada hijo que se le quiere de forma gratuita, siempre. Es cierto que no da lo mismo que se porten mejor o peor, que estudien o no, pero no deben llegar a pensar el amor de sus padres depende de su comportamiento o de los resultados escolares. Conocer a cada hijo bien lleva a saber cuándo hay que darle una palmada de cariño o ponerse serio con él. Quererles no es estar todo el día dándoles besos; depende de muchas circunstancias, como la cultura en la que se vive, el carácter de cada uno; en la cultura occidental a la madre se le admiten unas manifestaciones de cariño más tiernas que al padre. Varían las formas, pero no el contenido, mostrar a pre-adolescente un cariño muy efusivo delante de sus amigos no suele ser el método más acertado.
El niño pronto aprende a desenvolverse en la vida y, salvo los que tienen más dificultad para captar emociones o expresarlas, buscan el modo de conseguir lo que desean. Sabemos que un niño puede ser zalamero para conseguir un juguete, permiso para algo, etc. Algunos niños llevan balón al colegio porque consideran que es la forma de asegurarse que jugarán a fútbol, lo que no deja de ser indicador de que algo falla en su proceso de socialización; una niña que lleva golosinas para todas las amigas como forma de ganar su aprecio, trata de comprar la aceptación del grupo. La forma frecuente de aprendizaje de los niños es imitar y usar el sistema de acierto-error; no hay que sorprenderse porque comentan errores, lo importante es que aprendan de ellos; para eso necesitan que se les enseñe.
Con frecuencia son los padres los que animan al niño a dar un beso a un pariente, a unos amigos de los padres, etc. Un niño rodeado de cariño crece más seguro que si no lo está; pero el afecto esencial es el de los padres y en segundo lugar de sus hermanos, si los tiene. Entre hermanos es más peligrosa la envidia para sus relaciones futuras, que una pelea entre ellos por querer a la vez el mismo objeto. Parte de la educación es enseñarles a amar mucho y bien a los demás y a saber cuáles son las muestras de cariño adecuadas en situación: no es lo mismo la forma de tratar a sus abuelos que a un amigo. Muchos lo captan intuitivamente; a otros hay que decírselo de forma explícita.
El niño aprende de sus padres los aspectos básicos y, lógicamente, también a querer a su familia; el niño necesita cuidados constantes de sus padres. El niño ansía la armonía familiar y llora si ve reñir a sus padres. Pero él no puede defender ese derecho si lo ha perdido; el derecho del niño a estar con sus padres debe ser protegido antes de que se produzca el eventual daño causado por su carencia. El niño necesita a su padre y a su madre; cada uno aporta una dimensión afectiva y educativa difícilmente sustituible. Es cierto que, en los casos de muerte de un cónyuge, el otro habrá de asumir ambos roles; el que eso ocurra es inevitable en muchas ocasiones, pues ni siquiera aunque se volviera a casar, su cónyuge actual sería el padre de los hijos anteriores.
Es un logro social el incorporar al padre a las tareas del hogar; de ellas la más importante la educación de los hijos. Es anacrónico dejar la educación de los hijos en manos de la madre y desatender esa tarea para volcarse en exceso en el trabajo u otras labores. Cada hijo necesita a su padre y a su madre. Del padre aprende el modelo de varón y de la madre el de mujer. Del cariño y la presencia de ambos recibe seguridad y así, cuando el padre o la madre faltan del hogar varios días por motivos laborales, un viaje al extranjero, etc. a su llegada a casa es recibida por los hijos con alborozo. La sociedad obliga a las familias a buscar alternativas para conjugar los apretados horarios profesionales, las dificultades para conciliar la vida profesional y laboral, etc. Comienzan a verse empresas valoradas por organizaciones de familias, por el cuidado en facilitar a sus empleados compaginar las tareas familiares y laborales: horarios flexibles, trabajo desde el hogar, etc.
Pero son pocas todavía. No es fácil armonizar los intereses, pero la dificultad no exime del esfuerzo por intentarlo; la empresa no es la prioridad máxima para muchas personas, sino que lo es su familia. Una empresa que, por sistema, penaliza la maternidad negando reducir la jornada, haciendo cambios de destino que obligan a no poder hacer uso, de hecho, de las horas de lactancia reconocidas, etc. provoca una reacción de rechazo en las mujeres que trabajan en ella y que desearían compaginar ambas tareas. Mujeres con gran preparación profesional, encuentran trabas para incorporarse a un mundo laboral rígido, que se resiste a ganar en flexibilidad por no encontrar un beneficio económico directo en la adaptación; esa política de empresa, además de corta de miras, no ayudará a lograr una cultura de compromiso entre sus empleados.
Otras, sí valoran la satisfacción de sus empleados y ponen los medios para facilitar, a quien lo desee, armonizar familia y trabajo. Así, se facilita que sean los padres quienes enseñen al bebé facetas básicas, que de no ser así quedan en manos de otras personas: cuidadoras, guarderías para niños recién nacidos, etc. que pueden ser profesionales excelentes pero que nunca lo harán con el cariño de los padres. No hay soluciones sencillas para la conciliación, como tampoco las hay para otras áreas; igual que se ha ganado en sensibilidad para usar bien los residuos familiares, sociales, etc., se puede generar una cultura en la que haya una decisión no sólo de tener una sociedad más ecológica, sino también más acogedora.
Hay dudas razonables de que escolarizar a todos los niños de 0 a 3 años sea lo mejor para un país; otra cosa es facilitarlo, para que nadie se quede sin la posibilidad de este servicio si lo requiere. Aprender de labios de los padres las primeras palabras, recibir durante horas el cariño de uno u otro cónyuge, aporta una seguridad en la formación de la persona que no tiene precio. Son muchos adultos los que hubieran deseado tener un trato más intenso con sus padres; en ocasiones era el trabajo, en otras las costumbres sociales u otras razones. No emitimos juicios sobre la generación anterior; quizá nadie les enseñó a hacer compatible trabajar y ser padre, o tuvieron que trabajar tantas horas que apenas les quedó tiempo para sus hijos. Ahora, es frecuente ver familias completas disfrutando juntos de actividades en fin de semana; eso es un logro que se debe procurar mantener.
Por desgracia, es común ver en vacaciones cómo los padres con niños pequeños tienen que hacer equilibrios para atender a sus hijos; a veces en perjuicio de la convivencia de toda la familia unida. Las vacaciones se tienen que programar para cuidar a los hijos durante el largo verano. No hay soluciones fáciles a los problemas de la sociedad actual, pero una parte depende del empeño puesto en resolverlos, lo que guarda relación directa con la importancia que se les dan.
Un ejemplo puede servir para entenderlo; a finales de la década de 1950, los rusos iban por delante en la delantera en la carrera espacial con Estados Unidos; eran los años de la Guerra Fría y el prestigio de cada potencia estaba en juego. Al comenzar la década de 1960 el reciente presidente Kennedy anunció que, antes de acabar la década, un norteamericano habría puesto los pies en la luna. Sus colaboradores se echaron a temblar; estaban muy lejos de lograr ese reto. Se creó la NASA, se seleccionaron astronautas entre los pilotos de aviación, se contrataron miles de ingenieros, se proyectaron varias misiones Apolo con éxito diverso... El 21 de julio de 1969 millones de espectadores vieron como Neil Armstrong daba unos pasos por la luna. No fue un simple deseo lo que hizo posible ese hecho, fue un empeño en lograr una meta a la que dieron prioridad.
José Manuel Mañú Noain
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