“Cuando escribas, lo has de hacer de rodillas, para amar; sentado, para juzgar; erguido y poderoso, para combatir y sembrar”
Dios hizo un regalo a su Iglesia con el nacimiento, el 9 de agosto hizo cien años, del Beato Manuel Lozano Garrido (1920-1971). Un regalo de Dios a su Iglesia; porque los santos son regalos de Dios a la Iglesia santa, al mundo entero; y, en este caso de nuestro querido Lolo, un regalo a Linares, donde nació, vivió, trabajó, se santificó y murió. En definitiva, un don de Dios a la Iglesia particular que peregrina en la diócesis de Jaén.
Con este motivo. el obispo de la diócesis, don Amadeo Rodríguez Magro, ha señalado las fechas de inicio y fin de este año-centenario, que comienza el 5 de septiembre de 2020, fecha en que, hace cien años, fue bautizado en la basílica de Santa María de Linares. Y concluirá en junio, el día 12, fecha en que se cumple el XI aniversario de su beatificación en Linares en 2010.
Recuerdo uno de sus casi novecientos artículos de prensa que publicó; fue en el semanario de la juventud nacional de Acción Católica Signo: "El bautismo es un sacerdocio sin chaqueta". Faltaban muchos años aún para el Vaticano II y él ya habla del sacerdocio de los laicos, y de la vocación de todos a la santidad. Quiero poner de relieve en él la santidad en un laico, que se santifica en su profesión; o un periodista que supo caminar en "justicia y verdad".
En una página dedicada a la santidad, en el primer libro que publicó nuestro amigo Lolo (El sillón de ruedas), dice que "la grandeza de la perfección, de la santidad, está precisamente en ir superando, día a día, los defectos propios de nuestra naturaleza" (pág. 123).
En los años del Concilio Vaticano II, que él seguía día a día en sus crónicas y documentos, recuerdo su alegría cuando se estudiaron dos documentos en concreto: el dedicado a los medios de comunicación social y el del apostolado de los laicos.
Muchas veces se ha dicho que el Vaticano "fue una primavera para la Iglesia". Pero Manuel Lozano fue profeta de ese Concilio en esos dos temas: los laicos (su necesario protagonismo y tarea en la Iglesia) y los medios de comunicación social al servicio de la evangelización.
En su viaje a Lourdes nació la obra pía Sinaí. De entonces hay una preciosísima anécdota en la vida de Manuel Lozano. Fue en mayo de 1958. Su peregrinación en un tren de enfermos, a Lourdes. Lolo, como sabéis, por su severo reumatismo tenía la cabeza muy inclinada y no podía levantar los ojos hacia arriba. Lucy, su hermana, le colocó debajo de la imagen de Nuestra Señora de Lourdes, en la gruta de Massabielle. Para que pudiera verla, sobre las rodillas le colocó un espejo en que se reflejaba la imagen de Santa María Inmaculada. Luego, cuando retiró Lucy el espejo, aquel cristal estaba lleno de lágrimas.
Allí, en Lourdes tuvo él la idea bendita de fundar Sinaí. Una obra de monasterios y de enfermos que pidieran por los periodistas. Decía él que, del mismo modo que los israelitas ganaban cuando Moisés en el Sinaí tenía los brazos levantados, así, mientras la oración de los contemplativos de los monasterios y el dolor de los enfermos llegue hasta Dios, serán fuertes los "comunicadores", los periodistas, para estar al servicio de la Verdad.
Lolo nació en Linares, en Linares vivió y en Linares -tras 28 años de parálisis total y nueve de ceguera- murió. Como San Pablo se sentía feliz de ser israelita, Lolo se sentía feliz de ser linarense. Él escribió de las minas de Linares, de la silicosis; de la coronación deseada de la Virgen de Linarejos; del legado de los marqueses de Linares; del urbanismo de la ciudad; de las escuelas proporcionalmente necesarias para atender al número de niños linarenses; del tranvía que recorría estas calles y acercaba a los mineros hasta Matacabras, Pozo Ancho, Arrayanes o la Cañada del Lobero… y del deporte necesario para los jóvenes linarenses.
Pero no dejaba de mirar más allá de los límites de su ciudad. Se comprometió con sus escritos y por ello recibió amenazas, pero él sigue en su empeño, siendo fiel a lo que había escrito en su Decálogo del periodista: “Cuando escribas, lo has de hacer de rodillas, para amar; sentado, para juzgar; erguido y poderoso, para combatir y sembrar”.
Lolo escribió tres libros-diarios con sus experiencias de vida: desde 1959, Dios habla todos los días; Las golondrinas nunca saben la hora, entre junio de 1961 y agosto de 1965; y Las estrellas se ven de noche, que se publicó pocos meses después de morir.
En Las golondrinas... escribe así: “Que se acallen todos los relojes y yo sepa también enmudecer. Más que palabras, concédeme silencios. Silencio cuando la vida me pase una factura que no reconozco; dedo en los labios cuando el cansancio me tire de ellos para la inconformidad…” (pág. 199).
En esos tres diarios de su vida, cuenta Lolo con sencillez admirable también su vida de oración, sus encuentros con Dios. Cuenta sus miedos y noches oscuras, ciertamente. Pero tiene otras páginas de una ternura desbordante, de una altura mística que arrebata. Y no tiene pudor para abrir su corazón, como lo hace en la oración desgarrada a Cristo crucificado que publica en un periódico: Oración a Jesús, a las tres de la tarde del Viernes Santo (Prensa Asociada, 8 de abril de 1963); o sus requiebros al Niño Jesús recién nacido que pone en boca de San José (Prensa Asociada, 21 de diciembre de 1962) ; o finalmente la dulzura con que se dirige a Santa María al concluir El sillón de ruedas.
Al Beato Manuel Lozano podemos pedirle que nos enseñe a dirigirnos a Santa María, la Madre de Dios y nuestra, con las aclamaciones tan sonoras y confiadas como él lo hacía (El sillón de ruedas, págs. 311 y ss).
Santa María de las cosas sin brillo,
Reina de las horas gemelas,
Dama de Honor de los inútiles…
Arranca para nosotros la bondad, la perfección standard.
Santos a manojillos:
los municipales, las mujeres que van a la compra,
las telefonistas, los que trabajan con sus manos y sus inteligencias,
y los pobres hombres en sillón de ruedas.
El timbre de la puerta de Lolo repiqueteaba muchas veces cada día. Pero había “tiempos” sagrados que eran sólo para orar: la hora eucarística que cada día rodeaba el momento en que los sacerdotes le llevábamos la Comunión cada día; el rosario a la Virgen cada tarde, interrumpiendo el trabajo vespertino; o las horas de la madrugada, como es testigo y así lo cuenta su hermana Lucy. ¡Lolo se encontraba con Dios, con Jesús, con Santa María, en el silencio!
Algunos años pudo pasar el tiempo asfixiante del calor de Linares yéndose al santuario de Tíscar. A la puerta del santuario hay una fuente; junto a ella, el 20 de agosto de 1965, escribió Lolo una oración. Con ella (Las golondrinas..., pág. 274) concluyo estas palabras mías, pidiendo al Beato Manuel Lozano Garrido que él, en el cielo, las diga al Señor por nosotros:
Tengo sed, Señor, del agua de esa fuente. Mi corazón quema de tanta lumbre interior, de tantos ardores siempre. Me abraso de ansias de ser mejor, de notarme más fiel, más leal, más generoso, más incondicional.
Mi sed es de Ti, ¿por qué has de darte siempre con cuentagotas? ¡Date más, Señor! ¡Lléname como un aljibe, y, casi enseguida, me dejas vacío, para que yo goce, además, el júbilo de sentir cómo te viertes!
Rafael Higueras, en religionenlibertad.com/
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