Hay que procurar matar al talibán que llevamos dentro, confiar en la fuerza de la verdad y buscarla abiertamente; no debemos cegarnos por los prejuicios
Junto al covid-19, los talibanes de Afganistán copan las noticias. De dónde salió el virus hay algunas teorías, también las puede haber de cómo se hace un talibán. Mientras no haya una seria investigación científica, que no política, desconoceremos el origen del dichoso virus. Saber su origen puede ayudar a combatirlo, al igual que el fenómeno fundamentalista.
Talibán es estudiante en la lengua pastún. Durante la ocupación rusa de Afganistán, muchos niños y jóvenes estudiaron fuera del país y fueron educados en la corriente wahabita del islam debido a la influencia de Arabia Saudí. Estos fundamentalistas pretenden que todos, musulmanes o no, se ciñan exactamente a prácticas de la época del "profeta". Hacen una interpretación literal del Corán de la que se han nutrido grupos terroristas como Al Qaeda y el Dáesh.
Está muy difundida la idea de que las religiones son peligrosas por fundamentalistas, por no respetar la razón y la libertad. Dentro de este saco se pretende meter al cristianismo, y desgraciadamente no nos han faltado bastantes "talibanes". Pero esta visión es totalmente opuesta a la predicación de Jesús, el Dios hecho Hombre. En los Evangelios se habla de amor y de liberación, de perdón y misericordia. Hay una clara invitación a pensar, a razonar las cosas, a respetar la libertad.
Hace unos días bauticé a un niño. Aprovecho estas ocasiones para explicar el significado de las diversas ceremonias. Me detengo en la del exorcismo postbautismal, el Effeta, porque de él habla el Evangelio de hoy: "Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: effeta (esto es, ábrete). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente".
Comentaba que, al tocar los oídos y labios de la criatura, pedíamos a Dios que le concediera escuchar solamente cosas buenas y que de sus labios salieran siempre palabras adecuadas. Uno de los asistentes dijo: ¡qué bonito! Y así es. Para que una persona se desarrolle adecuadamente debe recibir una buena formación: oír palabras sabias y ver buenos ejemplos, sobre todo en casa. Después las irá asimilando, las hará suyas y, al vivirlas, las transmitirá.
Las posturas cerradas, erradas, recalcitrantes en las que podemos caer suelen ser fruto de una mala educación; de una visión sectorial de la vida, pequeña, localista, desfigurada. De mutilar la verdad, de tener miedo al pensamiento. Estos posicionamientos no tienen nada que ver con el seguimiento de Jesús. A veces por temor a equivocarnos, por seguridad no nos abrimos a la verdad, seguimos con nuestras rutinas.
En otras ocasiones no sabemos, o nos da vergüenza hablar. El dichoso demonio mudo impide que abramos el alma, que compartamos nuestros problemas y preocupaciones. Esto nos hace sentirnos especiales, miserables y nos traumatiza. Todos tienen problemas, todos han recibido heridas, pero estas se pueden curar, suavizar, cicatrizar.
Leí en una novela de Gabriel Miró: "Y don Lorenzo inclinaba la frente, y decía con timidez y amargura: El decir, el contar nuestra vida consuela, alivia mucho ¡El silencio del dolor es una pena tan pesada!". Contar los problemas al amigo, al cónyuge, al sacerdote hace un bien inmenso. La sinceridad, el ventilar y sacar afuera nuestras oscuridades e incertidumbres es camino hacia la paz interior.
Hay que procurar matar al talibán que llevamos dentro. Confiar en la fuerza de la verdad y buscarla abiertamente. No debemos cegarnos por los prejuicios. Descubrir lo bueno y auténtico que puede tener el otro. Discernir entre el trigo y la paja. La superficialidad en la que estamos inmersos solo se supera con el estudio, con una buena formación, con empeño. Con la ayuda de buenos maestros. Nuestra dignidad nos exige profundizar, actuar por buenas razones y no por meras opiniones superficiales. Si ni oímos ni hablamos, si no abrimos los ojos podemos ser unos fundamentalistas peligrosos.
En la vida conyugal y familiar suele faltar comunicación. Hay una epidemia de distracciones digitales que nos vuelve sordomudos, que nos encierra en nuestro ego. En ocasiones somos incapaces de comprender al otro, encerrados en nuestro punto de vista somos terroristas familiares. Podemos inmolarnos junto a los nuestros. Hay que hablar, exponer lo que nos preocupa. Preguntar, observar al otro e intentar entender qué le pasa. Me puedo preguntar qué tipo de conversaciones tengo con los míos, de qué hablo. Una buena relación requiere horas de conversación, escucha atenta y paciente, el esfuerzo de explicarme una y otra vez. El tono de estos parloteos es importante: palabras serenas, amables, agradables. Los gritos, las exigencias… rompen el diálogo.
Hay toda una pedagogía de la inteligencia, de la concordia, de la comunicación. Puedo aprender a escuchar y a expresarme. No valen la imposición ni la descalificación.