Una amistad interesada, partidista, de la que solo esperamos beneficios, no es auténtica
Me comentaba un buen amigo sacerdote que tuvo que atender a una persona con un grave problema. No sabía qué hacer, la escuchó con cariño y le dijo lo que le pareció conveniente. Ante su asombro, se enderezó bastante bien el problema que tenía. Poco después se encaró con el Señor y le dijo: "pero si yo no he hecho nada, ¿cómo es posible esta reacción?". Sintió que Jesús le decía: "es que te ven a mí en ti".
Esta cercanía de Dios no solo es para los santos. Es para muchos. Es una promesa para todos los cristianos: "no os dejaré solos". Y es muy bonito experimentarla. En muchas ocasiones he hablado de la amistad. Me gusta. Tengo la suerte de tener muchos buenos amigos. En los últimos años, por circunstancias de la vida, he podido recuperar amistades de la infancia y de la juventud. ¡Qué regalo! ¡Qué bien se siente uno acompañado por sus amigos! Vale la pena mantener las amistades.
Un amigo forma parte de uno mismo, deja huella en el corazón, enriquece. La amistad tiene la magia de sacar lo mejor de nosotros mismos, ella nos activa y hacemos lo que nunca hubiéramos pensado que fuéramos capaces de hacer. Con amigos se recorren muy bien los caminos de la vida.
Pero los cristianos sabemos que somos amigos de Dios, que Él es el Amigo. "Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva", dice Benedicto XVI.
Lo que llena nuestra vida, lo que hace fácil el camino, lo que sustenta la esperanza y nos alivia es la amistad con Cristo. Saberse amigo de Dios, amigo predilecto, especial, personal; y no por lo buenos que podamos ser, por lo bien que nos podamos comportar, sino simplemente porque le caemos bien. Es una amistad incondicional, que cuando la experimentamos nos lleva a corresponder. Esta es la fe cristiana: la alegría de amar al que sabemos nos ama.
Hace unas semanas estuve en el Monasterio de la Encarnación de Ávila. Allí, cuenta la tradición, un buen día santa Teresa se encontró con un precioso niño bajando unas escaleras. Extrañada de verle en clausura, le preguntó: "¿Y tú quién eres?" El niño le replicó a su vez con otra pregunta: "¿Y quién eres tú?" La madre respondió: "Yo, Teresa de Jesús". Y el niño sonriente le repuso: "Pues yo soy, Jesús de Teresa". Este es el buen Jesús.
Los amigos necesitan dedicarse tiempo, tratarse. Con el roce la amistad crece, se fortalece, se purifica. Los amigos se cuentan las cosas, comparten los gustos, se ayudan y complementan. Aprenden uno del otro. Con una mirada se entienden. ¿Descubro la mirada de Cristo? ¿La he sentido posarse en mí? ¿Experimento su amor y comprensión? También los amigos están para los momentos duros, se suplen y llevan la dura carga del otro. Y, por supuesto, se divierten juntos: pescando, jugando al paddle o yendo en bicicleta…
Una amistad interesada, partidista de la que solo esperamos beneficios, no es auténtica. La santa de Ávila preguntó una vez a Cristo por qué ponía tantas dificultades en su camino. "No te quejes, así trato a mis amigos", respondió Jesús. "Ahora comprendo, Señor, por qué tienes tan pocos amigos", contestó la santa. ¡Qué confianza tan grande! Esta conversación denota una gran amistad. Al amigo se le puede abrir el corazón y aceptar su consejo. No nos acercamos a Dios por interés, para que resuelva nuestros problemas. No es un "asistente social". La cercanía con Él es íntima, personal, familiar. Es mi Padre, mi Hermano y Amigo. Es mi Amor.
Se trata de "un rollete" de buenos amigos. De compartir, de dedicarse tiempo, de enriquecerse. De pasarlo bien juntos. La oración, los ratos junto al tabernáculo, la comunión eucarística son momentos "Nescafé", ratos de cielo. Me interesa todo lo de mi Amigo, por eso escudriño su vida metiéndome en los Evangelios: su biografía. Comparto sus ideales, tenemos un proyecto común: hacer de este mundo un trocito de cielo. Creemos en la amistad, en el amor, en la familia, en lo bueno y bonito, y ofrecemos esa felicidad a todo el que se acerque.
Sé que Él es mucho mejor que yo, que, a su lado, siempre gano. Que es muy generoso, lo que le doy lo devuelve multiplicado por cien. Por eso hago mías las palabras de san Pedro en el Evangelio: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios". Eres mi amigo del alma, mi Dios.