Todos podemos intentar dar sentido a lo que hacemos en nuestra jornada diaria
Escuché hace días un coloquio organizado por el Instituto Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra sobre El trabajo en busca de sentido, en el que participaron Manuel Guillén y Andrés Sendagorta, moderados por Iñaki Vélaz. El tema me interesaba y, como es lógico, dada la calidad de los participantes, me gustaron sus aportaciones. Aquí resumo alguna de las cosas que me llamaron más la atención.
¿Quién da sentido a mi trabajo? Yo. Se encuentra sentido al trabajo cuando el trabajo se ama.
No lo da la empresa, pero la empresa debe poner el marco en el que los empleados pueden encontrar el sentido de lo que hacen.
Victor Frankl, autor de «El hombre en busca de sentido», encontró el sentido de lo que hacía en un campo de concentración nazi. No todos somos Frankl, pero sí podemos intentar dar sentido a lo que hacemos en nuestra jornada diaria.
El trabajo tiene sentido no (o no solo) cuando es agradable y está bien pagado, sino cuando sirve a los demás (clientes, sociedad, colegas, propietarios…), cuando tú eres bueno para lo que haces.
La mejor prueba de que los empleados aman su trabajo es que no quieren marcharse de la empresa.
La empresa ofrece efectivamente un trabajo capaz de dar sentido a lo que hace el empleado cuando reconoce la dignidad de las personas, cuando ofrece (y exige) excelencia en el trabajo, y cuando ayuda a que las personas florezcan como tales y sean felices.
El sentido del trabajo será solo una parte del sentido de la vida, porque hay otras facetas de esta que no se relacionan directamente con el trabajo.
No tratar bien a las personas es un síntoma de una mala dirección.
Cuando el trabajo no llena al trabajador, este debe preguntarse dos cosas: en qué soy bueno y en qué puedo ayudar a los demás, a la sociedad.