El amor fiel de sus padres es el cimiento firme para entender la vida de forma positiva y confiada y es el fundamento de una infancia feliz. Es clave para que los hijos logren una personalidad armónica
Daremos unas pinceladas sobre virtudes que ayudan a trazar un marco en el que desarrollar la tarea educativa. Y buscaremos claves para que la formación sea eficaz; hay una relación entre la conducta y actuación de los padres y la respuesta de los hijos.
Uno no elige la familia en la que nace, pero nacer en uno u otro hogar marca una diferencia. Haber sido amado en la infancia, tener recuerdos amables de esos primeros años, mantener una relación sólida y cercana con nuestros hermanos, hacer lo posible por atender a los padres cuando son mayores o se encuentran necesitados… Son rasgos que suponen un bagaje u otro. Sin embargo, el ser libres lleva a no estar determinados por esas experiencias. Algunos habiendo tenido todo lo han perdido; otros no tuvieron nada y han luchado para que en el hogar que ellos han formado sus hijos encuentren aquellos rasgos que ellos no tuvieron en su infancia.
Recuerdo el comentario orgulloso de un padre al afirmar que había logrado lo que más deseaba: que sus hijos crecieran en un hogar estable; él no lo tuvo en su infancia, pero lo valoró tanto que se propuso como una meta esencial de su vida el que sus hijos si lo tuvieran. El ser humano es capaz de prever las consecuencias de lo que hace; si no fuera racional y libre, con inteligencia y voluntad, no se le podría pedir asumir esas consecuencias. La responsabilidad es una muestra de madurez en la libertad. En pocas palabras, hacer lo que nos hace mejores y evitar lo que no es digno. Sólo es libre quien es capaz de decirse sí o no, según proceda.
A los hijos hay que darles espacios de libertad, de libertad acompañada. Se trata de ayudarles a ser más autónomos y menos dependientes. En esos ensayos de libertad, los padres deben perder el miedo a los pequeños fracasos, inevitables para adquirir experiencia. El miedo a dar libertad se llama sobreprotección: hacerle lo que él puede realizar; decidir por él. El otro extremo es la permisividad. De la misma forma que se les enseña a andar, paso a paso, se les ayuda a ejercer la libertad con finura posible. Cómo aprendimos a andar en bicicleta puede ser un buen ejemplo; quizá nuestro padre nos llevó cogiendo con su mano el sillín, hasta que un día nos soltó, donde no había riesgo, y tuvimos que aprender a frenar y bajar de la bici.
Sabiendo que no es sencillo, que algunas personas llevan años intentando olvidar, perdonar, reconstruir lazos deteriorados, es deseable que si las circunstancias en las que crecimos no fueron las deseables, saber perdonar y que su vida no crezca sobre el rencor, sino sobre el valor descubierto en esa forma de vivir que no tuvimos. Como el pasado no podemos modificarlo, lo sensato es asumir lo que no es posible cambiar, quedarse con lo mejor y mirar hacia adelante. Si está pendiente una petición de perdón, o perdonar una herida recibida, etc., lo deseable es hacerlo y pasar página.
Un ejemplo de haber asimilado el pasado es el que se aprecia en el siguiente relato: “Un joven entró en una joyería y pidió que le mostraran el mejor anillo de compromiso que tuvieran. El joyero le enseñó uno; el chico miró el anillo y lo probó. Preguntó el precio y se dispuso a pagar. ¿Se va usted a casar pronto?, preguntó el dueño. No. Ni siquiera tengo novia, contestó. La sorpresa del joyero divirtió al muchacho. Es para mi madre, dijo. Cuando yo iba a nacer estuvo sola. Alguien le aconsejó que me abortara, para evitarse problemas. Pero ella se negó y me tuvo. Pasó por muchas dificultades; hizo de padre y de madre para mí; fue también mi maestra. Ahora que puedo le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como promesa de que si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizás después entregue yo otro anillo de compromiso, pero será el segundo. El joyero no dijo nada pero le hizo un descuento para clientes especiales.
La filósofa y luego santa Edith Stein vivió en su infancia un suceso que le marcó: De pequeña era muy sensible, pero también irascible y presumida (era la pequeña de la casa). Así se lo hacían ver sus hermanas. Un día, observó una pelea de borrachos en la calle. La gente se reía y casi les incitaban. Sacaron los cuchillos y corrió la sangre. Le impresionó tanto que decidió cambiar de carácter, controlar su ira y no probar nunca el alcohol.
Sobre la familia que uno forme hay muchas ideas que se pueden abordar: aprender a amar mucho y bien, saber qué es y qué no es un matrimonio, acertar al elegir el cónyuge… Una frase popular dice que quien acierta en casar ya no le queda más en qué acertar; así, destaca la importancia de esa elección. Pero si ya estamos embarcados en un proyecto familiar, porque el lector ya ha formado su familia, el reto que tiene delante es educar bien a sus hijos. Un paso es formar personas de criterio. La responsabilidad no se limita a asumir las consecuencias de los actos, sino anticiparse. Para lograrlo necesita aprender de la experiencia propia y ajena; que de ellos depende hacer las cosas bien, pero no triunfar.
Una educación que se apoya en el éxito tiene poco futuro; si se apoya en el trabajo bien hecho, vale la pena. Los padres deben evitar plantear el futuro lleno de peligros; hay riesgos, pero también oportunidades. A educar en virtudes humanas se suma la educación de la conciencia; saber qué está bien y qué está mal; no quien es bueno o quien es malo. El niño tiende a no diferenciar entre los hechos y las personas; decir que algo está mal no supone que sea malo quien lo hace. Verdad y justicia van unidas, e igual que no se puede negar la realidad del bien y del mal, se debe enseñar a no juzgar las intenciones de nadie.
Ni agobiar ni engañar; con un enfoque positivo de la vida deben saber si algo es bueno o malo, qué debe hacer u omitir. En el fuero de la conciencia, la persona descubre una ley que él no se da a sí mismo, pero a la que debe obedecer; una voz que resuena en su corazón, que le dice que debe amar y practicar el bien y evitar el mal. El ser humano tiene una ley inscrita en el corazón; seguirla nos lleva a ser más humanos. La conciencia es el sagrario del hombre; allí descubre las claves para amar mucho y bien, a Dios y al prójimo. Formar la conciencia está en la base para acertar; no basta estar seguros de algo; es preciso que la conciencia sea cierta y verdadera. La conciencia se forma en un entorno de cariño, de confianza, con una visión positiva, que es la que debe predominar en un hogar.
Dice Cormac Burke que si bien el castigo no es el método ordinario para educar, no significa que no se pueda castigarles. A veces, será necesario; pero un castigo fruto de la ponderación, no de la ira; proporcionado y, si es posible, formativo. Hay personas poco tolerantes al fracaso. Les falta alegría y viven en tensión; con el riesgo de romperse. En estos casos, los padres debieran ser flexibles y restar importancia a los resultados. Hacer las cosas bien o mal depende de nosotros, el éxito no. Dar paz y serenidad a esos niños que quieren hacer las cosas bien; ojalá rompan en una carcajada el día que se les caiga un vaso al suelo.
Más frecuente es encontrar niños precipitados que se lanzan a la acción sin ver las consecuencias de sus actos. Ponen a prueba la serenidad de sus padres y es preciso practicar la exigencia preventiva; enseñarles a pensar antes de actuar. Con paciencia y cariño, anticiparse. La paciencia es propia de los educadores, que saben esperar sin pretender resultados inmediatos. Educar en la responsabilidad es ayudar a ver las consecuencias de sus actos y asumirlas si las cosas no salen bien. Frankl dice: No es el hombre quién debe indagar el sentido de la vida, sino que al contrario: el hombre es el interrogado, es él quien tiene que contestar las diferentes preguntas que le hace su vida. Los padres contestan a esas preguntas con su conducta: y los hijos, no cabe duda, saben cuál es esa respuesta. Al perfeccionista, darle aire; al irresponsable, exigencia.
En estas líneas hemos dado unas pinceladas sobre virtudes que ayudan a trazar un marco en el que desarrollar la tarea educativa. Ahora buscaremos claves para que la formación sea eficaz; hay una relación entre la conducta y actuación de los padres y la respuesta de los hijos. Esa regla es el fundamento del resto. Se educa con lo que se es más que con lo que se dice. Los esposos tienen el compromiso, que para los hijos debe ser claro, de velar por la seguridad de sus hijos. Cada hijo debe percibir que sus padres se quieren, que se olvidan de sí mismos en beneficio del otro, que se prestan atención, que se dedican tiempo, que cuidan entre sí, que se tratan con delicadeza y cariño,...
Los hijos aprenden a amar de sus padres; leen entre líneas, sin necesidad de palabras, al ver cómo se saludan, cómo y de qué hablan, qué comentarios hace el uno del otro; que cada uno se ocupa de hacer feliz al otro. Saben por intuición si hay tensión o armonía, si hay respeto mutuo, si hay acuerdo en los temas esenciales, si hay gratitud o quejas, si se perdonan o si se echan en cara defectos, si están cómodos o incómodos juntos.
Dice Diego Ibáñez Langlóis, que en la retina de cada hijo está la imagen del amor o desamor de sus padres entre sí. Del trato entre sus padres componen la figura de lo que significa querer; así, desde la infancia se preparan para su futura entrega generosa o para un amor egoísta. El verdadero amor es difusivo y se contagia; ilumina el ambiente. El egoísmo crea, por el contrario, un ambiente hostil y tenso. El amor fiel de sus padres es el cimiento firme para entender la vida de forma positiva y confiada y es el fundamento de una infancia feliz. Es clave para que los hijos logren una personalidad armónica.
Aunque a veces se hace referencia al riesgo de un amor no dirigido por la inteligencia sino por impulsos o estados anímicos, hay que profundizar en lo que es un amor inteligente. Para darlo, los padres deben estar dispuestos a contrariar el deseo de dar siempre el gusto al hijo, de decir siempre sí, sin pensar si lo que pide es un capricho o conveniente. El amor inteligente se pone metas de largo plazo; no se limita a salir al paso de los problemas del instante. Busca pensar con criterios rectos y verdaderos. Establece prioridades al exigir, lo que supone tener clara la escala de valores. El amor inteligente no decide con un estado de ánimo pasajero, ni actúa por comodidad.
Es recomendable que los padres hablen de cada hijo, que observen sus gustos, la forma de comportarse, sus aptitudes y limitaciones. Si todas las virtudes son necesarias, la educación exige paciencia, que lleva a la serenidad en las dificultades, a evitar decisiones precipitadas. No dramatizar, esperar sin desalentarse ante aparentes fracasos; no asustarse si alguna vez se pierde la paciencia. La serenidad y el buen humor ayudan a que los hogares sean luminosos y alegres. La alegría da un tono amable al día a día; evita tomarse en broma lo serio, o minimizar lo grave. El buen humor debe ser inteligente.
Contaba un padre de familia numerosa que la empleada de hogar le dijo ante una determinada reacción: El motor de esta casa es la señora. El marido quizá se sintió un poco desplazado y preguntó ¿y yo que soy en la casa? La empleada con gran naturalidad dijo: Usted es la carrocería del coche. Ante la cara de sorpresa del otro, añadió con desparpajo: En un buen coche la carrocería es muy importante. No sé si uno es motor o carrocería; quizá en cada momento lo que toque. Si la realidad.
Decíamos que algunos han tenido la fortuna de nacer en un hogar como el que mostramos aquí; otros desde su infancia vieron como su hogar se rompía, incluso más de una vez. Para unos la referencia está clara, la llevan dentro; otros, si ponen los medios, podrán conseguir que sus hijos nazcan en un hogar estable, en el que aprendan a ser queridos de manera incondicional, sin estar sujetos a los vaivenes que se dan al romperse los matrimonios. Es importante saber dónde está la referencia; sea cierta o no, es válido el comentario que escuché en el que se afirmaba que en algunas regiones del mundo hablan de cinco puntos cardinales: los que conocemos, más saber dónde está uno. Si sabemos dónde estamos y a dónde queremos llegar, el número de posibilidades crece notablemente.
José Manuel Mañú Noain
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