Entre las personas que se negaron a prestar el juramento de fidelidad a Adolf Hitler se encuentra Alfred Heiss, que fue condenado a muerte por «socavar la fuerza de defensa» y murió valientemente como un verdadero mártir.
José M. García Pelegrín, en omnesmag.com/
Entre los que se opusieron al régimen nazi se encuentran quienes se negaron a prestar el juramento de fidelidad a Adolf Hitler cuando fueron llamados al Ejército. La mayoría de quienes decidieron dar este paso —a sabiendas de que les supondría la pena de muerte— eran Testigos de Jehová; ahora bien, estos lo hicieron por oposición a todo servicio de armas y no específicamente al nacionalsocialismo. Sin embargo, una veintena de católicos y unos diez cristianos evangélicos rehusaron, por motivos de conciencia, prestar “obediencia incondicional al Führer del Reich y Pueblo Alemán, Adolf Hitler”, como se exigía al hacer la jura de bandera.
Esa treintena de personas, ejecutadas entre 1940 y 1945, permaneció oculta durante décadas; precisamente ese es el título que eligió Terrence Malick para la película Vida oculta (A Hidden Life, 2019), que rodó sobre el más conocido de ellos, el campesino austriaco Franz Jägerstätter, beatificado por la Iglesia católica en 2007. El reconocimiento no comenzó hasta la década de 1990; solo en 1991 un Tribunal de Justicia revocó por primera vez una sentencia de muerte: contra el padre palotino Franz Reinisch, actualmente en proceso de canonización. En virtud de una ley de 1998 comenzaron a derogarse las sentencias de muerte impuestas por los tribunales de guerra nazis contra los objetores de conciencia. Prácticamente la totalidad de ellos pasaron a formar parte del “Martirologio alemán del siglo XX” o bien del austriaco, a partir de 1999.
¿Quiénes fueron esos hombres (las mujeres no fueron llamadas a filas) que pagaron con sus vidas obedecer al dictado de su conciencia? En general, puede decirse que fueron personas sencillas que —quizá con la excepción del sacerdote anteriormente mencionado— pasaron completamente inadvertidas: campesinos, obreros, oficinistas, artistas… A uno de ellos me gustaría referirme más detalladamente para —pars pro toto— mostrar el temple humano y espiritual de unos hombres que estuvieron dispuestos a luchar contra el mal aun a costa de perder sus vidas.
Alfred Andreas Heiss nació el 18 de abril de 1904 en Triebenreuth, un pueblo de Baviera que actualmente forma parte del municipio de Stadtsteinach. Era el sexto hijo del matrimonio formado por Johann Heiss, de profesión tejedor, y Kunigunda Turbanisch; fue bautizado al día siguiente en la Iglesia católica. Tras finalizar los primeros estudios en el pueblo, asistió a la Escuela de Comercio de Bamberg. En abril de 1918, cuando acababa de cumplir 14 años, comenzó a trabajar en las oficinas municipales de Stadtsteinach. Más tarde lo haría en los Seguros de Enfermedad de la misma ciudad, antes de iniciar una formación profesional en un banco y trasladarse, el 1 de junio de 1924, a Burgkunstadt para trabajar en el departamento comercial de una empresa de aluminio. Cuando esta empresa, en 1930, se declaró en quiebra, Alfred Heiss perdió su puesto de trabajo y se trasladó a Berlín en busca de una ocupación estable.
En Berlín obtuvo un puesto en la Administración pública, primero en el Tribunal de Trabajo y después en la Fiscalía de Berlín. Pero también —y esto es un hecho clave para su biografía— comenzó a ayudar como estenógrafo a un sacerdote muy conocido en Berlín, Helmut Fahsel. Probablemente fue este encuentro lo que llevó a Alfred Heiss a tomarse en serio la fe. Aunque había sido educado en la religión católica, hasta su marcha a Berlín no hay ningún indicio de que en su vida desempeñaran un papel las cuestiones religiosas… ni tampoco las políticas. En 1932, Heiss se afilia al partido católico Zentrum; como él mismo dirá, el motivo fue “mi convicción, que obtuve aquí en Berlín, de que el Zentrum era el partido que defendía los intereses de mi religión”. En una carta que dirigió a sus padres en marzo de 1935 decía: “Defender nuestra fe es lo único que puede suponer la base para el entendimiento entre los pueblos y para la mejora económica que esta lleve consigo”.
Estas ideas chocaban con los objetivos del nacionalsocialismo, que quería imponer la supremacía de Alemania en Europa. Heiss criticaba la política e ideología nacionalsocialistas, sobre todo las medidas dirigidas directamente contra la Iglesia, las tendencias germanizantes y paganizantes, que él consideraba como un claro avance del ateísmo; por eso estaba también en contra de la doctrina nazi de la raza, que presentaba al hombre nórdico como un ser superior. Heiss participa en actos públicos del Berlín católico, como la Jornada de los Católicos alemanes de 1934, la toma de posesión de la diócesis por el Obispo Nikolaus Bares en 1934 y en la de sucesor —tras el repentino fallecimiento de Bares, el 1 de marzo de 1935—, Konrad von Preysing.
Como en prácticamente toda Alemania, los nazis consiguieron puestos centrales también en el pueblo natal de Heiss, Triebenreuth. En septiembre de 1934, estando Alfred de vacaciones allí, se produjo una discusión política en la cervecería que regentaba el alcalde nazi Josef Degen. Tras ser denunciado por expresar opiniones que “perturbaban la labor de construcción nacionalsocialista” fue detenido por la Gestapo; además de la pena que podría recaerle en el juicio, la Fiscalía solicitaba expulsarle de la Administración del Estado. Alfred Heiss fue llevado a un campo de concentración clandestino en Berlín, la “Casa Columbia”. La declaración del hijo de Degen como testigo, en el juicio oral, fue decisiva para que Heiss fuera absuelto. Sin embargo, su solicitud de reincorporación a la Administración pública fue rechazada. Consiguió entonces un trabajo modesto en la oficina de recaudación de impuestos de las parroquias católicas de Berlín.
En esos años Alfred Heiss intensifica su práctica cristiana; en una carta a sus padres comenta: “En el este de Berlín hay una capilla dedicada a Cristo Rey. Se encuentra en un barrio obrero, probablemente uno de los más pobres de Berlín. En esta capilla está expuesto ininterrumpidamente el Santísimo, día y noche, para su adoración. Siempre hay personas allí adorando. En esa capilla es donde comencé el año 1936”. Aunque es sabido que a partir de junio de 1936 se encuentra trabajando de nuevo en la Administración pública, de esos años hay pocas noticias suyas. La situación cambiará cuando sea llamado a filas.
El 14 de junio de 1940 recibe la carta de incorporación a la Wehrmacht y es asignado a un batallón de infantería en una ciudad de Silesia llamada Glogau. Sin embargo, se niega a hacer el llamado “Saludo Alemán” (“Heil Hitler!”) y a vestir un uniforme que lleve la cruz gamada. En su declaración, según el escrito de acusación, dice que “como el nacionalsocialismo tiene una postura anticristiana, rechaza servir como soldado al Estado nacionalsocialista. A pesar de la advertencia de la pena que impone la ley, se mantuvo en esa negativa”. Si bien las actas del proceso se perdieron, queda constancia de que el Tribunal de Guerra le condenó el 20 de agosto a la pena de muerte, por Zersetzung der Wehrkraft (“actos que socavan la fuerza de defensa”).
Pasó los últimos días hasta la ejecución en la cárcel de Brandenburg-Görden. Allí escribió su última carta, dirigida a su padre —la madre había fallecido a comienzos de julio—, su hermana, su cuñado y su sobrina: “Mañana temprano daré mis últimos pasos. Que Dios me sea compasivo. Lo que os pido es que os mantengáis firmes a Cristo y su Iglesia. Adiós. Alfred Andreas”. La sentencia se ejecutó el 24 de septiembre, a las 5.50 h.
En agosto de 1945, la Conferencia episcopal alemana decidió que se recogieran los ataques que había sufrido la Iglesia durante el Tercer Reich. El párroco de Stadtsteinach, Ferdinand Klopf, escribió entonces a la diócesis de Bamberg: “Alfred Andreas Heiss fue detenido por negarse a cumplir el servicio militar, que rechazó exclusivamente por motivos religiosos a pesar de conocer las consecuencias; fue condenado a muerte por «socavar la fuerza de defensa» y murió valientemente como un verdadero mártir. Documentos y cartas obran en poder de sus familiares en Triebenreuth”.
Sin embargo, el obispado de Bamberg no hizo entonces gestiones para recuperar la memoria de Heiss. Fue su hermana Margarethe Simon (1900-1981) quien se ocupó de que, en 1957, se colocara una placa con la foto de su hermano en la capilla de Cristo Rey que acababa de construirse en Triebenreuth. La hija de Margarethe, Gretl Simon (1929-1980) y su marido Wilhelm Geyer (1921-1997) solicitaron al Museo de Stadtsteinach que se instalara una exposición permanente sobre Heiss. Anton Nagel, director de dicho museo, se ocupó de diseñar la exposición.
Solo en 1987, Thomas Breuer encontró el informe del párroco Ferdinand Klopf en el archivo diocesano de Bamberg y lo publicó, junto con los documentos procedentes del museo de Stadtsteinach, en un breve folleto, en 1989. Como consecuencia de esta publicación, en julio de 1990 se colocó una placa conmemorativa junto a la de los caídos en la Primera y la Segunda Guerra Mundial; dice: “En recuerdo de Alfred Andreas Heiss, nacido en Triebenreuth en 1904, ejecutado el 24 de septiembre de 1940 en Brandenburgo. Murió por permanecer fiel a su fe”.
El 24 de abril de 2014 se colocó una “piedra de tropiezo” (una placa que se incrusta en el pavimento para recordar a víctimas del nazismo, muchos de ellos judíos llevados a campos de exterminio) en la Georg-Wilhelm-Strasse de Berlín, delante de la casa número 3. El texto dice: “Aquí vivió Alfred Andreas Heiss, nacido en 1904, quien se negó a prestar el servicio militar como resistencia cristiana. Sentencia de muerte 20-8-1940, ejecutado 24-9-1940, cárcel de Brandenburgo”. En la ceremonia de colocación, Maximilian Wagner, párroco de la iglesia de St. Ludwig, hizo una breve semblanza de su vida. La ceremonia terminó con una oración: “Alfred Andreas Heiss cumplió la misión que le habías encomendado al entregar su vida. Tú le has llamado a Ti como amigo. Vive contigo con un amor cumplido de todo corazón, de toda el alma y con todos sus pensamientos”.
Alfred Heiss y los otros que se negaron a prestar el juramento a Hitler siguen siendo, aún hoy, un ejemplo de la primacía de la conciencia, de mantenerse fiel a la verdad, aunque cueste la vida. Por eso son mártires de la conciencia.
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