“En este tiempo de pandemia, la persona es el punto desde el que todo puede volver a empezar. La persona se debe servir y no descartar”
El Papa Francisco ha enviado un mensaje al obispo de Rimini, donde se celebrará el Meeting por la Amistad entre los pueblos. En el mensaje, firmado por el secretario de Estado Pietro Parolin, el Papa expresa su alegría de que este año, el evento se realizará en forma presencial.
“El título elegido - "El valor de decir yo"-, tomado del Diario del filósofo danés Søren Kierkegaard, es muy significativo en un momento en que se trata de empezar con buen pie, para no desperdiciar la oportunidad que brinda la crisis pandémica”, señaló el Pontífice. "Reiniciar" es la palabra clave, se lee en el texto, pero no ocurrirá automáticamente, porque la libertad está implicada en toda iniciativa humana, agrega el Papa. Porque como lo dijo Francisco recordando la Spe Salvi de Benedicto XVI, “la libertad debe ser conquistada de nuevo por el bien”.
A los organizadores y partiicpantes, el Papa les dice que "la alegría del Evangelio infunde la audacia de recorrer nuevos caminos: "Debemos tener el valor de encontrar nuevos signos, nuevos símbolos, una nueva carne, [...] particularmente atractiva para los demás" (ibíd., 167). Esta es la contribución que el Santo Padre espera que el Encuentro dé en la reanudación, en la conciencia de que "la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos". (Encíclica Lumen fidei, 34), sin excluir a nadie, porque el horizonte de la fe en Cristo es el mundo entero".
El valor de decir yo en tiempos de pandemia
La pandemia, recuerda el Papa, ha impuesto el distanciamiento físico y a la persona, al "yo" de cada uno, en el centro, “provocando en muchos casos el despertar de preguntas fundamentales sobre el sentido de la existencia y la utilidad de vivir que habían estado dormidas o, peor aún, censuradas durante demasiado tiempo”. Francisco señala que también ha surgido una responsabilidad personal, esta pandemia nos ha hecho a todos “testigos de esto en diferentes situaciones. Ante la enfermedad y el dolor, ante la aparición de una necesidad, muchas personas no se han acobardado y han dicho: "Aquí estoy". La sociedad tiene una necesidad vital de personas que sean presencias responsables. Sin personas no hay sociedad, sino una agregación aleatoria de seres que no saben por qué están juntos”, afirma.
De lo contrario, manifiesta en su mensaje el Papa, lo único que quedaría sería “el egoísmo del cálculo y el interés propio, que hace que la gente sea indiferente a todo y a todos. Además, las idolatrías del poder y del dinero prefieren tratar con individuos en lugar de con personas, es decir, con un "yo" centrado en sus propias necesidades y derechos subjetivos en lugar de un "yo" abierto a los demás, que se esfuerza por formar el "nosotros" de la fraternidad y la amistad social”.
En el mensaje, el Santo Padre no se cansa de advertir a quienes tienen responsabilidades públicas contra la tentación de utilizar a la persona y desecharla cuando ya no es necesaria, en lugar de servirla. “Después de lo que hemos vivido en este tiempo, quizá sea más evidente para todos que la persona es el punto desde el que todo puede volver a empezar. Ciertamente es necesario encontrar recursos y medios para que la sociedad vuelva a moverse, pero lo que se necesita sobre todo es alguien que tenga el valor de decir "yo" con responsabilidad y no con egoísmo, comunicando con su propia vida que el día puede comenzar con una esperanza fiable”.
Francisco, señala que, sin embargo, la valentía no siempre es un don espontáneo y nadie puede dársela a sí mismo, recordando las palabras de Don Abbondio de Manzoni, “sobre todo en una época como la nuestra, en la que el miedo -que revela una profunda inseguridad existencial- juega un papel tan decisivo que bloquea tantas energías e impulsos hacia el futuro, que se percibe cada vez más incierto, sobre todo entre los jóvenes”.
De dónde sale el valor de decir yo
Entonces, se pregunta el Papa, de dónde puede salir el valor para decir "yo", ese valor proviene en el “fenómeno llamado encuentro: "Sólo en el fenómeno del encuentro es posible que el yo decida, que se haga capaz de aceptar, reconocer y acoger. El valor de decir "yo" nace ante la verdad, y la verdad es una presencia", El Pontífice afirma que desde el día en que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros, Dios ha dado al hombre la posibilidad de salir del miedo y encontrar la energía del bien siguiendo a su Hijo, muerto y resucitado.
Francisco recuerda que "la relación filial con el Padre eterno, que se hace presente en las personas alcanzadas y cambiadas por Cristo, da consistencia al ego, liberándolo del miedo y abriéndolo al mundo con una actitud positiva. Genera una voluntad de bien", y menciona su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: "Toda experiencia auténtica de la verdad y la belleza busca su propia expansión, y toda persona que experimenta una liberación profunda adquiere una mayor sensibilidad hacia las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien arraiga y se desarrolla". Es esta experiencia, afirma, la que infunde el valor de la esperanza:
"El encuentro con Cristo, dejándose asir y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para personas sin valor, sino la expansión de la vida. Nos hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y nos asegura que este amor es fiable, que vale la pena entregarse a él, porque su fundamento se encuentra en la fidelidad de Dios, más fuerte que toda nuestra fragilidad" (ID, Enc. Lumen fidei, 53).
Sobre todo, la razón profunda del valor del cristiano es Cristo, se lee en el mensaje, "es el Señor resucitado quien es nuestra seguridad, quien nos hace experimentar una profunda paz incluso en medio de las tormentas de la vida. El Santo Padre espera que durante la semana del Encuentro los organizadores e invitados den un testimonio vivo, haciendo suya la tarea indicada en el documento programático de su pontificado: "Muchos [...] buscan a Dios en secreto, movidos por la nostalgia de su rostro, incluso en los países de antigua tradición cristiana. [Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un hermoso horizonte, ofrece un banquete deseable" (Evangelii gaudium, 14).