«Dios ama al que da con alegría» (2Co 9, 7)
El miércoles 13 de diciembre, D. José Carlos Martín de la Hoz, historiador y encargado de la Oficina de la Causa de los Santos de la Prelatura OpusDei, ha hablado de cómo se lleva a cabo un proceso de beatificación, y después ha hablado del caso concreto de Guadalupe Ortiz de Landázuri, madrileña, profesora de Química, una de las primeras mujeres que comenzó la labor apostólica del Opus Dei en Méjico. Nació y vivió muy cerca de nuestro Oratorio. En el coloquio posterior —muy animado— participó también D. Alberto Fernández, Delegado de la Causa de los Santos en la Diócesis de Madrid, que acompañó a D. José Carlos en su conferencia. Recogemos una síntesis de la conferencia hecha por el propio conferenciante.
Una de las características de los nuevos multimedia es que ahora, en este acto, podríamos tener detrás del estrado, sobre esta pared, una pantalla gigante con el rostro sonriente de Guadalupe Ortiz de Landázuri y, de ese modo, su alegría resumiría nítidamente el mejor resumen de su vida, virtudes, carácter y de su biografía espiritual.
Precisamente, esto es lo ha querido subrayar la Congregación para las Causas de los santos cuando ha publicado: “«Dios ama al que da con alegría» (2Co 9, 7). La Sierva de Dios Guadalupe Ortiz de Landázuri y Fernández de Heredia se entregó por entero y con alegría a Dios y al servicio de su Iglesia, y experimentó intensamente el amor divino”.
Efectivamente el Espíritu Santo nos ha querido recordar a través de esta nueva venerable que hemos de servir a Dios con alegría, es más, Dios desea que la Sierva de Dios haya sido escogida para subrayar al mundo esa virtud como modelo e intercesora del pueblo de Dios.
La alegría y el buen humor, es más, la carcajada, es verdaderamente indicativa de su confianza total en Dios y en san Josemaría, y, como recuerdan todas las personas que la conocieron, ha quedado inmortalizados para siempre en su álbum fotográfico de la Positio y en todos los documentos del proceso de canonización.
Guadalupe había terminado la carrera de ciencias químicas en la Universidad Central de Madrid. Tenía un novio catalán que era un poco perfeccionista y muy pesado. Daba clase de química y física en el colegio de las irlandesas y en el de san Luis de los franceses y, con eso, sacaba adelante la casa y a su madre viuda de guerra.
El domingo 16 de enero de 1944, salió de casa para ir a misa de doce. Tomó el tranvía en la madrileña plaza de Alonso Martínez y se bajó en la calle Goya frente a la iglesia de la Concepción. Cuando llegó la misa había empezado. Se quedó de pie detrás, junto a la puerta.
El sacerdote, que era mayor, estaba más que predicando una homilía dando avisos organizativos de la parroquia que a ella no le interesaban nada. Se distrajo imaginándose a sí misma entrando por el paseo central y subiendo las escaleras del presbiterio, vestida de novia para casarse. De repente oyó una voz en su interior que decía: “¡no! Para ti tengo otra cosa”. Quedó profundamente tocada por la gracia de Dios y golpeada en su interior. Ella no tenía especial vida de piedad; rezaba el rosario con su madre, hablaba algo con Dios antes de acostarse e iba a misa los domingos.
A la salida de misa, cruzó la calle y tomó el tranvía en sentido contrario hacia su casa. Al subir se encontró con Jesús Serrano de Pablos, hijo de artillero como ella, a quien no veía desde antes de la guerra, unos seis años, que acababa de pedir la admisión en el Opus Dei. Guadalupe después de saludarle le preguntó ¿Conoces algún cura, pues tengo que hacerle una consulta? Jesús, le escribió en un papel: Josemaría Escrivá de Balaguer y le dio el teléfono de su casa en Diego de León 14.
Pocos días después, el 25 de enero, Guadalupe estaba en la calle Jorge Manrique en el primer centro de mujeres del Opus Dei, esperando en una sala de visitas a ser recibida por san Josemaría. Allí vio una imagen de la Virgen de Guadalupe a la que ella tenía gran devoción.
Pocos minutos después, descubrió que lo que le había pasado hacía pocos días, era sencillamente la experiencia de Dios, los requiebros del amor de Dios y pudo exclamar con su característica sencillez: “¡Padre creo que tengo vocación!”.
Así pues, Guadalupe reaccionaba, como siempre, con su carácter decidido y alegre, poniéndose en marcha hacia el amor de Dios. Enseguida estará trabajando como una más, en la editorial Minerva, en la administración de la Residencia de la Moncloa y, poco tiempo después, en la Residencia de Abando en Bilbao.
Hay otra fecha clave en la vida de Guadalupe que es el bienio 1947-1949, cuando san Josemaría la llama para ser es directora de la primera residencia de estudiantes universitarias que van a poner en marcha las mujeres de la Obra en Madrid. Con ese motivo, aprovechará para recomenzar su doctorado en ciencias químicas. Un tiempo importante de maduración de su personalidad, de crecimiento en la caridad y de entrega generosa a la formación de la juventud que será ya una tónica para toda su vida: siempre tendrá tiempo para formar a la juventud.
De sus años de México hemos de subrayar una de sus características: el dinamismo apostólico, lo expresa muy bien el Decreto de virtudes: “De común acuerdo con el Obispo de Tacámbaro, puso todo su empeño en promover la inserción social de las campesinas de aquella región, y se cuidó de que aprendieran oficios manuales y a leer y escribir. En cuanto pudieron hacerse con un vehículo, se trasladaba a diversos lugares para visitar a las familias de aquellas jóvenes, arrostrando con admirable fortaleza los peligros y dificultades. Con cariño y una gran paciencia les proporcionaba una formación básica humana y cristiana”.
En 1956-1958 vivirá en Roma en la Sede Central del Opus Dei ayudando a san Josemaría a impulsar la expansión de la Obra en el mundo entero, vibrando al unísono con otras muchas personas, algunas de las cuales, como Encarnita o Dora, están en proceso de canonización, pues allí había mucha gracia de Dios y mucha correspondencia.
Una afección de corazón le obligará a regresar a Madrid donde vivirá la plenitud de su vocación hasta su muerte. Impartirá clases en el Ramiro de Maeztu, obtendrá el premio extraordinario de doctorado en química, obtendrá la cátedra de física y química en el Instituto de Enseñanza Media de la calle de santa Engracia, junto al Patronato de Enfermos, pondrá el marcha un Centro de estudio de Ciencias domésticas y puidará de su madre, mientras será la acogedora directora de un centro de mujeres de la, Obra.
Guadalupe y su madre viajarán a Pamplona en 1975, después de dejar todo resuelto y en su sitio en Madrid, corregido los exámenes, etc. La operación fue un éxito y pudo bajar a rezar, por su propio pie, a la Ermita de la Virgen del Amor Hermoso del campus de la Universidad de Navarra. Se complicó el post operatorio y en unas horas falleció con una fama de santidad que se ha ido extendiendo por los cinco continentes.
José Carlos Martín de la Hoz, en caballerodegracia.org/
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