La procesión del Corpus por nuestros pueblos y ciudades es un signo de unión, de alianza
Las noticias de estos días reflejan el problema de la migración: multitud de pateras que llegan a nuestras costas, la “invasión” de Ceuta y de Melilla. Es evidente que la actitud de Marruecos tiene bastante que ver, pero no estamos ante un mero asunto político o diplomático, hay una cuestión humana, el drama de muchos que, por buscar una vida mejor, corren el serio peligro de perderla. Por recurrente que sea el tema, no debemos acostumbrarnos. Dejaríamos mucho que desear si no nos llegará al corazón tanto sufrimiento e injusticia.
Ayer me contaba un amigo que salió a hacer un poco de deporte, llevaba el dinero justo para tomar un refresco. En el momento de abonar la consumición, se acercó un mendigo y le pidió una limosna. Al verse sin dinero, se dirigió a unos desconocidos que estaban sentados en la terraza y les pidió algún euro para el necesitado. Una familia, al ver este gesto, invitó al que pedía a almorzar. Podemos ver “los toros” desde la barrera o saltar a la arena.
Celebramos hoy el Corpus Christi, fiesta que tiene sus orígenes en el siglo XIII y que nos enseña que en la Eucaristía está realmente presente Jesucristo, con su Cuerpo y Sangre. Es un misterio, algo inaudito, que un trozo de pan pueda contener al mismo Jesucristo. Pero fue Él quien lo dijo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. Y es palabra de Dios, por tanto, inequívoca y cierta. Si Jesús lo dice es verdad. Y se hace pan para que lo comamos, para estar muy cerca de nosotros, para divinizarnos. Con este especial alimento adquirimos una fuerza inimaginable. La Iglesia, en palabras de san Juan Pablo II, vive de la Eucaristía, y los cristianos también.
Por ejemplo, el 15 de mayo Caio Nagel hizo su primera comunión y cuentan: “el joven se dirigió a recibir el Sacramento por primera vez en su vida. En el momento que regresó a su asiento, después de recibir a Jesús Sacramento, sus rodillas se doblaron y cayó al suelo, mientras rompía a llorar, pues había conocido y entendido el amor de Jesús sacramentado.
Según sus declaraciones, lloraba porque recordaba la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, mientras pedía perdón por los pecados de la humanidad y por todo lo que Jesús sufrió por nosotros”. También recuerdo un niño, al que se la administré yo, decirme que le había pedido a Jesús en ese momento ser un buen sacerdote, ahora es universitario y persevera en su deseo.
La comunión eucarística tiene el poder de transformarnos, la presencia real de Cristo en el tabernáculo es también fuente de gran consuelo. Quien se alimenta de este manjar vive de Cristo y actúa como Él. Por eso la Eucaristía multiplica las manos de Jesús, manos que acarician, curan, alientan y transforman el mundo. Son manos solidarias, precisamente porque comulgan con el Señor. En ocasiones me preguntan cómo vivir bien la misa, la respuesta está en cómo salimos de ella: si salgo mejor, más lleno de amor, más cercano a los demás, dispuesto a sacrificarme gustosamente por los otros, si veo el mundo con más color, realmente me he unido a Cristo, la ha vivido bien.
Esta comunión es principalmente con Dios pero, por eso mismo, lo es con todos los hombres. Hay una solidaridad de todo el género humano, no solo de especie, sino sobrenatural, todos somos hijos de Dios, hermanos. Los problemas de los demás son también míos.
En esta sociedad tan fragmentada, divida forzadamente por las ideologías, las políticas, la intolerancia, la ausencia de valores son precisas actitudes de comunión. Hay que aprender a sumar, a ver todo lo que nos une, que es mucho más de lo que pensamos. La migración hay que enfocarla así, al igual que la pobreza o la enfermedad. La procesión del Corpus por nuestros pueblos y ciudades es un signo de unión, de conexión, de alianza, ya que es la presencia de Dios, Padre de todos, que pasa bendiciendo, repartiendo su Amor. Pasa dándose y enseñándonos a darnos a los hermanos.
En palabras del obispo de Córdoba: “¿Cuál ha sido el motor que ha impulsado esta obra inmensa de caridad? Sin duda, ha sido la Eucaristía vivida como fuente de un amor nuevo que hace nueva todas las cosas. La Eucaristía que nos hace hermanos unos de otros.
La Eucaristía como sacramento del amor fraterno, porque nos da un Padre común, que es Dios. La Eucaristía como fisión nuclear del amor, que produce una expansión atómica capaz de regenerar el corazón de cada persona y la historia de la humanidad. Es el amor, nunca el odio, el que cambia la historia”. Aprendamos del Amor de los amores a darnos, a vivir la cercanía, a hacernos pan para el hambriento, a implicarnos con todo nuestro ser en hacer un mundo mejor.