Hoy, ya no basta con transformar el mundo; ante todo, hay que preservarlo
La filosofía moderna con su pretensión de que sea el sujeto, el observador, el que determine la verdad de las cosas, se enfrenta a un dilema: ¿la realidad que observo es real o es simplemente un montaje mental? ¿Un paisaje que contemplo es una invención de mi cerebro? Para no pocos, lo real viene a ser un constructo de la mente, lo que implica que poco importa que el mundo sea como lo veo, lo palpo y lo siento; sino más bien como se formula en una ecuación matemática que explica una realidad que no veo, y que sería lo objetivo. Con esto no quiero decir que la explicación física de la física no sea real, sino que no es toda la realidad. Es más, convendría incidir en que lo real es lo que veo, oigo, siento; y que la ecuación matemática es una abstracción que ni veo, ni oigo ni siento; aunque sirva para que la electricidad venga a casa y haga funcionar los electrodomésticos; y que si meto los dedos en el enchufe termine, como mínimo, chamuscado. Ciertamente los sentidos no nos dan toda la información; pero sin los sentidos, no podríamos imaginar lo que imaginamos y, por supuesto, lo inimaginable que podemos intuir.
Hay quienes piensan que el universo, y con él nuestra propia vida, no es más que una construcción. Algo así como un juego computacional; una especie de matrix –como la famosa película de los años 90- en el que el mundo real es una mera ficción, y solo algunos pocos elegidos saben lo que hay detrás. Es decir, quizá nuestra vida no sea más que un experimento informático de un ser de otro universo más avanzado que el nuestro, que nos ha inventado: los antiguos lo llamaban demiurgo; para unos, bueno; para otros, malo; o ambas cosas al mismo tiempo, o dos seres distintos, uno bueno y otro malo. Como se ve, esta cuestión viene de lejos. Frente a esto, hay que revelarse categóricamente, porque la ilusión de una ilusión no deja de ser ilusión.
Quizá por eso, al final de su vida Günther Anders dijo que «las cosas han llegado a tal punto que me gustaría declarar que soy «conservador» en materia de ontología, porque lo importante hoy, por primera vez, es conservar el mundo absolutamente como es. [...] Conocemos la célebre fórmula de Marx: «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras, lo que importa ahora es transformarlo. Pues bien, esta fórmula no da más de sí: está superada. Hoy, ya no basta con transformar el mundo; ante todo, hay que preservarlo». Anders reflexionó mucho sobre la situación del hombre moderno, en la que la miseria mental y moral es comparable con la falsa sensación de seguridad y de riqueza que poseemos; que nuestra vida está sometida a una pérdida de libertad que no es sentida como tal porque lo virtual nos hace considerar que no necesitamos ya el mundo real. Hemos de caer en la cuenta de que el mundo es bueno, poético: fue creado por el Logos, la palabra de Dios. No es un experimento lo que relata el Génesis: y dijo Dios, ¡hágase!; y la luz se hizo: y vio que era bueno; y nos permitió contemplar la belleza.