Muchos ‘creyentes’ se incomodan porque nuestra fe incluya verdades reveladas por Dios, irreductibles a meros argumentos de consenso, y se sorprenden porque algunos nos pongamos ‘pesados’ defendiendo la fe con la razón
Con permanente actualidad nos dice la Sagrada Escritura que hemos de estar «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3, 15-16). Al dar respuestas razonadas de nuestra fe, se encienden luces en las mentes y en los corazones de muchos que reaccionan con la coherencia de aquellos primeros conversos, que al escuchar las razones de Pedro, respondieron: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» (Hch, 2, 37). Es la natural relación entre verdad entendida y vivida.
Sin embargo, en ocasiones, al tratar algún punto de fe o moral, el diálogo se bloquea. Es cuando nuestro interlocutor no da razones por respuesta, sino una tira de argumentos de orden afectivo que suelen rematarse con acusaciones a una Iglesia que se arroga el dominio de la verdad. ¿Relativismo moral o simple ignorancia religiosa?
Renunciar a la razón y aducir argumentos ad hominem es típico del relativismo moral, que Benedicto XVI ha denunciado desde hace varias décadas. Sin embargo, hay más. Me refiero a esa vena cultural por la que la religión se relega a un mundo elástico, donde la verdad se mide por resultados de armonía y bien sentirse. Así muchos creyentes se incomodan porque nuestra fe incluya verdades reveladas por Dios, irreductibles a meros argumentos de consenso, y se sorprenden porque algunos nos pongamos pesados defendiendo la fe con la razón.
Con este trasfondo brilla luminosa la propuesta del Papa para el Año de la Fe: «Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada» (Porta fidei, 9). Es el empeño por comprender con más hondura la verdad creída y vivida, para expresarla y difundirla y que su riqueza ilumine todas las facetas de nuestra cultura. Esta tarea incluye recuperar la racionalidad, porque: «La razón es el gran don de Dios al hombre, y la victoria de la razón sobre la irracionalidad es también un objetivo de la fe cristiana» (Spe salvi, 23).