Los sumerios se sentían orgullosos de que las mujeres representaran a los dioses
Hace aproximadamente 4.300 años, durante el primer imperio conocido de la historia (el acadio), nació una niña que revolucionaría a toda una cultura: Enheduanna de Akhad. Era hija del fundador del imperio, Sargón de Akhad, pero la inmortalidad no llegó a ella por el hecho de ser princesa.
Su padre la hizo nombrar Entu del recinto sagrado de Ur. Ese recinto era uno de los más importantes de Sumeria, algo así como la Meca o la Roma de la época, y su cargo equivalía a lo que hoy consideraríamos como una especie de papisa, ya que era la reencarnación mortal de la diosa Ningal. A los sumerios no les importaba lo más mínimo que una mujer ocupara un alto cargo sacerdotal, muy al contrario. De hecho, se sentían orgullosos de que las mujeres representaran a los dioses y se burlaban de los pueblos que no lo consentían. Lo único que debió resultarles molesto fue que la chiquilla apenas debía rondar los 15 años al ocupar el cargo y, por supuesto, que era acadia (los acadios habían conquistado a los sumerios y, lógicamente, no eran muy queridos).
No todo fue un camino de rosas, pues el acadio era un imperio convulso e inestable. Su hermano Rimush, que había sucedido a Sargón, muere asesinado al ser golpeado en la cabeza con un sello de piedra. Su otro hermano, Manishtusu, murió también en otro golpe de Estado. Nada más subir al trono su sobrino Naram-Sin, toda Sumeria se rebela y el imperio se reduce a la capital. El gobernador de Ur, Lugalanne, aprovecha la ocasión para expulsar a Enheduanna de Ur y se autoproclama rey de Ur y Uruk. Naram-Sin recuperó el imperio tras cinco años de una sangrienta guerra civil y Enheduanna fue repuesta en su anterior cargo. Pero ella no había estado cruzada de brazos. Mientras el mundo se debatía en una terrible guerra, Enheduanna se dedicaba a escribir poemas religiosos. Y estamos, de hecho, ante el primer caso de la historia en que un autor firma una obra con su nombre y la convierte en inmortal. Varios de los poemas, conocidos como Los Himnos de los Templos, implicaban una revolución en la religión sumeri, al introducir elementos acadios en el panteón y la mitología de los dos ríos. Los dioses, que antes de Enheduanna eran representaciones de la naturaleza, pasan después de ella a convertirse en pasiones humanas. Los viejos dioses que representaban al sol o al viento, comienzan a ser sustituidos en lo alto del panteón por otros, como la diosa Ishtar, que personifican el amor o el sexo. Enheduanna es pues, también, el primer teólogo y reformador religioso conocido de la historia.
Y de esa devoción que Enheduanna tuvo hacia la diosa Ishtar (diosa del sexo, de la guerra, y protectora de las prostitutas y de la corona), surgieron sus dos obras más importantes: «El Descenso de Ishtar al Infierno», una de las obras más importantes de la literatura sumeria, y «La Exaltación de Ishtar», poema donde, de forma pionera para la época, la autora incluye en la narración elementos autobiográficos.
Al principio de la III Dinastía de Ur, unos 140 años después de su muerte, Enheduanna ya era semideificada. Una mujer acadia se acababa de ganar el amor y el recuerdo de un pueblo, el sumerio, que anteriormente había odiado a su propia familia. Su sistema teológico triunfó y fue aceptado por todos, y en la época babilónica, unos 1500 años más tarde, su obra literaria seguía siendo aclamada y recordada.