¡Perdónalos!, porque no saben los que hacen (Lc 23, 34)
Hace una semana escuchábamos en el evangelio del domingo que Pedro le preguntaba a Jesús cuantas veces tenía que perdonar, y Jesús le contesta que, “Setenta veces siete” (Mt 18, 22) una respuesta que si se interpreta casi literal quiere decir que siempre. Algo que desde el punto de vista humano nos asusta, porque es difícil dar este paso.
Es fácil decir perdóname porque falle o porque te ofendí, mas sin embargo no realizar la acción de perdonar no resulta nada fácil, es más bien un reto que implica dolor, renuncia, olvido y aceptación. El perdón es un regalo que damos al que nos has herido, es un regalo que como tesoro al que nos ha surge de lo más profundo del corazón. Usualmente resulta muy difícil encontrar corazones dadivosos de perdón, porque para perdonar se requiere tener un corazón muy unido al Señor y a su misericordia, porque solo con su ayuda se puede entender lo que significa este gente este gesto misericordioso y sanador.
Los corazones millonarios en perdón son aquellos que han recibido enormes cantidades de perdones y generosamente pasan a otros lo que ellos mismos gozosa y dolorosamente han experimentado. Porque solo el que ha sido perdonado, puede entender lo que significa perdonar. Es por esta razón, que cuando alguien nos ofende y regresa para pedirnos el regalo del perdón, debemos ver en nuestro interior y preguntarnos, cuantas veces he ofendido y roto el corazón y la confianza de los otros? Cuantas veces he recibido el aceite del perdón de mis hermanos? Y solo así podremos entender que no somos tan inocentes y que también nosotros hemos caído y hemos sido bendecidos muchas veces con esta gracia.
El perdón recibido nos llena de gozo porque nos restituye los lazos de unidad con el ser amado. Al mismo tiempo nos llena de profundo dolor el contemplar las heridas que hemos causado al ser querido, y también nos entristece el constatar nuestras debilidades y fracasos. Porque el que ofende, rompe los lazos de amor y amistad, destruye la confianza y hace sufrir a su hermano en lo más profundo. Mas sin embargo, considero que muchos de los casos, quien resulta más herido no es el ofendido, sino el que ofende, porque después de haber dañado con las palabras o los gestos, su corazón sangra de tristeza y de dolor. Con esto, el que perdona es quien sana el corazón del que se arrepiente y le concede la comunión con Dios y con el mismo.
Jesús, es quien nos ha mostrado con su ejemplo, que siempre hay que perdonar. Toda su vida pública es un perdonar continuo, Perdonó a Pedro que le niega, a los que injustamente lo condenan a muerte, perdona a los que le crucifican en la cruz (Lc 23, 34), Jesús es el perdón de Dios nuestro Padre. El es el Camino. (Jn 14, 6) Él es el camino de retorno a casa, solo con su ayuda podemos realizar este acto del perdón. Aunque tengo que decir que perdonar es doloroso, y difícil, claro que es así, realizar las acciones de Jesús no es cosa sencilla. El camino del perdón es doloroso porque es largo, significa recobrar la confianza, en aquel que la rompió con la traición, al mismo tiempo es doloroso porque tiene montañas rocosas que parecen inaccesibles, como el orgullo y el rencor, es doloroso porque tiene muchas desviaciones inciertas porque nos hace perder la confianza en nosotros mismos y nos hace perder la autoestima y porque deja cicatrices permanentes en nuestra memoria.
El acto misericordioso del perdón, sana las heridas profundas del cuerpo de Cristo del que todos somos parte insustituible. A través del perdón Dios participamos en esta obra maravillosa de salvación del mundo.
Ahora bien, tenemos que tener algo bien claro, Perdonar es una acción de amor muy grande, porque requiere humildad y amor por el que nos hiere, y no puede ser realizada con nuestras solas fuerzas humanas. Jesús fue acusado de blasfemia cuando se atrevió a ofrecer perdón porque se consideraba una prerrogativa de Dios mismo. Sólo la presencia de Dios en nuestras vidas nos hace capaces de ser eco de ese perdón que no conoce límites, tamaños o medidas. Jesús perdona igual a Zaqueo, Magdalena, Mateo, Pedro, a los soldados que lo flagelan, etc., porque su esencia divina es amor, y el amor divino es redentor, es sanación, es perdón.
Por ende, siempre y en todo momento debemos de pedir a Dios la gracia de tener un corazón misericordioso, que este abierto al perdón y a la sanación del corazón de aquellos que nos ofenden, y ofrecer junto con el vencer el orgullo y el resentimiento, transformando estos sentimientos en amor, por él y por el prójimo.
De igual manera, pidamos a la Madre que nos concede poder adquirir esta gracia, asi como ella lo hizo; fue capaz incluso de rogar por aquellos que estaban crucificando a su hijo, crucificando su mismo corazón, haciendo suyas las palabras de Jesús desde la cruz: ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!