Búsquense una buena excusa de vez en cuando para echar una tarde de narrativas
He aprovechado la coartada de una reacción hipotética a la segunda de AstraZeneca, para tumbarme tranquilo a darle un acelerón a esa serie lentísima de judíos ortodoxos, llamada Shtisel. Pasando de Sánchez contra el Supremo, de Iván Redondo tirándose al barranco por su jefe (y cobrando el salto) y hasta de protestar por la gestión de la crisis. Las horas en que tenía que haber leído la prensa para informarme del estado del mundo y luego comentarlo aquí con ustedes me las he pasado sufriendo con el mal de amores del bueno de Akiva Shtisel y su esquiva viuda negra.
¿Tengo cargos de conciencia? No. Bueno, quiero decir, ninguno en especial, porque yo, que no soy judío, pero sí ultraortodoxo, siempre tengo cargos de conciencia. Pero no en este caso por no haber hecho lo que debía: o corregir exámenes o escribir artículos o estudiar para mi ensayo sobre la nobleza de espíritu o leer la gran literatura, al menos. Ya he comentado alguna vez que los que reniegan del deber se pierden un placer doble: o el dulce del deber cumplido o el más picante del deber incumplido. Las obligaciones son un ingrediente esencial del hedonismo.
Encima, hay más. Alguien tan centrado en la política más global de su tiempo como Benjamin Disraeli se terminó 17 veces Orgullo y prejuicio de Jane Austen, que no es una lectura de geopolítica. Winston Churchill, enfermo en plena guerra mundial, pidió que le leyeran esa novela en voz alta. También nos cuenta Ignacio Peyró que el filósofo Gilbert Ryle dejó dicho, al preguntarle si leía ficción, que se terminaba "las seis novelas" cada año. (Las seis son todas las de Austen.)
¿Lo hacían por distraerse? Qué va. Ni un político de raza ni un filósofo de razón se distraen jamás: se concentran en otro sitio. Sucede con estas novelas y −salvando las distancias, con la serie Shtisel− que nos recuerdan la importancia del corazón, de las vidas particulares (particularísimas), con sus decepciones y sus alegrías. Los problemas políticos, económicos y sociales tienen, en el fondo, valor como telón de fondo de las biografías de cada uno. Eso no le quita importancia al telón, de ninguna manera, pero nos ayuda a ponerlo todo en su justa perspectiva. Para no olvidarlo nunca, releer 16 veces Orgullo y prejuicio se convierte en una obligación moral de un primer ministro del Imperio Británico. Ver Shtisel es parte del perfil profesional de un columnista de provincias.